Marcos 7:31-37 Descargar PDF
31 Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis.
32 Le presentan un sordo que, además, hablaba con dificultad, y le ruegan imponga la mano sobre él.
33 El, apartándole de la gente, a solas, le metió sus dedos en los oídos y con su saliva le tocó la lengua.
34 Y, levantando los ojos al cielo, dio un gemido, y le dijo: «Effatá», que quiere decir: «¡Abrete!»
35 Se abrieron sus oídos y, al instante, se soltó la atadura de su lengua y hablaba correctamente.
36 Jesús les mandó que a nadie se lo contaran. Pero cuanto más se lo prohibía, tanto más ellos lo publicaban.
37 Y se maravillaban sobremanera y decían «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Para comprender la Palabra
Marcos nos narra el segundo milagro de Jesús en tierra extranjera con gestos que pertenecen a un taumaturgo clásico. El objetivo de mencionar la geografía recorrida por Jesús es llamar la atención sobre la importancia del episodio: la acción salvífica de Jesús mira al mundo pagano. Podemos decir que este enfermo es el representante de las primicias de la salvación en el mundo de los excluidos y de los marginados.
Desde el inicio el modo de actuar de Jesús es único: el enfermo es apartado de la gente, probablemente para que estas personas no interpreten mal las acciones que se dispone a realizar. Jesús toca al enfermo los oídos y la lengua curándolo de su mal e impone el silencio del milagro. Este silencio es característico de la teología de Marcos pero también es elemento de diferencia de Jesús con los taumaturgos de su tiempo. Jesús no busca fama y honor sino el anuncio de la presencia actuante del Reino de Dios.
La gente presenta a Jesús un sordo que, por la misma dureza de oído, sólo puede hablar con mucha dificultad, y tal vez sólo balbucía o tartamudeaba: toda una imagen de impotencia humana. Jesús toma la miseria humana muy a pecho: introduce sus dedos en los oídos del sordo y le toca la lengua con su saliva. Se acomoda así al pensamiento del pueblo y no deja duda alguna de que quiere sanarle de su mal. Pero la curación viene por su palabra soberana: Effetá. El mandato es a la persona y no a sus órganos. Jesús la pronuncia por propia iniciativa, pero después de haber elevado los ojos al cielo (actitud orante: Mc 6, 41) y en comunión con su Padre celestial. Él mismo está íntimamente conmovido, como lo revela el suspiro (signo de intensa oración hecha no con palabras: Rom 8, 23.26). Los gestos de Jesús aluden al ambiente litúrgico: impuso las manos, miró al cielo y suspiró. Las dolencias que deforman la creación de Dios quedan eliminadas y vuelve a brillar el esplendor original de la creación. Es un signo de la nueva creación que Dios realizará algún día. En la mañana de la creación, Dios todo lo hizo bien (Gen 1); en el día de la consumación, “todo lo hará nuevo” (Ap 21,5).
La gente es la que lleva al sordomudo a Jesús y le suplican que le imponga las manos. Y son ellos los que exclaman reconociendo el milagro operado por Jesús no con una exclamación de triunfalismo político mesiánico sino de un reconocimiento gozoso de la multitud de la eficacia desalienante de la presencia del Reino de Dios: “Lo ha hecho todo bien: hace incluso oír a los sordos y hablar a los mudos” (Cf. Is 35,5), expresando así que Dios es fiel y cumple su promesa enviando a su pueblo la salvación prometida.
Para escuchar la Palabra
Dios viene en persona a quien tiene necesidad de Él. “Mirad a vuestro Dios, viene en persona a salvaros” (Is 35, 4b). Dios no es necesario a quien no lo echa en falta. El milagro de Jesús en tierra extranjera realiza uno de los signos “soñados” por el profeta Isaías: posibilitar la escucha y abrir al diálogo a un hombre. El sordomudo nos representa como personas incomunicadas con nuestros semejantes y Dios. Este relato manifiesta cuánto Dios estaría dispuesto a hacer con cada uno de nosotros, si nos atrevemos a presentarnos ante Jesús tal como somos. El sordomudo por el “toque” de Jesús en sus oídos y lengua se abre a la palabra de Cristo. ¿No conocemos a alguien, familiar o amigo, que necesite algo de Jesús? ¿Es que no hay entre quienes queremos nadie que esté empeñado en no hablarse con Dios o que no se sienta dispuesto a escucharle? ¿Qué esperamos entonces para conducirlo ante él y rogarle que le imponga sus manos y le abra labios y corazón? ¿Por qué respetamos a cuantos más queremos tanto como para dejarlos solos con sus males, si Jesús podría sanarlos inmediatamente con tal de que se los presentáramos? Como aquella gente estamos llamados a llevar ante Jesús a nuestros hermanos ¡cuánto mejoraría nuestra comunicación entre nosotros y de nosotros con Dios! Y nosotros mismos, ¡cuánto curaríamos si fuésemos más dóciles para dejarnos conducir por los demás a Jesús!
Para orar con la Palabra
Es tu palabra soberana Señor la que me sana mi soledad radical, ya que vivo sin comunicarme con mis semejantes y mi Dios. Mis oídos están cerrados, no sé escuchar y, naturalmente, no sé expresarme. Tú eres el único que toma en serio mis males y me devuelves a mi comunidad para vivir la comunión en la comunicación con mis hermanos y contigo. La sordera y la mudez me condenan al aislamiento y a la marginación y tu intervención en mi vida me concede dignidad. Sólo en la escucha y en la comunicación me valoraré con la dignidad de Hijo. No permitas que continúe viviendo en la muerte del aislamiento, del egoísmo, de la incomunicación. Abre mis oídos a la escucha y suelta mi lengua a la comunicación. Así te escucharé y podré proclamar lo bueno que eres. Señor que me mantenga en libertad para hablar y liberado para escuchar. Hazme tu predicador librando mi mudez y mejor creyente abriéndome a la escucha.
El texto Marcos 7,1-8.14-15.21-23 Descargar PDF
1Se reunieron entorno a él los fariseos y algunos de los escribas venidos desde Jerusalén. 2Y viendo que algunos de sus discípulos que con las manos impuras, es decir sin lavarlas, estaban comiendo panes 3 – pues los fariseos y todos los judíos si no se han lavado las manos cuidadosamente no comen, guardando la tradición de los mayores, 4y después del mercado si no se han lavado no comen, y hay muchas otras cosas que han recibido para guardar, abluciones de los vasos, de las jarras y de los cuencos de cobre – 5y le preguntaron los fariseos y los escribas: “¿Por qué tus discípulos no andan según la tradición de los mayores, sino que comen el pan con las manos impuras?” 6Les dice: “Bien profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: 'Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón se ha distanciado lejanamente de mí. 7En vano me alaban enseñando doctrinas que son mandatos de los hombres' 8desobedeciendo el mandamiento de Dios guardan la tradición de los hombres”. [...]
14Y llamando de nuevo a la multitud les decía: “Escúchenme todos y comprendan, 15Nada hay que de fuera del hombre que entrando en él pueda hacer impuro, pero son las cosas que del hombre salen las que hacen impuro al hombre. [...]
21Pues dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, las fornicaciones, robos, asesinatos, 22adulterios, envidias, maldades, engaños, indecencias, ojos malos (soberbia), blasfemia, arrogancia, estupidez. 23Todas estas cosas malas desde dentro salen y hacen impuro al hombre.
LEXIO
Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)
Hay una inspección sobre Jesús, su fama ha llegado hasta el centro religioso de Jerusalén (cf. Mc 3, 22) y un grupo se reúne en torno a él. Pero el actuar de los discípulos les impresiona porque no cumplen sus expectativas, ya han ocurrido controversias similares con los discípulos del Bautista, fariseos, escribas y herodianos. Él mismo es inspeccionado para tener de qué acusarlo (Mc 2, 18.24; 3, 2).
La controversia es sobre el tema de la pureza ritual, tan preciada en el sentimiento religioso judío; pero Jesús advierte que es necesaria antes que nada la pureza del corazón. Estas abluciones van más allá de ser simples normas de higiene, se vuelven un medio de “justificación” delante del Señor. De ahí el reclamo del profeta Isaías (29, 13), el pueblo ha alejado su corazón del Señor cambiando el temor y reverencia a él por meros mandatos aprendidos de hombres. Con esto Jesús afirma una anulación del proyecto divino por una tradición humana. En los versos que omite la lectura litúrgica Jesús explica con un ejemplo, la falta de caridad hacia los padres declarando como ofrenda los propios bienes (vv. 9-13).
Jesús arremete contra la pureza externa declarando que la impureza sale del corazón. En los otros versos omitidos (vv. 17-20) va más allá, diciendo que la impureza no entra por la boca. La vigilancia sobre la pureza ritual de los alimentos (kosher) es uno de los elementos más hondos de la fidelidad del judío, habiendo mártires por preservar estas normas. Esto hace ver el gran conflicto que tales palabras representan para el mundo hebreo; sin embargo Jesús no ataca la norma en sí misma, sino las maldades que se gestan dentro del corazón de los hombres. Es enfático en este “dentro”, entendiendo que el único responsable de la impureza es el propio hombre, su profunda voluntad corrompida.
REFLEXIO
... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)
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Las leyes divinas y las tradiciones humanas, como nos ha mostrado el Evangelio, no siempre van de la mano. Las leyes humanas se establecen por consenso humano, no siempre de acuerdo al proyecto originario del creador. Y cuando estas dos realidades chocan, debemos pensar como Pedro y Juan delante del Sanedrín (Hch 4, 19): “Juzguen ustedes si es correcto a los ojos de Dios que les obedezcamos a ustedes antes que a él.”
