Juan 6:51-58 Descargar PDF
51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»
Para comprender la Palabra
El relato joánico de la multiplicación de los panes es el punto de partida de una serie de diálogos de Jesús con la gente. Nos ubicamos al final del “discurso sobre el pan de vida” (vv 22-59). Tras la multiplicación de los panes, Jesús ha ido conduciendo a sus oyentes a la aceptación de su persona; quien les dio pan hasta la hartura, es el Pan que asegura la vida; quien les salvó del hambre un día les salvará de la muerte para siempre. Son los interlocutores judíos quienes con su incredulidad, sus preguntas y malentendidos, hacen que Jesús insista repetidamente en estos temas profundizando cada vez más en su revelación como Pan de vida. En un determinado momento de estos diálogos, Jesús habla de su propia carne como el pan de vida, y este realismo resulta inaceptable para los que lo escuchan: sin comerlo ni beberlo no hay vida que supere la muerte.
Jesús responde a los que discuten por sus afirmaciones. La respuesta a la dificultad planteada en el versículo 52 ocupa la mayor parte de nuestro texto (vv. 53-58). Jesús defraudó a los judíos que lo buscaban, porque querían de él sólo pan y no pensaban en que se iba a ofrecer a sí mismo como pan de vida: no era de él de lo que sentían hambre y no lo aceptaron como el pan de sus vidas. Él mismo se propone como alimento que auténticamente sacia el hambre más profunda. Y habla con un lenguaje bastante realista. Los términos “carne” y “sangre” recuerdan a los animales que se sacrificaban en el templo y que, según la mentalidad israelita, proporcionaban el perdón de los pecados. Así el evangelista presenta a Jesús como víctima sacrificada capaz de proporcionar vida eterna. Pero la otra experiencia se refiere al hecho habitual de tomar alimento. Comer su carne y beber su sangre significa acoger su persona como don de Dios y tener vida por él. Pero hay algo más: Jesús no es sólo el alimento, sino también el anfitrión que nos convida, puesto que él se da a sí mismo como comida.
El texto tiene muchas resonancias eucarísticas. Los términos “carne” y “sangre” no sólo recuerdan que Jesús se entregó totalmente hasta el final, sino que también aluden a la eucaristía, el banquete cristiano, en el que se hace memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Una muerte que es dadora de vida. De este modo comer su cuerpo y beber su sangre significa tener vida por Jesús y tener vida en Jesús. La unión entre Jesús y los que creen queda afirmada repetidamente en el evangelio de Juan, por medio de diversas imágenes (por ejemplo, la de la vida y los sarmientos en Jn 15, 1-10). Por otro lado, la vida divina de Jesús es unión con el Padre y, por tanto, a través de Jesús el creyente participa de esta comunión divina de vida y de amor. Alimentarse de su cuerpo y de su sangre implica recibir ya la vida eterna, pero todavía no en plenitud (vv. 53-54); supone introducirse en la relación de comunión que se da entre el Padre y el Hijo (vv. 55-57); significa la mutua pertenencia (v. 56).
Para escuchar la Palabra
Jesús ha insistido que el verdadero prodigio no está en saciarnos gratuitamente de pan un día sino en tener a Él como alimento y bebida. Él es viático hoy en nuestra camino y el banquete de sacia toda hambre mañana. ¿Cómo estoy valorando la Eucaristía? ¿Realmente me estoy alimento de él?
La Eucaristía no puede ser un acto privado de devoción sin implicaciones concretas en nuestra vida social y comunitaria. ¿A qué me compromete celebrar el memorial de la muerte y la resurrección de Jesús? Celebrar la Eucaristía no puede dejarnos indiferentes, ¿Cómo me impulsa a entregarme a los demás a imagen de Cristo?
“El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Lo escandaloso de Jesús no está en ser ideal de vida a seguir sino en presentarse como pan de vida a comer; sin alimentarse de su carne ni beber de su sangre, no hay vida posible. Jesús se compromete a vivificar a quien se atreva a asimilarlo corporalmente; a diario produce la vida que promete si es comido y bebido. ¿Lo como y lo bebo? ¿Me alimento con frecuencia de él? Hacemos mal evitando participar de la Eucaristía o, mucho peor, asistiendo sin atrevernos a acercarnos a la mesa; ¿qué diríamos de quien va a un banquete pero ni prueba bocado?; ¿no es insólito tener hambre y no servirse? Es lo que pasa a una mayoría de cristianos de misa dominical: siguen alimentando su hambre de Dios, siguen ahondando sus deseos de vida, mientras menosprecian, por no quererlo, el pan de Dios, Cristo-Eucaristía. No tiene derecho a quejarse de Dios, ni puede ser feliz, el cristiano que, pudiendo, no ahoga su sed ni calma su hambre con Cristo, pan de vida y bebida de salvación. Ni podrá estar seguro de ser resucitado tras su muerte, si durante la vida no se alimentó de Cristo. Es una lástima que, necesitándolo tanto, no lo convirtamos en pan de vida hoy y causa de resurrección. Es lo que quiere ser para todos nosotros.
Jesús no se ha comprometido a hacernos esta vida más llevadera, sino a proporcionarnos otra, la eterna; podemos soportar, pues, nuestras carencias aquí porque estamos seguros de que habrá para nosotros, los que comemos el cuerpo de Cristo, una vida sin límites y sin necesidades, para siempre. Sobreviviremos a nuestras hambres, si no dejamos de alimentarnos con el pan que Dios ideó para ellas: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. ¿Es la Eucaristía fuente de esperanza para mi vida? ¿Cómo me ayuda a ser fuente de esperanza para quienes me rodean?
Para orar con la Palabra
Señor ahora que podemos comprarnos cuanto se nos antoja y saciarnos de lo que nos gusta es cuando más infelices somos a nivel de sociedad. Avívame el hambre de ti y es que estoy distraído. Tú dentro de mí y yo fuera. ¿Cómo reconocer que eres respuesta a mi hambre si ando recurriendo a otras instancias que sólo ahondan mi hambre y me dejan frustrado? Y es que tantas veces me cuesta aceptar que tú puedes saciar mi hambre y apaciguar mis más íntimos deseos. Creo que me comporto como un necio porque sabiendo que tú sacias mi necesidad y hasta predicando esto mismo a mis hermanos voy alimentando en vano nuevos deseos. Y al no recurrir a ti te convierto en un bien perecedero y en un pan inútil. ¿No crees que busco fuera de ti lo que sólo tú puedes darme? ¿No crees que cuando a ti recurro te pido que sacies de ciertos bienes que tú no quieres darme? Señor, ¿para qué buscar en ti lo que no estás dispuesto a darme? Necesito conocer mis auténticas carencias, esas que tú realmente quieres colmar. Porque aún careciendo de todo, teniéndote a ti ya tengo todo y sin ti, aunque con muchos bienes, pierdo todo.