Marcos 4:26-34  Descargar PDF

26 Jesús continuó: «El reino de Dios se parece a quien esparce semilla en la tierra.
27 Sin que este sepa cómo, y ya sea que duerma o esté despierto, día y noche brota y crece la semilla.
28 La tierra da fruto por sí sola; primero el tallo, luego la espiga, y después el grano lleno en la espiga.
29 Tan pronto como el grano está maduro, se le mete la hoz, pues ha llegado el tiempo de la cosecha».

Parábola del grano de mostaza
30 También dijo: «¿Con qué vamos a comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola podemos usar para describirlo?
31 Es como un grano de mostaza: cuando se siembra en la tierra, es la semilla más pequeña que hay,
32 pero una vez sembrada crece hasta convertirse en la más grande de las hortalizas, y echa ramas tan grandes que las aves pueden anidar bajo su sombra».

33 Y con muchas parábolas semejantes les enseñaba Jesús la palabra hasta donde podían entender.
34 No les decía nada sin emplear parábolas. Pero, cuando estaba a solas con sus discípulos, les explicaba todo.

 

 

Para comprender la Palabra
Nuestro texto es un discurso parabólico, que Jesús pronuncia junto al mar, acerca del Reino de Dios. No es tan elaborado como el de Mateo (Mt 13), pero también denso en su contenido. Las dos pequeñas parábolas ilustran los dos aspectos – sombra y luz – de la inevitable tensión dialéctica del Reino de Dios a través de la historia.

La primera es la parábola de la semilla que crece sin la ayuda del campesino. En la descripción de un proceso, conocido por todos, falta curiosamente toda alusión a las demás tareas del hombre (arar, limpiar, etc.) y a su lucha contra la sequedad y el mal tiempo, mientras que, por el contrario, se subraya su conducta despreocupada hasta el momento de la siega. Solamente cuando llega el tiempo de la recolección, vuelve a ponerse de relieve el trabajo del campesino, “que echa mano de la hoz, porque ha llegado el momento de la siega”. El Reino de Dios es una iniciativa divina y es una realidad que depende de la gratuidad divina; aun aceptando una colaboración humana, debe siempre quedar por encima de toda tentativa humana de guiar el curso de la operación. El crecimiento conlleva el trabajo oculto en la tierra, y las etapas que se enuncian de la noche y el día nos hacen memoria del relato de la creación (Gn 1, 5.8.12…). El hombre, aunque no sabe del todo cómo ya que no es su proyecto sino el de Dios, sigue estando llamado a continuar conociendo este proyecto y a trabajar en él según su capacidad.

La parábola, con su confiante espera de la llegada de la recolección, está dirigida contra todo tipo de actitudes que quisieran forzar la venida del Reino o incluso construirlo. A todo esto el evangelio contrapone la apertura al futuro en la espera de lo que Dios mismo hará. No es una postura pasiva; aún más, se exige a los creyentes la aportación de sus sentimientos, de su pensamiento, de su acción, de sus tareas. Pero la iniciativa y la dirección espiritual es cosa única de Dios.

La segunda parábola subraya la capacidad de crecimiento del Reino de Dios. El Reino de Dios sería como un granito de mostaza, que, aun siendo el principio una pequeña semilla, se convierte después en un árbol “mayor que todas las hortalizas y echa ramas tan grandes, que los pájaros del cielo pueden anidar bajo su sombra”. El Reino de Dios se manifiesta no como dominio sobre otros, sino como protección.

Esto quiere decir que la comunidad cristiana, en cuyo seno nació el segundo evangelio, buscaba la consolación en esta esperanza de crecimiento de la semilla arrojada por Jesús. No había lugar para un masoquismo resignado; al contrario, la semilla del Reino de Dios, a pesar de su pequeñez inicial, es capaz de convertirse en un árbol donde los pájaros vienen a anidar. Con toda probabilidad el evangelista, en consonancia con Daniel y Ezequiel, en la inserción de todos los pueblos en la comunidad de Jesús.