Jesús, citando al profeta Isaías, nos da una clave para entender el motivo de esta distancia entre los mandamientos divinos y las tradiciones humanas: haber cambiado el temor-reverencia a Dios por simples doctrinas. Las tradiciones no son malas en sí, pero no bastan para vivir el proyecto divino, es necesario siempre buscar a Dios, sin contentarnos ni autojustificarnos con prácticas externas que no tocan el corazón.
Jesús nos alerta que los males se generan en el corazón del hombre, no porque la naturaleza del hombre sea mala, sino porque el corazón se ha alejado de Dios. Buscar impurezas externas busca eximirnos de nuestra responsabilidad de nuestras maldades. No nos es válido hacer porque todos hacen, ni condenar el mal del mundo si no nos empeñamos primero a combatir el mal de nuestro corazón. No por imponer leyes “religiosas” en nuestro mundo garantizaremos que se instaure el Reino de Dios, sino hasta que se practique el proyecto divino, con o sin ley humana. Estar cercanos a Dios nos hace ver, juzgar, y actuar con la misma libertad que los discípulos actuaban conviviendo con Jesús, porque sabemos en el mandamiento del Amor se sintetizan toda la ley profetas (Mt 22, 40).
ORAXIO
Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)
“Ama y haz lo que quieras”. (San Agustín)
Señor, enséñame a custodiar mi corazón. Que no me aferre sólo a las tradiciones humanas, sino a tu Palabra viva que me transforma y transforma a tu Iglesia; que el tesoro que he recibido y aprendido de mis padres no sea un adorno en el estante, sino herramienta para buscarte, para construir el futuro, para ser más humano y más divino. Que el temor a la “impureza” no me orille al pecado, pues si me alejo del Amor me alejo de ti. Y sin ti no puedo juzgar lo que es bueno o malo, porque seré víctima de mis caprichos, de mis miedos y vanaglorias. Acércame a tu Corazón, que tu Amor sea mi ley, palabra viva grabada en mi carne, para actuar en la libertad de los hijos de tu Padre, que es mi Dios y Señor.
CONTEMPLAXIO
y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios)
¿Cómo me siento delante de Dios y delante de mis hermanos cuando escucho esta palabra?
¿Cuáles son las tradiciones que observo, por qué las observo?, ¿las conozco y las reconduzco para que me acerquen a Dios? ¿Me siento invitado(a) a custodiar mi corazón?
¿Busco verdaderamente a Dios?, ¿le guardo reverencia y amor personal o lo he reducido a un “algo” tradicional?
¿Cómo vivir la fe en una sociedad laicista y secularizada donde las leyes de Dios son menospreciadas o abolidas?, ¿confrontación y condena, dejadez o aislamiento, compromiso personal y comunitario?
Marcos 7:1-8, 14-15, 21-23 Descargar PDF
1 Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén.
2 Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas,
3 - es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos,
4 y al volver de la plaza, si no se bañan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas -.
5 Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?»
6 El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí.
7 En vano me rinden culto, ya que enseñan doctrinas que son preceptos de hombres.
8 Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.»
14 Llamó otra vez a la gente y les dijo: «Oídme todos y entended.
15 Nada hay fuera del hombre que, entrando en él, pueda contaminarle; sino lo que sale del hombre, eso es lo que contamina al hombre.
21 Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen las intenciones malas: fornicaciones, robos, asesinatos,
22 adulterios, avaricias, maldades, fraude, libertinaje, envidia, injuria, insolencia, insensatez.
23 Todas estas perversidades salen de dentro y contaminan al hombre.»
Para comprender la Palabra
Marcos describe con más detención, de lo que es habitual en su evangelio, una polémica de Jesús con los fariseos y los escribas. El hecho que inicia el conflicto es que los fariseos y los escribas se sorprenden al ver que los discípulos de Jesús no cumplen con las leyes rituales de purificación; según la doctrina farisea, se debía respetar estrictamente la normativa de los maestros, la llamada “tradición de los ancianos”, esto es, el conjunto de comentarios y de normas relacionadas con las partes legislativas del Pentateuco que habían sido elaboradas y enriquecidas a lo largo del tiempo por los escribas. Tal tradición obligaba a que las personas se lavaran ritualmente las manos antes de las comidas y que purificaran los objetos usados para comer.
Ante las críticas, Jesús responde a los representantes religiosos de Israel diciéndoles que se fijan demasiado en una tradición que es puramente humana, mientras olvidan los mandamientos de Dios. Jesús cita en su respuesta un fragmento de Isaías (Is 29, 13), en el que Dios rechaza el culto de Israel porque es puramente formal, externo, y no corresponde a un sentimiento profundo. Isaías criticaba la práctica superficial de la religión, que bajo apariencia de piedad es tan sólo expresión de intereses humanos. Jesús se sitúa en la línea de los profetas de Israel, que a menudo habían criticado el culto hipócrita de quien prescinde de las exigencias morales y sociales de la Ley.
Después de sus duras palabras contra los fariseos, Jesús llama a la gente. Ante todo el mundo afirma que la impureza no está fuera de la persona sino dentro de ella. Tan sólo la maldad humana puede convertir las cosas en impuras. El mal no está, por lo tanto, fuera del hombre, sino en su interior. La pureza o la impureza dependen de la actitud profunda de la conciencia. El corazón es la sede de la personalidad humana y es también, por eso mismo, el único lugar donde pueden nacer la maldad y la impureza. De allí sale todo lo que es malo. Las malas intenciones llevan después a todo tipo de acciones desordenadas, que aquí se explicitan en una larga lista de comportamientos inaceptables. La frase final, formando una inclusión con la primera, reafirma la atención a la interioridad del hombre como el lugar de origen de la bondad o de la maldad. Por otro lado, evidencia que la lista anterior no pretende ser completa, sino que tan sólo se trata de una muestra de la maldad que el hombre es capaz de poner en práctica.
Para escuchar la Palabra
La polémica de Jesús con los fariseos nos puede resultar hoy incomprensible, si se olvida la importancia de la pureza ritual en la cultura, y en el culto, de sus días. Tal impureza imposibilitaba el acceso a Dios y condenaba a la marginación social. Jesús desconoce ese sistema, porque libera a la obediencia interior a Dios: aferrarse a tradiciones que no inciden en el corazón del hombre es el mejor modo de desligar el corazón de su Señor; insistir en cuanto está ya escrito y puede ser leído, hace innecesaria el esfuerzo por llegar a la voluntad del Dios vivo. La crítica de Jesús es demoledora y actual: Dios exige pureza donde puede nacer el mal, en la intimidad del hombre; usos y normas que no fomenten esa pureza de corazón no han de ser contemplados por sus discípulos, por bien vistos que sean por los demás. No es lo que piensan los otros cuanto debe preocupar a los discípulos, sino cuanto quiere Dios de ellos. ¿Cuáles de esos comportamientos que Jesús reprocha están presentes en mi vida cristiana y consagrada? ¿Qué busco cuando cumplo mis compromisos? ¿Suelo fijarme en quien no cumple como yo y soy duro con ellos?
Atrincherarse en lo que siempre se ha hecho no es una buena defensa para evitar hacer lo que Dios pide. Seguramente con la mejor de las voluntades, los fariseos de manos limpias pretendían relacionarse con Dios, pero les importaba menos guardar limpio el corazón; se defendían de la obediencia a Dios siguiendo caminos trillados, normas de antiguo cumplimiento; por apreciar demasiado lo acostumbrado, lo que se hacía desde siempre, menospreciaban la voluntad siempre nueva de Dios. Seguir la tradición de los mayores era, en este caso, dejar de lado el querer divino. ¿Qué tan limpio está mi corazón en el servicio al Señor? ¿Suelo preguntarme qué espera el Señor de mi más allá de un cumplimiento externo?
Por no molestarse en saber qué es lo que Dios quería de ellos, cómo quería ser mejor servido, se refugiaban en cuanto sabían que había pedido antes o cómo había sido servido por otros. Jesús critica con fuerza esta ilusión de los piadosos: aferrarse a tradiciones que no cambian el corazón, por mucho que limpien las manos, es un modo hipócrita de servir al Dios que hizo nuestras manos y nuestro corazón. Jesús exige que haya pureza allí donde surge el mal, y no sólo donde se transmite; quiere limpieza en el origen tanto como en los medios; premia la pureza en el corazón más que la limpieza de las manos. ¿Cómo quiere el Señor que le sirva? ¿Qué seguirá siendo válido de lo que hasta ahora cumplo? ¿Qué deberá cambiar para que mi servicio sea con pureza de corazón?
Para orar con la Palabra
Señor Jesús, purifica y limpia mi corazón del egoísmo y del orgullo que me tientan a vivir de apariencias, en doblez de corazón y en hipocresía religiosa. Reconozco que he actuado centrado en cultivar lo que otros puedan pensar de mí, más que rendirte verdadero culto a ti. Vacío me he quedado cuando, en aras de prácticas religiosas externas, no he buscado la justicia y la santidad interna de vida. Hazme humilde para poder reconocer mi pecado y para poder aceptar mis defectos y mis límites delante de ti y de los demás sin tener que buscarme una “fachada”. Haz que experimente de ti la misericordia y el perdón que renuevan y purifican el corazón. Sólo así podré ser cordialmente misericordioso y comprensivo con los demás. Dame libertad para obrar en todo según tu voluntad en lugar de quedarme “fijo” en tradiciones meramente humanas. Señor Jesús, abre cada vez más mi corazón para que Tú estés en mí y de mí surja con pureza de corazón el servicio a tu voluntad. Amén.
