28 Dom Ord BMarcos 10, 17-30  Descargar PDF


17 Se ponía ya en camino cuando uno corrió a su encuentro y arodillándose ante él, le preguntó: «Maestro bueno, ¿ qué he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
18 Jesús le dijo: «¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: No mates, no cometas adulterio, no robes, no levantes falso testimonio, no seas injusto, honra a tu padre y a tu madre.»
20 El, entonces, le dijo: «Maestro, todo eso lo he guardado desde mi juventud.»
21 Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme.»
22 Pero él, abatido por estas palabras, se marchó entristecido, porque tenía muchos bienes.
23 Jesús, mirando a su alrededor, dice a sus discípulos: «¡Qué difícil es que los que tienen riquezas entren en el Reino de Dios!»
24 Los discípulos quedaron sorprendidos al oírle estas palabras. Mas Jesús, tomando de nuevo la palabra, les dijo: «¡Hijos, qué difícil es entrar en el Reino de Dios!
25 Es más fácil que un camello pase por el ojo de la aguja, que el que un rico entre en el Reino de Dios.»
26 Pero ellos se asombraban aún más y se decían unos a otros: «Y ¿quién se podrá salvar?»
27 Jesús, mirándolos fijamente, dice: «Para los hombres, imposible; pero no para Dios, porque todo es posible para Dios.»
28 Pedro se puso a decirle: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.»
29 Jesús dijo: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio,
30 quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermnanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna.

 

Para comprender la Palabra
Nuestro texto tiene como finalidad presentar la incompatibilidad de los bienes con el seguimiento de Jesús. Según sean sus interlocutores pueden distinguirse tres escenas: el encuentro de un desconocido con Jesús (17-20), el comentario que Jesús dirige a sus discípulos (23-27), la reacción de los discípulos ante el radicalismo de Jesús (28-31). La primera escena se inicia de manera brusca: en el camino, Jesús es abordado por alguien que no está interesado en él, en su persona, sino en sí mismo, en su propia salvación. Y pregunta no para dejar de cumplir algo, sino para cumplir mejor lo necesario. Jesús quiere hacerle ver que quien se interesa por el hacer el bien, en realidad pregunta, lo sepa o no, por el querer de Dios. Quien está preocupado por la vida eterna, debe esperar solución sólo de Dios. El joven rico repite parte del decálogo (Ex 20, 12-14). El respeto al prójimo y el amor al familiar es el servicio que Dios espera: cultivar la fraternidad entre creyentes es el culto debido a Dios. La respuesta del joven cambiará la actitud de Jesús ante él. La mirada fija y el corazón amante no son tanto producto de un reconocimiento de la justicia del hombre como reflejo de una nueva relación. Jesús le saca de su preocupación algo egoísta y le propone la perfección: el desconocido pasa a ser amado. Antes de proponer un cambio radical, ha cambiado Jesús radicalmente con respecto a él. La nueva exigencia será signo del amor que le tiene. Hay cinco verbos como posibilidad de vivir la vida de obediencia a Dios (ve, vende, da, ven y sígueme). El desconocido, a pesar de su bondad, no puede soportar la exigencia de Jesús: sólo le faltaba una única cosa, pero no está dispuesto a sacrificarla, aunque en ello se juegue la vida para siempre. Conserva sus bienes, pero pierde su alegría y al maestro bueno. Sus riquezas que antes no le impidieron ser buen creyente ahora le están obstaculizando ser simple discípulo.

Tras la desaparición del joven rico, Jesús comenta su fracaso con sus discípulos insistiendo en la difícil salvación de los ricos. Son los discípulos los destinatarios únicos de tal enseñanza. El bien del discípulo bueno ha de ser sólo Jesús al que sigue. Quien más posee es el que mayores excusas acumulan en el seguimiento de Jesús. Aunque lo decisivo no es tener bienes sino poner en ellos la confianza, la propia seguridad. Quien no juzgue todo lo que tiene como insignificante hace insignificante a Dios. Hay una hipérbole para presentar que lo humanamente imposible resulta ser en la práctica más fácil (camello-aguja; rico-reino de Dios).

La reacción de los discípulos ante el radicalismo de Jesús la expresa Pedro. Éste logra arrancar de Jesús una promesa de retribución para quien logró seguir a Jesús renunciando a sus bienes; cualquier cosa que se deje, no sólo ni en primer lugar las propiedades serán tenidas en cuenta. Algo les corresponderá a cuantos han dejado algo. La enumeración de las posibles renuncias es elocuente. La enumeración de las personas poseídas se alarga más que la de las cosas o es porque son nuestros mejores bienes o que son los que mejor nos poseen. La renuncia no es genérica y tiene dos causas: Cristo y el evangelio. La recompensa no es una simple promesa: seguir a Jesús lleva a sentirse reconocido con un Dios que acrecienta hasta lo insospechado aquello que se ha abandonado. La vida eterna compensa realmente el seguimiento. Tener un Dios endeudado es la mejor garantía de un porvenir insospechado. Y la mejor manera de conservar la esperanza es mantenerla sin otras ilusiones.

Para escuchar la Palabra
Como aquel joven rico ¿quién entre nosotros hoy anda a la búsqueda de maestros buenos que le enseñen el camino de la vida? ¿Faltarán maestros o ganas de alcanzar la vida eterna? Al que era bueno Jesús le propuso ser perfecto invitándole a renunciar a sus bienes. Una bondad que se apoya en cuanto de bueno se posee no es digna del seguidor de Cristo. ¿Sigue siendo verdad que lo que se tiene de bueno es impedimento para seguir a Cristo? ¿Cuál es tu caso? Si ni los buenos se salvan por más ricos que sean ¿a quién le resultará asequible entrar en el reino de Dios? ¿No será que Dios no se vende, ni puede ser comprado por nada, por bueno que se sea? ¿Por qué hay que desprenderse de los dones de Dios para recibir a Dios como don?

No se ha de arrepentir quien algo deja por Dios: cien veces más le será retribuido ¿Es esa nuestra experiencia, aquí, ahora? ¿Cuál podría ser la razón? ¿No será que, por haber dejado algo, nos creemos con derecho de mucho? Si de algo nos enajenamos, ¿convertimos a Dios en nuestro deudor o hacemos lo que debíamos? ¿Merecemos una recompensa por lo que hacemos o Dios nos recompensará lo que hagamos?

Para orar con la Palabra
¡Cuánto me gustaría poder preguntarte por mi bien y mostrarte que estoy interesado en mi santidad! Sé tú mi maestro, oh Señor; escucharé cuanto tengas que decirme. Aunque no pueda decirte que soy fiel, sígueme proponiendo la perfección como meta. No te defraudes, también Tú, de mí, que ya estoy yo lo bastante apenado por mí. Si Tú te muestras interesado en mi santidad, si Tú me valoras tanto como para volvérmelo a proponer, me recuperaré y te recuperaré como motivo de mi vida. Haz de tu perfección, aquella que tú me propones, meta de mi vida. Que mis bienes, Señor, los que tengo y los que ansío, no me estorben. Para que tú seas mi bien en exclusiva, proponme, una vez más, la renuncia a poseer nada, o nadie, que no seas Tú. No te pido recompensas, pues son escasas mis renuncias. Pero te has comprometido en no dejar sin retribuir cuanto se te ofrezca, siempre que te obedezcamos. Dame hogares que me hagan olvidar mi hogar, el que tuve y los que nunca tendré, familias que substituyan mi familia, la que me dista y la que perdí; que te posea a Ti, para que no eche en falta nada.