Hay que estar atentos para no inflar la parábola, aplicándola a triunfalismos. El Reino de Dios se entiende en la parábola como un drama que ya ha comenzado; las demás fases se sucederán a través e la historia, pero el acto final – el Reino de Dios con poder (9, 1) – es rigurosamente escatológico y, como tal, se realizará más allá de la historia.

Para escuchar la Palabra
Predicar el Reino de Dios fue la ocupación principal de Jesús durante su ministerio público, su preocupación más constante; Jesús prefería de ordinario hablar de Dios por medio de parábolas. En sus parábolas hoy alude a un Dios que sigue viviendo y trabajando en el mundo, de incógnito pero con eficacia, como la semilla germina y va creciendo, sin que se sepa muy bien cómo; es un Dios que se sabe que está presente no porque se le vea a Él personalmente, sino porque pueden verse siempre en crecimiento sus obras; como el sembrador sabe que la semilla dará fruto, duerme él o vele, sin saber cómo o por qué; así el cristiano está seguro de que Dios está construyendo su reino en este mundo lenta pero inexorablemente, a pesar de las resistencias de sus enemigos y de los pecados de sus amigos: la tierra va produciendo la cosecha ella sola, dice Jesús; Dios no deja de vivificar su mundo. ¿Creo en este Dios y en su poder de intervención en la historia? ¿Le reconozco y contribuyo a que continúe su acción?

Jesús nos anima, con esta sencilla imagen, a poner nuestra confianza en Dios por encima y más allá de nuestras evidencias: sin verle en torno nuestro, podemos sentirle; podemos contar con su presencia, sin tenerle todavía al descubierto; sabremos contar con Él sin haberle aferrado con nuestras manos; le sentiremos activo y vivo en nuestro mundo, en nuestro corazón, sin tener que haberle contemplado todavía y sin tener que vivir experiencias fuera de lo ordinario; ¡bastaría que tuviéramos una fe tan pequeña como el grano de mostaza! Si tuviéramos un poco más de fe, entonces nosotros mismos seríamos el milagro: nuestro cambio sería aun mayor y más inaudito que la transformación en arbusto de la más pequeña semilla. ¿Me dejo llevar por criterios eficientistas o de cantidad en la obra de Dios? ¿Desde dónde miro el actuar de Dios, desde su humildad o desde el poder?

Él está ya trabajando, ¿cómo no será mejor un mundo que es objeto de los desvelos de Dios? ¿Qué motivos tendremos para desesperar de nosotros mismos, si dando crédito a Jesús nos sabemos sementera de Dios, campo de cultivo y objeto de sus cuidados?

Para orar con la Palabra
Me has tenido confianza al llamarme a vivir en tu Reino. En mí depositaste esa semilla de la filiación y de la fraternidad. Tu Reino, Señor, es el gran proyecto de salvación para nosotros. Sueñas que todos, reconociéndonos hijos, vivamos como hermanos. Y con Jesús has iniciado ese proceso. Él es tu Hijo desde toda la eternidad y es también nuestro hermano mayor desde su encarnación. Su Espíritu lo hace eficaz y universal en nosotros y para nosotros. Aumenta mi fe para poder creer que aún sin cosas extraordinarias tú continúas siendo fiel llevándolo adelante.

Tú, Señor, y tu proyecto de amor, son lo verdaderamente extraordinario. Como un campesino así de paciente eres. Que desde mi poquedad pueda ponerme a disposición para hacer realidad tu Reino. El mundo es campo de ejercitación de tu Reino. Mi mundo, aquí y ahora. Tómame, Señor.