P. Francisco Javier Ruiz
Juan 6:60-69 Descargar PDF
60 Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: «Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?»
61 Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: «¿Esto os escandaliza?
62 ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes?...
63 «El espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y son vida.
64 «Pero hay entre vosotros algunos que no creen.» Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar.
65 Y decía: «Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre.»
66 Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.
67 Jesús dijo entonces a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?»
68 Le respondió Simón Pedro: «Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna,
69 y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios.»
Para comprender la Palabra
El discurso de Jesús sobre el pan de vida y, más aún, las palabras eucarísticas, decepcionaron y escandalizaron. Los judíos habían reaccionado con murmuraciones y dudas al discurso de Jesús, pero son sus discípulos quienes se escandalizan y lo abandonan: es demasiado duro tener que seguir a alguien que es, además de comensal, comida, alimento de viandantes lo mismo que compañero de camino. La Eucaristía, desde sus mismos orígenes, ha sido prueba para la fidelidad de los seguidores de Jesús; también hoy. Pocos hoy, de cuantos se acercan a Jesús están dispuestos a hacerle alimento de su vida. Quien resiste la tentación del desencanto, podrá ser reconocido por Jesús como un don que el Padre le ha hecho: regalo de Dios es para Jesús quien lo acepta como su auténtico alimento. Optar por quedarse con él, como Pedro, sin llegar a entenderlo muy bien del todo, confirma que ha sido Dios quien nos ha elegido. La fidelidad a Cristo es fácil cuando se descubre la fidelidad de Dios a uno y su amor privilegiado; y ambos los percibe quien recibe a Jesús como alimento eucarístico.
Esta sección narra la última actividad de Jesús en Galilea. Lo mismo que su ministerio en Judea termina con el fracaso, salvado únicamente por la confesión de Pedro, representante de los Doce. Sin embargo, el éxito y el fracaso de la actividad de Jesús son relativos, ya que todo lo que ocurre sucede conforme al plan de Dios ¿Vale como medida de todo éxito o fracaso?
Juan escribe con ambigüedad intencionada. Habla del Hijo del hombre, que volverá a subir donde estaba antes. Dicho en otras palabras: Jesús no es un hombre cualquiera. Es el Hijo del hombre. Y, en cuanto Hijo del hombre, es el pan de vida y su carne y sangre comunican la vida. Si entrega su carne para ser comida y su sangre para ser bebida, lo hace en cuanto que es el Hijo del hombre. Quien, a la luz de la fe, de la “atracción” de Dios, comprenda esto, no se escandalizará, sino que aceptará plenamente la palabra de Jesús. No se trata, por tanto, de un aumento en el escándalo sino de dar la razón del mismo: El escándalo se produce sencillamente porque no se reconoce quién es Jesús. Los que lo reconocen, como el Hijo del hombre, saben que puede hacer lo que dice y aceptan su palabra.
El discurso sobre el pan de vida y el pan de la eucaristía es situado en su perspectiva adecuada hablando de la “ascensión” y del Espíritu Santo. La carne en cuanto carne pertenece al ámbito del pan “perecedero”. El Espíritu es el que da vida. Ahora bien, Jesús en cuanto Hijo del hombre, pertenece a esa esfera de arriba, del Espíritu. Sólo en cuanto penetrado por el Espíritu, puede entregar la carne y la sangre, animadas del mismo Espíritu, como principio de vida eterna.
Pedro, ante el reto que Jesús plantea: ¿También ustedes quieren irse?, en nombre de los doce, reafirma su adhesión a Jesús por ser el santo de Dios. Es la primera vez que el evangelio de Juan habla del grupo de los Doce.
Para escuchar la Palabra
La gente, que había acudido en masa a Jesús para oírle y los cinco mil que habían sido alimentados con unos panes, hubieran querido hacer rey a Jesús; en cambio, Jesús, en vez de rey quiso serles pan, en lugar de señor absoluto eligió ser alimento; y la entusiasmada muchedumbre pronto se defraudó de ese Jesús milagrero, porque no coincidía con sus proyectos: mientras les sirvió como ellos querían, curando enfermos o paliando hambres, le siguieron ilusionados; pero cuando dejó de actuar y empezó a decirles eso de que el pan verdadero era él y que para vivir siempre habría que comerlo, comenzaron muchos a dudar de Jesús y a abandonarlo en masa, porque este modo de hablar, decían, es inaceptable.
Lo que sucedió en Galilea se repite hoy. ¿Soy de los cristianos que siguen a Jesús por lo que les da, que le prestan su confianza porque han recibido su protección, que buscan en él los prodigios que ellos no se pueden agenciar?¿Qué busco cuando voy tras el Señor?; ¿me defrauda cuando no satisface mis necesidades?; ¿o no es verdad que lo estoy abandonando porque ya no me sirve como antes?
Habemos cristianos cansados de Jesús. Creyentes que seguimos buscando nuevas aventuras y caemos en manos de nuevos señores. No nos avergoncemos, si alguna vez hemos sentido la tentación de dejar a Cristo, por lo poco que nos sirve o lo difícil que se nos hace entendernos con él. Sólo quien ha superado la tentación, deja probada su fidelidad. Pero no olvidemos que la incomprensión del amigo es más dolorosa que el desprecio del enemigo: abandonar a Jesús, tras haberle seguido durante años, es más humillante que negarse a seguirle nada más haberle encontrado. Es realmente trágico que fueran los hombres más cercanos a Jesús los que comenzaron el éxodo y consumaran la traición. Para abandonarlo, siempre hay una buena excusa: ‘habla, decían los desertores, de forma inaceptable’. Para quedarse junto a él, basta la razón de Pedro; bien mirado, una razón poco digna: no tenemos otro a quien acudir. Guardar fidelidad a Jesús no tendría que costarnos tanto, si tan poco exige: no tener dónde ir, no saber a quién buscar que sea una alternativa real a Cristo, puede convertirnos en discípulos auténticos. Y, una vez que sepamos que, en nuestra vida, no hay otro, fuera de Cristo, que nos merezca la pena, nos convenceremos que sólo él tiene palabras de vida. ¿He sentido la tentación de abandonarlo? ¿Tengo otras alternativas como discípulo? ¿Cómo cultivo mi fidelidad a Él?
Para orar con la Palabra
Dame, Señor, tu Espíritu para yo pueda comprender tus palabras de vida eterna; para que no me eche atrás; para que no abandone en momentos de prueba cuando me parezcas inhumano en tus demandas. Si me dieras tu Espíritu me mantendré firme, arraigado y atado a ti, contento de seguirte aunque quizás con pocos otros. Como Pedro hoy te confieso mi fe: “Señor a quién iré? Solo tú tienes palabras de vida eterna”.
P. Francisco Javier Ruiz
Juan 6:51-58 Descargar PDF
51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.»
Para comprender la Palabra
El relato joánico de la multiplicación de los panes es el punto de partida de una serie de diálogos de Jesús con la gente. Nos ubicamos al final del “discurso sobre el pan de vida” (vv 22-59). Tras la multiplicación de los panes, Jesús ha ido conduciendo a sus oyentes a la aceptación de su persona; quien les dio pan hasta la hartura, es el Pan que asegura la vida; quien les salvó del hambre un día les salvará de la muerte para siempre. Son los interlocutores judíos quienes con su incredulidad, sus preguntas y malentendidos, hacen que Jesús insista repetidamente en estos temas profundizando cada vez más en su revelación como Pan de vida. En un determinado momento de estos diálogos, Jesús habla de su propia carne como el pan de vida, y este realismo resulta inaceptable para los que lo escuchan: sin comerlo ni beberlo no hay vida que supere la muerte.
Jesús responde a los que discuten por sus afirmaciones. La respuesta a la dificultad planteada en el versículo 52 ocupa la mayor parte de nuestro texto (vv. 53-58). Jesús defraudó a los judíos que lo buscaban, porque querían de él sólo pan y no pensaban en que se iba a ofrecer a sí mismo como pan de vida: no era de él de lo que sentían hambre y no lo aceptaron como el pan de sus vidas. Él mismo se propone como alimento que auténticamente sacia el hambre más profunda. Y habla con un lenguaje bastante realista. Los términos “carne” y “sangre” recuerdan a los animales que se sacrificaban en el templo y que, según la mentalidad israelita, proporcionaban el perdón de los pecados. Así el evangelista presenta a Jesús como víctima sacrificada capaz de proporcionar vida eterna. Pero la otra experiencia se refiere al hecho habitual de tomar alimento. Comer su carne y beber su sangre significa acoger su persona como don de Dios y tener vida por él. Pero hay algo más: Jesús no es sólo el alimento, sino también el anfitrión que nos convida, puesto que él se da a sí mismo como comida.
El texto tiene muchas resonancias eucarísticas. Los términos “carne” y “sangre” no sólo recuerdan que Jesús se entregó totalmente hasta el final, sino que también aluden a la eucaristía, el banquete cristiano, en el que se hace memorial de la muerte y resurrección de Cristo. Una muerte que es dadora de vida. De este modo comer su cuerpo y beber su sangre significa tener vida por Jesús y tener vida en Jesús. La unión entre Jesús y los que creen queda afirmada repetidamente en el evangelio de Juan, por medio de diversas imágenes (por ejemplo, la de la vida y los sarmientos en Jn 15, 1-10). Por otro lado, la vida divina de Jesús es unión con el Padre y, por tanto, a través de Jesús el creyente participa de esta comunión divina de vida y de amor. Alimentarse de su cuerpo y de su sangre implica recibir ya la vida eterna, pero todavía no en plenitud (vv. 53-54); supone introducirse en la relación de comunión que se da entre el Padre y el Hijo (vv. 55-57); significa la mutua pertenencia (v. 56).
Para escuchar la Palabra
Jesús ha insistido que el verdadero prodigio no está en saciarnos gratuitamente de pan un día sino en tener a Él como alimento y bebida. Él es viático hoy en nuestra camino y el banquete de sacia toda hambre mañana. ¿Cómo estoy valorando la Eucaristía? ¿Realmente me estoy alimento de él?
La Eucaristía no puede ser un acto privado de devoción sin implicaciones concretas en nuestra vida social y comunitaria. ¿A qué me compromete celebrar el memorial de la muerte y la resurrección de Jesús? Celebrar la Eucaristía no puede dejarnos indiferentes, ¿Cómo me impulsa a entregarme a los demás a imagen de Cristo?
“El que coma de este pan, vivirá para siempre”. Lo escandaloso de Jesús no está en ser ideal de vida a seguir sino en presentarse como pan de vida a comer; sin alimentarse de su carne ni beber de su sangre, no hay vida posible. Jesús se compromete a vivificar a quien se atreva a asimilarlo corporalmente; a diario produce la vida que promete si es comido y bebido. ¿Lo como y lo bebo? ¿Me alimento con frecuencia de él? Hacemos mal evitando participar de la Eucaristía o, mucho peor, asistiendo sin atrevernos a acercarnos a la mesa; ¿qué diríamos de quien va a un banquete pero ni prueba bocado?; ¿no es insólito tener hambre y no servirse? Es lo que pasa a una mayoría de cristianos de misa dominical: siguen alimentando su hambre de Dios, siguen ahondando sus deseos de vida, mientras menosprecian, por no quererlo, el pan de Dios, Cristo-Eucaristía. No tiene derecho a quejarse de Dios, ni puede ser feliz, el cristiano que, pudiendo, no ahoga su sed ni calma su hambre con Cristo, pan de vida y bebida de salvación. Ni podrá estar seguro de ser resucitado tras su muerte, si durante la vida no se alimentó de Cristo. Es una lástima que, necesitándolo tanto, no lo convirtamos en pan de vida hoy y causa de resurrección. Es lo que quiere ser para todos nosotros.
Jesús no se ha comprometido a hacernos esta vida más llevadera, sino a proporcionarnos otra, la eterna; podemos soportar, pues, nuestras carencias aquí porque estamos seguros de que habrá para nosotros, los que comemos el cuerpo de Cristo, una vida sin límites y sin necesidades, para siempre. Sobreviviremos a nuestras hambres, si no dejamos de alimentarnos con el pan que Dios ideó para ellas: el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. ¿Es la Eucaristía fuente de esperanza para mi vida? ¿Cómo me ayuda a ser fuente de esperanza para quienes me rodean?
Para orar con la Palabra
Señor ahora que podemos comprarnos cuanto se nos antoja y saciarnos de lo que nos gusta es cuando más infelices somos a nivel de sociedad. Avívame el hambre de ti y es que estoy distraído. Tú dentro de mí y yo fuera. ¿Cómo reconocer que eres respuesta a mi hambre si ando recurriendo a otras instancias que sólo ahondan mi hambre y me dejan frustrado? Y es que tantas veces me cuesta aceptar que tú puedes saciar mi hambre y apaciguar mis más íntimos deseos. Creo que me comporto como un necio porque sabiendo que tú sacias mi necesidad y hasta predicando esto mismo a mis hermanos voy alimentando en vano nuevos deseos. Y al no recurrir a ti te convierto en un bien perecedero y en un pan inútil. ¿No crees que busco fuera de ti lo que sólo tú puedes darme? ¿No crees que cuando a ti recurro te pido que sacies de ciertos bienes que tú no quieres darme? Señor, ¿para qué buscar en ti lo que no estás dispuesto a darme? Necesito conocer mis auténticas carencias, esas que tú realmente quieres colmar. Porque aún careciendo de todo, teniéndote a ti ya tengo todo y sin ti, aunque con muchos bienes, pierdo todo.
Juan 6:41-51 Descargar PDF
41 Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo.»
42 Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?»
43 Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros.
44 «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día.
45 Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí.
46 No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
47 En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna.
48 Yo soy el pan de la vida.
49 Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron;
50 este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera.
51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
Para comprender la Palabra
Tras haberles saciado el hambre multiplicando el pan y haberles, después, recriminado que volvieran a buscarlo sólo porque andaban deseosos de pequeños prodigios, Jesús se presenta ante amigos y extraños, para sorpresa de todos, como el verdadero milagro: yo soy el pan bajado del cielo. Con la actual perícopa san Juan profundiza sobre las relaciones del Hijo con el Padre y la necesidad de creer en él.
Con unas frases Jesús revela su origen divino: “He bajado del cielo” y “yo soy”. Lo que escuchan su oyentes es inadmisible. De nuevo la resistencia a creer, verdadera murmuración contra Dios (cf. Ex 16), parte de un malentendido: no se puede arrogar orígenes superiores aquel de quien se conoce patria y padre. La cuestión del origen de Jesús aparece frecuentemente como motivo de incomprensión: ¿Cómo puede conciliarse la afirmación de que es el Hijo del hombre con su origen humano, o este origen humano con la afirmación de ser el pan que ha bajado del cielo? La ironía no puede ser más sutil: verdaderamente lo conocen, pero no lo pueden reconocer porque no se les ha dado; sus objeciones confirman que Dios atrae, camina hacia Jesús; de ahí que quien se acerca a él, deba saberse movido por Dios: su movimiento hacia Jesús han sido iniciado por Dios, por eso son sus ‘iniciados’, discípulos de Dios. Él, el enviado y el revelador del Padre, está en Dios, de allí ha bajado como pan de vida para el hombre. Conciliar el origen humano con el verdadero origen de Jesús sólo puede lograrse mediante el don de la fe, que Dios regala. Nadie puede ir a Él si no fuere “atraído” por el Padre.
La atracción es una invitación a la decisión ante su manifestación en la Escritura. Jesús se halla testimoniado en la Escritura. La cita de Is 54, 13 descubre la conciencia de la comunidad joánica de estar viviendo los tiempos en que Dios es el único Maestro de su pueblo; la docilidad a Dios termina por descubrir a quien por él fue enviado: ponerse a escuchar a Dios conduce a Cristo. Quien ha creído en Cristo se entiende, pues, atraído por Dios, su discípulo y su aprendiz.
La mediación del Padre la tiene en exclusiva quien estuvo con él desde el principio; quien viene de Dios es quien lo ha visto; para creer en él no hace falta una previa experiencia directa de Dios; creer en él consigue la vida eterna.
Vuelven de nuevo las ideas sobre el pan del cielo (vv. 48-51) repitiéndose la comparación con el pan del desierto; como el maná, Jesús viene del cielo; sólo el pan que baja de lo alto, Jesús en persona, garantiza la vida. De esta forma, la vida sin muerte se relaciona con un pan de vida que hay que comer. Aparece, con todo, un nuevo, inaudito, dato en la revelación: de creer en él hay que pasar a alimentarse de él, de la fe a la comida; el modo de relacionarse con Cristo es ahora tan concreto como insólito.
Para escuchar la Palabra
Algunos de la muchedumbre creyeron conocerle bien pero Jesús no los reconoce como suyos. Creían conocerlo demasiado bien como para no esperar milagros de su parte; sabían sobre él tanto como para no creerse lo que les estaba diciendo: un hombre cuyos padres son conocidos no puede venir inventándose orígenes insólitos; no proviene del cielo aquél cuyos padres viven en la tierra. También nosotros creemos conocer tan bien a Jesús que no nos creemos ya todo lo que nos promete; por saber tanto sobre él, se nos está haciendo tan ‘cuesta arriba’ creerle; debido a nuestra familiaridad con él y su evangelio, damos por sabido todo lo que pueda decirnos y por imposible cuanto pueda prometernos. Y cuando nos encontramos con él, si es que lo buscamos, lo tratamos como si fuera un viejo conocido, alguien de quien apenas esperamos sorpresas. ¡Y pensar que podríamos vivir lo extraordinario, tomando en serio a Jesús acogiéndolo por su palabra! Si permitiéramos que Jesús fuera para nosotros lo que se nos ofrece ser, pan de vida para nuestra hambres, nos convertiría en personas satisfechas, por más cosas que nos faltaran. ¿Busco al Señor en mi vida? ¿Me dejo sorprender por él o ya lo he “domesticado”? ¿Experimento hambre de él?
Es el mismo Jesús quien nos apunta el motivo de recurrir a Él. No va a él quien lo necesita, sino quien es enviado por Dios; no busca a Jesús quien quiere, por mucho que lo necesite, sino quien es querido por su Padre, que es quien lo encamina hacia él. El hambre de Dios sólo Jesús lo sacia porque es alimento cumplido. Necesario es que nos pongamos la escucha de su voluntad. Los que encuentran en Jesús el pan de vida es que han vivido a la escucha de Dios, en su escuela. ¿Me siento atraído por Dios para ir a Jesús? ¿He murmurado contra el Señor? ¿Me estoy alimentando de Cristo que se me presenta como Pan Vivo bajado del cielo?