 

 

10 Dom Ord BMarcos 3, 20-35  Descargar PDF

20. Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que no podían comer.
21. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían: «Está fuera de sí.»
22. Los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Está poseído por Beelzebul» y «por el príncipe de los demonios expulsa los demonios.»
23. El, llamándoles junto a sí, les decía en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás?
24. Si un reino está dividido contra sí mismo, ese reino no puede subsistir.
25. Si una casa está dividida contra sí misma, esa casa no podrá subsistir.
26. Y si Satanás se ha alzado contra sí mismo y está dividido, no puede subsistir, pues ha llegado su fin.
27. Pero nadie puede entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte; entonces podrá saquear su casa.
28. Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean.
29. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón nunca, antes bien, será reo de pecado eterno.»
30. Es que decían: «Está poseído por un espíritu inmundo.»
31. Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar.
32. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen: «¡Oye!, tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan.»
33. El les responde: «¿Quién es mi madre y mis hermanos?»
34. Y mirando en torno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos.
35. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre.»"

Para comprender la Palabra
El ministerio público de Jesús alimentó, desde sus inicios, la controversia en torno a su persona. Cristo, ¿quién eres? El evangelio cuenta la vida de Jesús como una lucha continua contra el mal que tiende a dominar al hombre. El «Hijo del hombre» se encuentra frente a frente con el poder destructor del mal, al que contrapone la promesa y la experiencia del Reino de Dios, que ha llegado a nosotros con él. El motivo central del evangelio de hoy es, precisamente, la pregunta sobre quién es Jesús para el hombre.

Marcos recuerda que ni los familiares de Jesús, ni los maestros de la ley comprenden lo que hace y dice Jesús. Para contárnoslo, Marcos elabora un relato en tres partes que guardan relación entre sí: el regreso a casa (vv. 20-21), la disputa con los maestros de la ley (vv. 22-30) y las palabras de Jesús acerca de quiénes constituyen su verdadera familia.

Los maestros de la ley acusan a Jesús de estar poseído por el demonio. La respuesta a esta calumnia es un breve discurso con dos comparaciones y una declaración de condena. Todo se va a perdonar a aquel que quiera ser perdonado; pero a quien calumnie a Jesús, a quien diga que las obras que hace por el Espíritu Santo son obras de Satanás, jamás se le perdonará. No se trata solo de un decir sino de la actitud de cerrarse a reconocer y aceptar la acción de Dios en la persona y en las obras de Jesús.

Los familiares aparecen al principio y final del relato. Tampoco los más allegados a Jesús, su propia familia, lograron entenderle bien. Quiere, así, abrir una pregunta inquietante en el ánimo de sus lectores: ¿quién puede ser éste cuyo comportamiento extraña a sus propios allegados? E insinúa una respuesta consoladora: la familiaridad con Jesús no la tienen quienes un día le fueron próximos, sino cuantos pertenecen en su entorno y permanecen junto a él oyendo sus palabras. Dedicado al Reino en exclusiva, Jesús no tiene tiempo, ni afectos, para quien, madre y hermanos incluidos, no le sean compañeros de tarea. El discípulo atento a sus enseñanzas puede convertirse en el familiar más próximo de Jesús: la familiaridad con Jesús está al alcance de quien viva a su escucha. Si se puede extrañar que Jesús viviera extrañando de los suyos, ha de alentar saber que encuentra su hogar, y sus seres queridos, allí donde el evangelio encuentra atención. El oyente de Jesús es su familiar y amigo.

Resaltamos para mejor situarnos dos elementos: en la cultura judía la familia era la institución más importante y cada persona era comprendida en el conjunto familiar al que pertenecía; y, en sentido de casa que tiene el texto. La casa de Satanás, la casa familiar, la casa de Jesús. La primera está construida por los maestros de la ley para Jesús, por lo que no aceptan la acción del Espíritu. La segunda, la casa de una cultura anclada en el pasado, la de unos familiares que no han comprendido la novedad del Reino. Y finalmente, la “casa” esa con la que se abre el relato y que es expresión de la nueva fraternidad formada por todos los que siguen al Hijo de Dios.