Para orar con la Palabra
Hazme saber Padre que eres tú quien me pone en las manos de tu Hijo. Antes de que sienta necesidad, él me tiene preparada la solución; antes de que piense en él, él está pensando en mí; mi fe, mi opción por seguir a Jesús y quedarme con él es reflejo y efecto de la fidelidad que tú, Padre mantienes conmigo. Ayúdame a dejarme educar por ti para que salga de mis pequeñas preocupaciones y me ocupe de lleno en aprender de Él. Pues Jesús se ha comprometido a ser el Pan no ya de la vida que muere sino sustento de la vida inmortal. Quiero levantarme de mi sueño y de mi desaliento y recuperar fuerzas como Elías para seguir adelante, caminado hacia donde tú, Señor, me estás esperando.
Juan 6:24-35 Descargar PDF
24 Cuando la gente vio que Jesús no estaba allí, ni tampoco sus discípulos, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm, en busca de Jesús.
25 Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
26 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.
27 Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello.»
28 Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?»
29 Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado.»
30 Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas?
31 Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.»
32 Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo;
33 porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.»
34 Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan.»
35 Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Para comprender la Palabra
Este discurso sobre el pan de vida está localizado al día siguiente de la multiplicación de los panes y se ubica en Cafarnaúm. Hay una búsqueda de Jesús sincera y trabajosa, por parte de la muchedumbre, aunque todavía no sea fe. Buscan a Jesús no por sí mismo sino por cuanto les satisface.
Esta primera parte del discurso que se nos presenta alude a la fe en Cristo, Pan de vida, bajado del cielo; abunda en alusiones de tipo sapiencial, pudiéndose ser entendido como un comentario a Ex 16, 15 y Sal 78, 24. Este discurso cuyo género literario es homilético se abre con una pregunta a la que Jesús no contesta directamente: “Maestro, ¿cuándo llegaste acá?”. La búsqueda de Jesús es interesada, guiada por la satisfacción de la necesidad; Jesús desvela las razones no aclaradas: han sido testigos de un milagro, se han aprovechado de él; pero no han captado su carácter profundo; no merece la pena esforzarse por buscar a Jesús, si quieren únicamente tener asegurado el pan material. Sólo quien reconoce el signo visto, puede reconocer al Hijo que da el alimento que no perece; sólo por él vale la pena esforzarse. El Hijo puede dar ese pan, por tener el sello de Dios, su Espíritu.
Aparece de nuevo la incomprensión, recurso joánico: los judíos están dispuestos a realizar algunos preceptos de la ley: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” (v. 28). Esta asociación de la ley con el pan está bien atestiguada en la tradición rabínica. Jesús corrige esta concepción resumiendo toda la voluntad divina en la fe en él; no se trata de hacer cosas sino de aceptar una persona; ésta es la obra que asegura el pan de vida (v. 29). Pero quien no cree, necesita pruebas; no les basta el signo de la multiplicación; los judíos piden garantías para aceptar a Jesús y se apoyan en que Moisés, que les dio la Ley, venció su incredulidad con signos: el maná en el desierto. La gente, saciada por el milagro, pide más signos; desea ver probada la legitimidad de Jesús, de manera semejante a como Moisés demostró la suya. En el judaísmo contemporáneo de Juan, la mención del maná tenía resonancias mesiánicas: el nuevo Moisés les haría comer pan del cielo, un nuevo maná. Además, en la tradición bíblica, el maná se había convertido en símbolo profético de la fe en la palabra de Dios (Cf. Dt 8, 2-4. Sab 16, 20-28).
Jesús repudia estas esperanzas sin negarlas, sobrepasándolas: el pan de Moisés no era verdadero, perecía con el uso, se corrompía si no se empleaba. No logró satisfacer el hambre del pueblo. El único pan que garantiza la vida sólo lo puede dar el Padre y es el mismo Hijo en persona, a quien hizo descender al mundo para darle vida; el don de Moisés, la ley no es pan auténtico; sólo el don del Padre, el Hijo, es el pan que da la vida. La incomprensión de los oyentes no se sitúa ahora en la identificación de Jesús como dador del pan celeste, sino en la interpretación errónea de la naturaleza del pan verdadero; piensan que baja de las regiones superiores y que ha de conservar simplemente la vida natural. De este pan tienen hambre; la petición no es substancialmente diversa de la formulada por la Samaritana (Jn 4, 15). Podría percibirse aquí el eco de las discusiones que enfrentaban la sinagoga con los cristianos: usando los mismos textos y compartiendo una esperanza común, no lograban ponerse de acuerdo en torno a la persona de Jesús.
Para escuchar la Palabra
La multitud busca a Jesús porque logró calmarle su necesidad. Con inusual dureza Jesús desenmascara los verdaderos motivos de su búsqueda: lo quieren por lo que les da, no por cuanto es. La fe en él les conseguiría tenerle a su disposición como alimento imperecedero. Pero se pierden lo más, por andar tras lo menos. Buscar a Dios por lo que da es alimentar más nuestra necesidad; quererle por quien es, elimina el trabajo de tener que buscarnos más sustento. Si alguien nos asegura el pan, sin mucho esfuerzo, y la satisfacción de nuestras necesidades más vitales, ¿no sería necio perderlo de vista o no conseguir su amistad con todos los medios a nuestra disposición?
Jesús nos achaca que acudamos a Dios, cuando no logramos asegurarnos el alimento nosotros mismos; nos critica, si sólo vamos a Dios cuando no hemos podido calmar nuestra hambre y apagar nuestra necesidad. Sólo Él es necesario en nuestra vida. Dios es mayor que nuestra necesidad y mejor que sus dones. ¡Poco valora a Dios quien lo estima por cuanto le proporciona. ¿No es verdad que solemos acudir a Él sólo cuando tenemos necesidad de cosas? ¿Para que sirve un Dios al que sólo acudimos para que nos calme nuestra hambre y nos colme nuestras faltas? ¿No está siendo Dios un calmante a mi necesidad?
Para orar con la Palabra
También yo Señor como aquella muchedumbre acudo a ti más por mi hambre que por tenerte en mi vida. Yo también acudo a ti para utilizarte haciéndote raquítico y efímero como mis propias necesidades. Por ello hoy te pido perdón y quiero recurrir a ti no por cuanto me puedas dar sino por cuanto eres y quieres ser para mí. Soy pobre y necesitado y Tú eres mi riqueza. No permitas que logre autosaciarme recurriendo a otras fuentes sino ayúdame a comprender que tú eres único bien, el pan verdadero, que me sacia y el sostén fundamental de mi vida.
Juan 6:1-15 Descargar PDF
1 Después de esto, se fue Jesús a la otra ribera del mar de Galilea, el de Tiberíades,
2 y mucha gente le seguía porque veían las señales que realizaba en los enfermos.
3 Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
4 Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos.
5 Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?»
6 Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
7 Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco.»
8 Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
9 «Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?»
10 Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente.» Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.
11 Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
12 Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda.»
13 Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
14 Al ver la gente la señal que había realizado, decía: «Este es verdaderamente el profeta que iba a venir al mundo.»
15 Dándose cuenta Jesús de que intentaban venir a tomarle por la fuerza para hacerle rey, huyó de nuevo al monte él solo.
Para comprender la Palabra
Este milagro de la multiplicación de los panes es atestiguado por los cuatro evangelistas. Los datos iniciales de este relato joánico lo ponen en sintonía con la tradición sinóptica: se menciona el viaje por el lago, la multitud que se agolpa en torno a Jesús sedienta de señales, su fama de curandero y su retirada de la muchedumbre con sus discípulos, sube al monte (nueva alianza), los cinco panes y los dos peces, la recogida de los panes sobrantes, la retirada de Jesús al monte... San Juan es el único que menciona: “Estaba cerca la pascua” para subrayar que el pan multiplicado en ocasión de esta festividad orienta hacia la Eucaristía. Jesús es el verdadero cordero de la pascua que se da como alimento de vida eterna. ‘Estaba cerca la pascua’ también evoca el acontecimiento liberador de Israel, el Éxodo. Se halla implícita una comparación Moisés – Cristo.
La postura de Jesús de subir al monte y sentarse significa explícitamente que la actitud de Jesús es la de un maestro. La iniciativa de dar de comer parte directamente de Jesús que tienta a Felipe, gran conocedor de esos lugares, pues era de Betsaida. Felipe hace cálculos y constata la imposibilidad. Andrés, también de Betsaida, plantea un recurso pero que está tan desproporcionado con la necesidad.
El mismo Jesús da la orden de sentarse sobre la hierba que ahí crecía. Y con sus gestos sobre el pan el evangelista alude a las palabras que Jesús pronunció en la última cena (“tomó los panes”, “dando gracias”, “los distribuyó”). La necesidad supera las posibilidades: no disponen de suficiente dinero y andan escasos de provisiones. No obstante Jesús da gracias. En un contexto de carencia él reconoce el amor del Padre que le confía saciar el hambre de su pueblo. El signo deberá primero sorprender a los discípulos; ellos son sus mejores testigos, saben de su incapacidad; ellos serán los ministros deberán acomodar a la gente y recoger las sobras… Pero la distribución de los panes y pescados corrió a cargo de Jesús porque a san Juan le gusta concentrar toda la atención de su lector en Cristo, protagonista absoluto del Evangelio y del misterio de la salvación.
Los panes son de cebada (Cf. 2 Re 4, 42-44). Jesús los fue dando… y los peces “todo lo que quisieron”. Se refuerza la sobreabundancia del don de Dios. Además se menciona el mandado de recoger los panes sobrantes “para que no se desperdicien” que puede aludir a: que no se pierda nada de lo que tú me diste (Cf. Jn 11, 52 y 17, 12). El signo provoca una confesión de fe: Jesús es el profeta (Cf. Dt 18, 15, un profeta semejante a Moisés). La gente, sabiendo que sólo un profeta puede hacer señal semejante, lo confiesa como el que ha de venir. Es verosímil que la multitud deseara proclamar rey a Jesús, teniendo en cuenta las esperanzas mesiánicas en boga y el entusiasmo fácil de las masas galileas. Al rechazar Jesús, está desautorizando la concepción mesiánica que lo motiva. Jesús se retiró solo al monte.
Para escuchar la Palabra
Seguir a Jesús donde vaya, asistirle mientras predica o cura, acompañarle cuando va de camino o reposa en casa, es la forma de seguir presenciando milagros estupendos, ayer como hoy. Mantener una relación profunda y continuada con Jesús nos llevará a una sorpresa mantenida a una maravillosa aventura. ¿Cómo estoy como discípulo con respecto a mi Señor? ¿Me mantengo cercano, cultivando una relación estrecha? Jesús sabe que las necesidades de la gente son siempre mayores que sus posibilidades personales pero no quiere actuar sin nosotros. Nos pide que sumemos nuestros escasos recursos para saciar el hambre de tantos. Hambre no sólo de pan sino de felicidad, de amor. ¿Qué le comparto al Señor para que Él intervenga en la vida de tantos hermanos necesitados? ¿Qué me está pidiendo para llegar a los más posibles?
Poco exige Jesús a sus discípulos para convertirlos en testigos de su prodigio. Les pide que se pongan totalmente con lo poco que son y pueden a su disposición. Necesitó de su pobreza y de su obediencia. ¿Las encuentra el Señor en mí? Fueron testigos del milagro y sus únicos admiradores. Deberíamos preguntarnos por qué no cuenta con nosotros más, por qué hemos dejado de contar con sus prodigios, si seguimos siendo discípulos suyos. Jesús sigue necesitando hoy de personas que presencien milagros que no son para ellos; que se dediquen a distribuir el pan que necesitan; y sirvan a las gentes que, aunque padecen necesidad extrema, siguen buscando a Jesús y encuentran en él la respuesta a su pobreza.
Como salesiano no me es indiferente que un joven trajera la base para la multiplicación del panes y peces. ¿Descubro los recursos de la gracia en la vida de los jóvenes con los que trabajo y los invito a que sean generosos incluso con su vida de manera que Jesús siga haciendo prodigios?
Para orar con la Palabra
Jesús, mueve mi corazón para poner todo lo que tengo a tu disposición aunque sea poco. Quiero contribuir a que por mi medio sacies el hambre de tanta gente que a ti se acerca con esperanza. No permitas que me llene sólo de ese sentimiento pasajero de lástima por los necesitados sino que me sume para convertirme en pan para los demás. Reconozco la desproporción entre la necesidad y mis recursos. Pero confío en que unido a ti tú saciarás el hambre de la multitud. Yendo en pos de ti como discípulo, me maravillo de tus portentos. Y unido a ti sigo constatando en mi ambiente el hambre de tanta gente. Dame tu mismo corazón de pastor para mirar la muchedumbre que recurre a ti hambrienta para desprenderme de mí mismo y vivir bajo tu servicio de manera que continúes haciendo prodigios. Hoy te ofrezco, desde mi pobreza de mi ser, mi vida convencido de que tú podrás servirte de ella para dar en abundancia.
El texto Jn 6, 1-15 Descargar PDF
1Después es de estas cosas, Jesús se fue al otro lado del mar de Galilea, de Tiberíades. 2Lo siguió una gran muchedumbre que habían visto los signos que hacía sobre los enfermos. 3Jesús subió hacia la montaña y allí se sentó con sus discípulos. 4Estaba cercana la pascua, la fiesta de los judíos. 5Jesús, alzando entonces los ojos y viendo que era una gran multitud la que había venido hacia él, dijo a Felipe: ¿Dónde compraríamos pan para dar de comer a estos? 6Esto lo dijo probándolo, puesto que él conocía lo que estaba a punto de hacer.
7Le respondió Felipe: Doscientos denarios de pan no les serían suficientes para que cada uno tomase algún pedazo. 8Dijo a él uno de sus discípulo, Andrés, el hermano de Simón Pedro: 9“Hay un muchacho el cual tiene cinco panes de cebada y dos bocadillos de pescado, pero estas cosas, ¿qué son para tantos?”
10Dijo Jesús: “Hagan sentar a los hombres”. Había mucha hierba en el lugar. Se sentaron entonces los hombres en número como de cinco mil. 11Jesús tomó entonces los panes y habiendo dado gracias dio a los que estaban recostados, de la misma manera también de los bocadillos de pescado tanto como querían. 12Como fueron saciados, dice a sus discípulos: “Reúnan los pedazos que sobran, para que nada sea destruido”. 13Entonces juntaron y llenaron doce cestos de las partículas de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido. 14Entonces, los hombres que vieron el signo que había hecho dijeron: “Este es en verdad el profeta que viene al mundo”. 15Jesús, habiendo conocido que estaban a punto de venir y tomarlo para que fuera hecho rey, se alejó de nuevo hacia el monte, él solo.
LEXIO
Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)
Jesús es un personaje famoso, mucha gente le sigue, aún a pesar que cruce al otro extremo del mar. Jesús les contempla y advierte sus necesidades. La gente le sigue porque ha visto los signos que hace con los enfermos, y querrán forzarlo a ser su rey cuando ven que puede saciar su hambre. Este será un problema que Jesús denunciará al alejarse luego él solo al monte, o en la controversia del pan de vida (Jn 6, 26).
La ubicación de este signo de los panes se realiza en un monte donde hay mucha hierba, lo que nos recuerda el salmo 23: “en verdes praderas me hace recostar”. Aunque no es un lugar tradicional de prueba como el desierto, Jesús pone a prueba a Felipe, preguntando dónde se puede comprar pan para alimentar a la gente. La prueba nos recuerda las quejas de Israel en el desierto y el llamado a la escucha y confianza en el Señor (Ex 16, 2-4). Resulta interesante que Jesús quiera comprar, recordamos las palabras del profeta Isaías: “[...] vengan, compren y coman. [...] ¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia?” (Is 55, 1-2). Un signo al que escucha a Dios y practica la justicia, es el de no pasar hambre (Is 33, 16). El tiempo está marcado por la fiesta de Pascua, la fiesta de los panes ázimos.
Hay un muchacho con cinco panes de cebada, un grano popular en Palestina, pero utilizado principalmente para consumo del ganado, o de los pobres y desamparados (Rut 2, 17.18; 1 Re 4, 28); aunque también servía para ofrendas (Num 5, 15). En la Escritura encontramos otros panes de cebada dados como ofrenda a Eliseo con los cuales sació al pueblo (2 Re 4, 42). Los dos peces no son alimento crudo, se trata de un bocadillo preparado como un tentempié; ambos alimentos siendo don de Dios, han tenido la mediación de las manos humanas para prepararlos.
Jesús toma, agradece, comparte, son signos eucarísticos que según algunos comentaristas como Y. Simoens, anticipan la institución de la Eucaristía que en el relato de Juan no aparece en la última cena, donde se da centralidad al lavatorio de los pies.
Jesús ordena que nada se desperdicie, lo que sobra a quienes están saciados aún tiene una función: recordemos que de lo que sobra se alimentan los pobres (Tb 4, 16).
REFLEXIO
... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)
Compartir agradecidos desde nuestra pobreza.
En un mundo marcado por las desigualdades, el Evangelio nos alerta que la provisión de las necesidades básicas como el alimento están en el corazón mismo de Dios. El hambre es una consecuencia del hombre que se ha alejado de Él, metiéndose en una lógica de poder y no de compartir, por ello a Jesús lo quieren hacer rey porque no han comprendido que la solución al hambre está en la disponibilidad de ofrecer aún lo poco que se tiene: cinco panes y dos pescadillos.
Cuando leemos este pasaje, con mucha frecuencia sólo nos fijamos en el prodigio de la cantidad: cinco mil hombres; sin el embargo el evangelio no centra en ello, ni siquiera usa la palabra multiplicar. El evangelio muestra las acciones de Jesús, toma los dones de la pobreza de un muchacho, y da gracias por ellos. Dar las gracias por cuanto se tiene es lo que posibilita después al dar a muchos. Los grandes santos de la caridad eran audaces en el dar porque sabían que eso poco que recibían era un don de Dios, no obstante el hombre fatiga para transformarlo. Multiplicar el pan es obra de Dios, en ello reconocen a Jesús como el profeta que ha de venir, pero no nos exime de nuestra colaboración.
Cuando pide que nada se desperdicie, dice la palabra "destruya". El desperdicio es la acción contraria a la creación de Dios. En la "cultura del descarte", denunciada frecuentemente por Papa Francisco, podemos ver como en las pequeñas cosas cooperamos para la destrucción del mundo y de la sociedad humana. El alimento que no se come y se desperdicia significa el hambre de otros y la muerte innecesaria de plantas y animales que fueron sacrificados para continuar la vida, no para el basurero. Y no sólo el alimento, las cosas también se destruyen, ya no se reparan, se botan para comprar otras nuevas; y corremos el riesgo de hacer lo mismo con las personas. Jesús está atento a las personas, les ve. Para él, ellos no son números para enorgullecerse, sino para responsabilizarse. Jesús se presenta como el buen pastor que conduce a sus ovejas y les provee.
ORAXIO
Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)
Aquí hay un muchacho. (fragmento/ Jésed)
Aquí están mis palabras, aquí están mis acciones,
aquí están mis ilusiones, más ¿qué es eso, sin tu amor?, Señor.
Aquí está este corazón que quiere serte fiel,
más ¿qué es eso si no te tiene a ti (2)
Aquí está este corazón con mis panes y mis peces,
toma todo y repártelo, Señor.