Para escuchar la Palabra
Tener el Reino de Dios como misión única convirtió a Jesús en un hombre incomprendido. Para unos, fue un poseído del Maligno; para otros, un loco. Que Jesús siga extrañándonos, que su comportamiento nos resulte raro, que sus exigencias sean insoportables, no debería sorprendernos demasiado. Así fue desde el principio; así sigue siendo hoy: y no sólo para los desconocidos, para quienes no pudieron amarle, sino sobre todo para quienes mejor creyeron conocerle, para los que convivieron más con él, sus amigos y familiares. ¿Dónde me sitúo con respecto al Señor Jesús? ¿Qué digo de él?

A Cristo, nuestro Maestro, le tomaron por loco, que a nuestro Señor le acusaron de ser presa del Diablo, nos debería ayudar a no tomar tanto en cuenta lo que los demás digan o piensen de nosotros, sólo porque somos cristianos; es más, debemos contar con la incomprensión de los nuestros, si somos realmente cristianos; si modelamos nuestras vidas según Cristo, habrá que afrontar el ridículo y el desprecio, la burla o la falta de entendimiento de los demás, nos sean desconocidos o sean nuestros familiares. Decisivo para un cristiano no puede llegar a ser lo que los demás hablen o piensen, sino cuanto Cristo piensa sobre nosotros y lo que Él quiera decirnos. ¿Cuál es el precio que he pagado por ser cristiano? ¿Cómo alimento mi ser de cristiano y desde dónde afronto las dificultades en la vivencia de mi fe? Frente a quienes acudían a Él, llenos de desconfianza y de pretensiones, con exigencias y con dudas, Jesús optó por vincularse afectivamente con aquellos que vivían escuchándole: prometió sus mejores atenciones a cuantos le prestaban atención; desautorizaba así a todo aquel que, creyéndose con derecho sobre Jesús, sólo por ser de su entorno o pertenecer a su familia; Jesús no atenderá a quienes, por conocerle de siempre, por haber convivido con él, se desentienden de escuchar de su boca la voluntad de Dios y se eximen de cumplirla.

Quienes, como muchos de nosotros, tan seguros estamos de contar con Jesús, con ser de los suyos, con pertenecer sin más a su familia, que no hacemos ningún esfuerzo por quedarnos entre los que le acompañan siempre y siempre le escuchan, seremos un día, públicamente, desautorizados por Jesús. No hay más que una forma hacerse con el afecto de Jesús, hacer la voluntad de Dios; quien cumple el querer de su Padre es querido por Jesús como hermano. Sólo viviendo para escucharle, desviviéndose por atenderle y cumpliendo la voluntad de su Padre, es como nos convertiremos en miembros de su familia. La familia de Jesús están formada por los siervos de Dios que hacen su voluntad. ¿Es mi caso? ¿Qué tal familiar soy del Señor Jesús?

Para orar con la Palabra
Estoy más identificado con el cumplimiento de la ley que con el deseo de hacer lo que quieres, Señor; me da más seguridad el rito de pertenencia a tu familia celebrado en el bautismo que vivir reproduciendo tu misma actitud. ¡Ah, Señor! Con qué facilidad estamos expuestos a desviar el camino y sembrar en nuestro corazón falsas seguridades. Líbrame de anteponer otra realidad, por muy santa que sea, a tu persona y tu Reino y mantenme lejano de ese tipo de conocimiento de tu persona que ya no suscite mayor inquietud y deseo de poseerte. Hoy deseo convertirme en familiar tuyo reproduciendo en mi propia vida tu actitud vital, expresada en: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”. Señor, que seamos hermanos, más allá de cualquier falsa seguridad, en la búsqueda y realización del querer de nuestro Padre Dios.

 

 

 

 

CUERPO Y SANGRE DE JESUCRISTO
Mc 14, 12-16.22-26   Descargar PDF

"12. El primer día de los Azimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dicen sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a hacer los preparativos para que comas el cordero de Pascua?»
13. Entonces, envía a dos de sus discípulos y les dice: «Id a la ciudad; os saldrá al encuentro un hombre llevando un cántaro de agua; seguidle
14. y allí donde entre, decid al dueño de la casa: "El Maestro dice: ¿Dónde está mi sala, donde pueda comer la Pascua con mis discípulos?"
15. El os enseñará en el piso superior una sala grande, ya dispuesta y preparada; haced allí los preparativos para nosotros.»
16. Los discípulos salieron, llegaron a la ciudad, lo encontraron tal como les había dicho, y prepararon la Pascua." 

22. "Y mientras estaban comiendo, tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio y dijo: «Tomad, este es mi cuerpo.»
23.Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella.
24.Y les dijo: «Esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos.
25.Yo os aseguro que ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en el Reino de Dios.»
26.Y cantados los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos."

 

Para comprender la Palabra
El relato que hemos leído presenta dos escenas bien definidas. En la primera se habla de los preparativos de la cena (vv. 12-16); y, en la segunda, de lo que sucedió durante la misma (22-26). Los preparativos, relacionados con la celebración judía de la Pascua, ocupan un lugar desproporcionalmente amplio en la narración y Marcos parece recrearse en los detalles.

A primera vista se diría que son los discípulos los que se interesan por el tema y por eso le preguntan a Jesús. Pero una lectura más atenta revela que el Maestro se les ha adelantado y parece tenerlo todo previsto: una casa en Jerusalén donde ellos son forasteros, una sala ya dispuesta en el piso superior de la misma y hasta una persona que les servirá de contacto con su dueño. De hecho los discípulos se limitan a cumplir estrictamente sus instrucciones y, al final, se encuentran todo “tal y como Jesús les había dicho” (v. 16). No son los discípulos los que le dominan sino que es él quien, al preparar la cena, se está preparando también su propia muerte.

La institución de la Eucaristía se desarrolla en un contacto lleno de tensión que hace intuir ya próximo el horizonte de la pasión. En efecto, Marcos lo sitúa muy significativamente entre tres anuncios proféticos: el de la traición de Judas (vv. 17-21), el del abandono de todos los discípulos (vv. 27-28) y el de la negación de Pedro (vv. 29-31), si bien el fragmento litúrgico que hemos leído no los incluye. Pero el dramatismo de esta escena que, aparentemente se desarrolla en la tranquila intimidad de una cena de amigos, se revela sobre todo en los gestos que realiza Jesús.

Jesús, que tantas veces había hecho de las comidas escenario privilegiado de sus enseñanzas, aprovecha una cena de despedida con sus amigos para impartir su última lección de vida. Para ello utiliza algunos elementos típicos de la cena pascual – pan y vino -, aunque modifica profundamente los gestos y las palabras previstos para ellos en la tradición israelita. Identificando el pan partido con su cuerpo y la copa de vino compartida con su sangre, Jesús está resumiendo el sentido de su vida y anticipando el significado de su muerte como entrega y donación sin límites de toda su persona. De este modo, el ritual de la vieja Pascua judía, centrada en el cordero sacrificado en el templo, se transforma en celebración de la nueva alianza entre Dios y los hombres, sellada con la sangre que Cristo derramó por todos.

Para escuchar la Palabra
“Hace esto en conmemoración mía” no remite sólo a repetir materialmente los gestos y las palabras de Jesús sino a reproducir sus mismas actitudes que le llevaron a entregar su vida por todos. La celebración de la Eucaristía es una celebración de la alianza y no solo un mero recuerdo del pasado. Quienes en él participamos estrechamos la comunión con Dios y entre nosotros y Dios en Cristo se une a nosotros. ¿Cómo es mi participación en la Eucaristía? ¿Qué valor le doy en mi vida cristiana? ¿Está al centro de mi vida como misterio celebrado y adorado?