CONTEMPLAXIO
y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios)
¿Puedo fiarme de la Providencia de Dios?, ¿me siento agradecido por lo que tengo?
¿Permito que Dios cuestione mi manera de vivir en una “sociedad de libre mercado”? ¿Me siento invitado(a) a no desperdiciar y a compartir?
¿Cómo puedo ver y vivir mi Eucaristía desde este pasaje?
El texto: Marcos 6, 30-34. Descargar PDF
30 Y reuniéndose los apóstoles en torno a Jesús, le anunciaban todas las cosas que habían hecho y enseñado.
31 Les dijo: Vengan propiamente ustedes, solos, a un lugar solitario y descansen un poco. Pues eran muchos los que venían y los que iban, que no había tiempo propicio para comer.
32 Y fueron en la barca hacia un lugar solitario, sólo ellos.
33 Pero muchos, viéndolos que se iban, los reconocieron, entonces corrieron por tierra desde todos los pueblos de ahí y se les adelantaron.
34 Cuando [Jesús] desembarcó vio una muchedumbre numerosa y sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y comenzó a enseñarles muchas cosas.
Lexio
(“Busca leyendo...” Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)
Los apóstoles de Jesús han regresado de la misión a la que Jesús les ha enviado (Mc 6, 7-13). El reunirse en torno a Jesús nos habla de un regreso a la fuente de su misión, y al constituir comunidad. Le cuentan sus obras y palabras, se trata de un informe, una respuesta al anuncio que han hecho.
Jesús observa no sólo el resultado de la eficacia de su trabajo, sino que es sensible al cansancio de sus apóstoles, entiende su lado humano y les invita a reposar. Este reposo equilibra el activismo que podría leerse en su urgencia por evangelizar (Mc 1, 35-38); se trata de un momento para ellos, que no tenían tiempo siquiera para una necesidad fundamental para mantener la vida: comer.
La insistencia de un lugar solitario o desierto y apartado para ellos solos es una buena reminiscencia de la actividad que en Jesús ha precedido a su predicación (Mc 1, 12-13) y se repetirá con algunos discípulos selectos (Mc 4, 34) antes de la transfiguración (Mc 9, 2) y del momento de su pasión (Mc 14, 32-33). En este caso, el lugar retirado es posterior a la misión, o podemos intuir una siguiente misión a la cual el Maestro también les está preparado.
No obstante esta intención de Jesús, el descanso no llegará, pues la gente le sigue y se les anteceden a pie por tierra. Es curioso que la muchedumbre llegue antes, siendo el camino por el mar más corto que bordeando la costa del lago; aunque ciertamente se menciona que van corriendo, se evidencia que las necesidades del pueblo son apremiantes. Y ante ellas, el corazón de Jesús se vuelve el de un pastor, que toma cuidado de un rebaño abandonado. Si una vez sube a la barca para poder enseñar alejándose de la multitud (Mc 3, 9 – 4,1), en esta ocasión se acerca a ella y desembarca metiéndose entre ellos (Mc 6, 34), tan importante su mensaje, como la cercanía de su propia persona.
Meditaxio
(“... y encontrarás meditando.” Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)
La misión a la que Jesús nos envía no es mera actividad – es integral, complementando palabras y obras – sino también el “estar con él”. El evangelio de Marcos presentará un camino de formación discipular, especialmente del c. 9 en adelante; ya desde aquí vemos algunos rasgos de Jesús como formador de los suyos. Sensible a sus necesidades humanas de descanso y alimento, les sustrae del ir y venir para que puedan restaurar sus fuerzas y con ello se dispongan a continuar la misión. El tiempo que pasan descansando ellos solos con el Señor es también tiempo de misión que les dispone a las exigencias del trabajo apostólico. Es un descanso que no les deja en la individualidad, sino que crea comunidad entorno al Maestro.
En repetidas ocasiones Jesús cruza el lago, y en varias de ellas manifiesta su poder: calmando la tormenta (Mc 4, 36-41) y caminando sobre el agua (Mc 6, 47-53). En esta ocasión, muestra una teofanía diferente: su compasión. Jesús se mete en medio de la multitud, se acerca como un pastor, también atento a las necesidades de esta multitud, como estuvo atento a las necesidades se sus apóstoles. La atención por las necesidades vitales se profundizará posteriormente con el texto que le sigue de la multiplicación de los panes en que dice a los discípulos: “Denles ustedes de comer” (Mc 6, 35-44). Nos encontramos a un Jesús que busca la salvación de los suyos y del pueblo, atendiendo a su parte humana, la misma que la tentación del espiritualismo nos hace descuidar. El cansancio es propio de un pueblo sin pastor, el pastor apacenta y hace reposar a sus ovejas (cf. Is 40, 10-17; Salmo 23), el descanso es signo de la libertad y de la dignidad de la persona (Ex 33, 14; Salmo 94, 11; Mt 11, 29). El que no es pastor explota a las ovejas, se alimenta de ellas; el pastor se compadece, y da la vida por el rebaño, no sólo frente a la amenaza del lobo, sino también frente a la fatiga.
¿Qué es para nosotros el descanso?, ¿qué valor tiene en medio de una sociedad obsesionada por la productividad?, ¿cómo cuidamos y fomentamos el bien físico, anímico y espiritual de nosotros y de los hermanos y hermanas que están a nuestro cargo?
Oratio
(“Llama orando...” Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)
(J. L. Arce)
Junto a ti al caer de la tarde
y cansados de nuestra labor,
te ofrecemos, con todos los hombres,
el trabajo, el descanso, el amor.
Con la noche las sombras nos cercan
y regresa la alondra a su hogar;
nuestro hogar son tus manos, ¡oh Padre!,
y tu amor nuestro nido será.
Cuando al fin nos recoja tu mano
para hacernos gozar de tu paz,
reunidos en torno a tu mesa,
nos darás la perfecta hermandad.
Contemplatio
(“... y se te abrirá por la contemplación.” Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios)
¿Qué es para mí el descanso, cómo me siento en él y cuándo me falta? ¿Puedo sentir la presencia y necesidad de Dios en el él? ¿Qué importancia le doy al descanso dentro de mi vida laboral y de apostolado?, ¿es un descanso individual o un descanso que construye comunidad? ¿Doy tiempo a mis respiros para descubrir en serenidad los frutos y las exigencias de la misión que Dios me confía? ¿Qué necesidades valen la pena para dejar a un lado mi descanso? ¿Cómo seré más sensible a las necesidades humanas (mías y de los demás): físicas, anímicas y espirituales?
Foto: Lago de Galilea, en Tabgha.
Marcos 6:7-13 Descargar PDF
7 Y llama a los Doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus inmundos.
8 Les ordenó que nada tomasen para el camino, fuera de un bastón: ni pan, ni alforja, ni calderilla en la faja;
9 sino: «Calzados con sandalias y no vistáis dos túnicas.»
10 Y les dijo: «Cuando entréis en una casa, quedaos en ella hasta marchar de allí.
11 Si algún lugar no os recibe y no os escuchan, marchaos de allí sacudiendo el polvo de la planta de vuestros pies, en testimonio contra ellos.»
12 Y, yéndose de allí, predicaron que se convirtieran;
13 expulsaban a muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban.
Para comprender la Palabra
La misión de los doce nace dentro de la misión de Jesús, prolongándola: les da su poder (v.7) y unas estrictas normas de comportamiento (vv. 8-11); mientras tanto los discípulos toman su lugar y actúan según sus directrices. Son sus lugartenientes, si van donde les dijo y hacen lo que les manda (vv. 12-13). Jesús no se dejará vencer ante el rechazo de sus compatriotas sino que multiplicará sus esfuerzos multiplicando por doce la entrega a su misión.
Experimentada la convivencia se trata ahora de añadir una dimensión nueva al discipulado: la tarea misionera. No se les da una orden de predicar sino la de expulsar demonios y es que para Jesús no hay modo más fidedigno de predicar la cercanía de Dios que luchar contra el mal y el maligno; la proximidad de Dios a los hombres se anuncia eficazmente alejando el mal y al Malo del mundo de los hombres. Cuanto hacen y digan los discípulos (apóstoles) será prolongación y multiplicación del hacer y decir de Jesús. Y ser enviados de dos en dos siendo una práctica judía significa que el evangelio a predicar impone la comunidad de vida a los evangelizadores.
Las palabras de Jesús están más centradas en los mensajeros que en el mensaje. El Maestro da por supuesto que sus discípulos saben cuanto deben predicar; Él se preocupa, en cambio, en cómo lo han de llevar a cabo. Lo decisivo es que quien es comisionado deberá realizar la tarea encomendada como Él la pensó. Jesús elige a sus representantes y les impone el modo de representarlo; serán apóstoles si se comportan como les ha mandado.
Quien impone la misión da también las reglas. A Jesús le interesó, al menos tanto como el contenido del mensaje, las condiciones concretas desde las que debía ser ofrecido. Seguirlas al pie de la letra les autentifica como apóstoles de Cristo: el enviado es un mandado. A éste ha de bastarle la elección y el evangelio como motivo y viático: todo lo demás le sobra. La misión convierte a la pobreza evangélica al apóstol. Exigencia de libertad interior y de total disposición hacia Dios y hacia los hermanos que evangelizarán. Faltos de casi todo, dependerán de casi todos. Sólo lo indispensable ya que el apóstol de Jesús camina aligerado de carga, cargado como está de una misión que no puede retratarse. El evangelio de Jesús y la misión de representarlo son el viático de sus enviados. Quien tiene la misión y el evangelio en el corazón, soporta tener las manos y la bolsa vacías.
Jesús impone la permanencia del evangelista donde sea recibido. Donde el evangelio encuentre un oyente, allí ha encontrado su hogar el evangelista; la necesidad que tiene el misionero de ser acogido es sólo reflejo de la urgencia que tiene el evangelio de encontrar audiencia. Jesús contempla la posibilidad del rechazo de sus enviados. Es tiempo de la oferta, que no hay que perder sólo porque no sea aceptado quien lo ofrece. Del envío han de estar seguros, no de sus resultados. La misión apostólica, sólo por el hecho de originarse en Cristo no nace con el triunfo cierto.
Para escuchar la Palabra
El enviado sirve a un proyecto que no es suyo y no puede objetar sus leyes. Haber sido seleccionado y enviado por su Señor impone al apóstol verse libre de todo lo que no sea evangelio y su predicación. No asumir las obligaciones lleva a no sentirse obligado a misionar en nombre de Cristo y con su poder. Como discípulo ¿agradezco con el Señor cuente conmigo? ¿me reconozco enviado (apóstol)? ¿Le represento llevando a cabo lo que me ha confiado? ¿No será que el escaso entusiasmo apostólico de muchos de nosotros sea porque nos creemos dueños del evangelio?
Jesús envió a los suyos sin otros haberes que el Evangelio y su poder. ¿Será evidente nuestra pobreza de vida como medio de evangelización? La misión cristiana tiene como objetivo único la conversión de los oyentes y como signo fidedigno la sanación total del hombre. Donde aún haya enfermos que sanar y gente que evangelizar allí tiene su hogar el enviado de Jesús ¿sabemos soportar el fracaso de nuestros esfuerzos? ¿No confundimos la aceptación de nuestra persona y el sometimiento a nuestros gustos con la aceptación del evangelio y el sometimiento a Dios? ¿Qué ocurriría en nuestras comunidades si dejásemos de convivir con aquellos que han rechazado el evangelio que les presentamos? Jesús no asegura el triunfo de la misión y hasta contempla la posibilidad de ser rechazados ¿Cómo afronto las dificultades en la predicación del Evangelio?
Para orar con la Palabra
Descúbreme mi hogar allí donde encuentre acogida el evangelio; que logre asiento y morada donde moran tus hijos; que permanezca a gusto entre quienes te aceptaron de corazón. Hazme intransigente con quien no te soporta y atento con quienes te atienden. Dame la valentía de romper con cuantos no te quieran y de quedarme con quienes te reciban; rechace yo al que te rechaza y encuentre mi casa junto a quien te tenga en el corazón. Devuélveme familia y hogar en todos los que, gracias a tu envío, reciben el evangelio de mi apostolado. En definitiva, Señor, que no me sea indiferente tu evangelio y el grande honor de saber que cuentas conmigo para que, contigo y como tú, te predique a ti, Evangelio de Dios.
Marcos 6:1-6 Descargar PDF
1 Salió de allí y vino a su patria, y sus discípulos le siguen.
2 Cuando llegó el sábado se puso a enseñar en la sinagoga. La multitud, al oírle, quedaba maravillada, y decía: «¿De dónde le viene esto? y ¿qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? ¿Y esos milagros hechos por sus manos?
3 ¿No es éste el carpintero, el hijo de María y hermano de Santiago, Joset, Judas y Simón? ¿Y no están sus hermanas aquí entre nosotros?» Y se escandalizaban a causa de él.
4 Jesús les dijo: «Un profeta sólo en su patria, entre sus parientes y en su casa carece de prestigio.»
5 Y no podía hacer allí ningún milagro, a excepción de unos pocos enfermos a quienes curó imponiéndoles las manos.
6 Y se maravilló de su falta de fe. Y recorría los pueblos del contorno enseñando.
Para comprender la Palabra
La venida de Jesús a Nazaret, su pueblo natal, es colocada por el segundo evangelista no a base de un orden cronológico, sino a base de un orden teológico. El evangelista está atento a presentarlo no como un mago, sino el Hijo de Dios que libera al hombre de su contingencia: el pecado, las enfermedades, la muerte. Esta salvación se opera sólo en el ámbito de la fe. Sus paisanos no logran darse cuenta de su condición divina. Para ellos no era más que “el carpintero, el hijo de María y el hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón”.
Jesús fue rechazado porque resultaba incómodo. Removió desde los cimientos, los pilares sobre los que se asentaba la vida del ser humano. En el ámbito religioso cambió la imagen que se tenía de Dios y, además, decía actuar en su nombre (Mc 2, 1-12). En lo social no respetaba las normas establecidas que tenían carácter de ley (Mc 2, 15-17). En lo familiar deja su casa, no sigue el oficio de su padre y habla de otra familia no marcada por los lazos de sangre (Mc 3, 31-35). En lo político rehusó ponerse del lado de los opresores (Mc 10, 35-44). En lo económico proclamó el peligro de las riquezas que toman las riendas del corazón humano (Mc 10, 17-25)
Jesús quedó como bloqueado en su pueblo natal, precisamente porque allí la fe estaba prácticamente ausente: “ y se admiraba de la incredulidad de ellos”. Sus paisanos saben que Jesús no es un rabino o escriba, no ha frecuentado ninguna escuela que lo haya habilitado para enseñar. No es un intelectual, ni ha realizado estudios oficiales. Lo que enseña no tiene ninguna garantía. Los “hermanos” y paisanos quizá habrían aceptado de buen grado a un Jesús “superhombre”, bajo el ropaje de jefe nacionalista en la lucha contra los romanos. Pero la realidad que tenían ante los ojos era para ellos decepcionante. Aun reconociendo algunos elementos de su acción benéfica, no lograban, en cambio, leer en ella el mensaje de salvación y de liberación, de la cual era signo. En una palabra, estaban faltos de fe.
El autor de segundo evangelio está atento a subrayar que la nueva comunidad debería ser convocada exclusivamente por el Espíritu en el ámbito de la fe y que, por lo tanto, era inútil buscar en ella ciertos vínculos dinásticos, como parece que sucedía ya en la comunidad de Jerusalén, cuyo jefe era Santiago, el “hermano del Señor”. Pero, en todo caso, el subrayado fundamental de este texto decisivo es que la fe precede a los milagros, no al contrario: por eso, es inútil montar una apologética, según la cual se “pruebe” la divinidad de Jesús por la existencia de unos milagros superiores a las fuerzas de la naturaleza.
El rechazo de Jesús en su tierra y entre sus paisanos sería muy significativo para la comunidad de Marcos. Si el Maestro ha sido rechazado en su pueblo, sus seguidores no pueden esperar un trato mejor. Tienen que aprender a no desanimarse ante la hostilidad, mantenerse fieles ante la dificultad, mostrar coraje frente la indiferencia.
Para escuchar la Palabra
La familiaridad con su persona no siempre llega a la fe; los que más dicen saben sobre Jesús no serán testigos de sus portentos; creer conocerle demasiado les ha imposibilitado esperar de él maravillas. ¿Es mi caso? ¿Qué excusas pongo yo para no creerle?
Tanta incredulidad causó extrañeza al mismo Jesús y se consoló pensando que “solo entre los suyos es menospreciado el profeta”. También yo por creer que le conozco demasiado quizá ya no me sorprenda nada de lo que me cuenten de él. Y aunque su enseñanza me siga llamando la atención, alguna vez por su radicalismo, sigo contestando que nada nuevo nos puede decir alguien a quien conozco tan bien. Cuando vivimos nuestra vida cristiana sin emoción, con una rutina, sin sorpresas, porque creemos que Dios ya nos ha dicho todo lo que tenía que decirnos y ha hecho por nosotros todo lo que nos había prometido; Dios no nos sorprende ya, porque creemos saber todo sobre Él. ¿Vivo sorprendido y sorprendiéndome de él? ¿No lo he “domesticado” para defenderme de sus exigencias?
El discípulo no es más que su Maestro. Si a quien seguimos ha sufrido la indiferencia y el rechazo, ¿he experimentado en mi vida el rechazo por ser fiel a los valores del Reino? ¿Cómo he reaccionado? ¿Qué podemos hacer cuando encontremos rechazo por el anuncio del evangelio?
Para orar con la Palabra
Me resulta difícil de entender que quienes más te quisieron, Señor, menos te comprendieron. No me puedo creer que el amor verdadero sea mal consejero en asuntos de fe. ¿Por qué será que conocerte mejor no lleva a creer mejor? ¿Por qué los más cercanos, los paisanos, no suelen ser los confidentes más seguros?
Si los tuyos, que bien te conocieron te creían algo transtornado, ¿por qué me ibas a resultar a mí del todo lógico? ¿Por qué has de corresponder con cuanto yo me imagino de ti o deseo? Si los que mucho sabían sobre ti y tu familia tan mal te juzgaron, ¿para qué me sirven mis conocimientos? Por no renunciar de ti, estoy dispuesto a renunciar a ellos.
Quiero permanecer junto a ti, callado, oyente, sentado a tu vera, pasando de las cosas y fijo en ti, escuchando cuanto dices, rumiando cuanto oiga. Es así como me convertiré en familiar tuyo: no tendré otra ocupación que tu palabra. Cuando sepa distinguir tu voz de tantas voces, porque la reconozca en tus exigencias más que por su timbre; cuando identifique lo que me quieras decir, por lo que me cueste ponerlo por obra; cuando me familiarice con la voluntad de Dios, por haberme habituado a la tuya, entonces me considerarás amigo y familiar, uno más de los tuyos. Para que ese momento se apresure, apresúrate a hablarme y oblígame a obedecerte.