Un pan que se parte y una copa de vino que se derrama es como Jesús ha querido dar a conocer su proyecto de vida. Una persona entregada, una vida para los demás. Ése es Jesús. ¿Cómo me interpelan estos signos? ¿Me siento identificado con ellos día a día? La Eucaristía podría convertirse para nosotros en un acto de culto que poco o nada tiene que ver con nuestra vida cotidiana ¿Qué significa para mí llevar una vida ‘eucarística’ que sea prolongación y expresión de lo que celebramos?

El dramatismo de la última cena no ahoga la esperanza. Al pasar el cáliz a sus discípulos, Jesús les habla de su muerte, pero también del día en el que podrá beber el vino nuevo en el Reino de Dios, ¿Cómo está alimentando la Eucaristía la esperanza en mi vida?

Para orar con la Palabra
He de confesarte, Señor, que no valoro lo suficiente tu presencia eucarística. Me ha invadido la rutina y un aire de ritualismo ahoga mi espíritu. Y no es que me haya separado o sea inconstante al celebrarla. No. Pero no la he celebrado que tú has pedido para que hagamos memoria tuya. No es repitiendo tus palabras y gestos sobre un pedazo de pan y un poco de vino como haré memoria de ti sino reproduciendo tu misma actitud de entrega. Ayúdame a comprender que es la vida de entrega el mejor memorial de tu Eucaristía y que desgastando mi vida por los demás pueda experimentar tu vida y tu fortaleza en mi.

 

 Mt 28, 16-20  Descargar PDF

 

16. Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.

17. Y al verle le adoraron; algunos sin embargo dudaron.

18. Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra.

19. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo,

20. y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.»

 

Para entender la Palabra
Tras su resurrección, Jesús ha sido constituido Señor “en el cielo y en la tierra”. Como prueba de su poder, congrega a sus discípulos, aún atemorizados e incrédulos, y les manda al mundo con una tarea: hacer de todo habitante de la tierra un discípulo suyo, convertir el mundo en ‘escuela de Dios’. Si así lo hacen, siempre los acompañará. La presencia de Dios está, pues, asegurada a una Iglesia que siga predicando el evangelio y siga bautizando en el nombre de Dios Trino.

Los Once se dirigen a Galilea, a un monte conocido. No huyen de Jerusalén sino siguen una indicación precisa: allí se les ha prometido que verían al Señor (Mt 28, 7.10). Y al verlo, caen al suelo, adorándolo, aunque algunos siguen sustentando dudas. La visión no es tan poderosa como eliminar cualquier titubeo.. La duda empequeñece la fe y, de algún modo, relativiza la experiencia visual: para saberle vivo, no basta verlo, deberán obedecerle. El Resucitado ejerce ese poder enviando a sus testigos al mundo: hacer de los pueblos discípulos de Cristo es la forma de hacer a los suyos partícipes ya de su victoria personal y asegurarles su presencia indefectible. El bautismo en el nombre de Dios Trino y la instrucción en la enseñanza de Jesús son las dos actividades básicas de esta labor educativa entre hermanos.

Al final del período pascual, en el que hemos recordado los hechos principales de nuestra salvación (muerte y resurrección de Jesús, su ascensión y el envío de su Espíritu), la Iglesia quiere que centremos nuestra atención en el Dios que está tras tanta gracia y que adoremos el misterio de tamaño amor. Quien cree tener su salvador en Cristo Jesús, ha de creer en la Trinidad de Dios; hoy recordamos el misterio central de nuestra fe: el Dios de Jesús, el único verdadero, es Padre, que nos ha creado y que nos ha llamado a la existencia; es Hijo, que murió por nosotros y que, resucitado, vivo para nosotros; es Espíritu, que nos acompaña en la ausencia de Jesús y quiere lo mejor para nosotros, nuestra santificación.

Este misterio, como cualquier otro misterio de nuestra existencia, es alcanzable sólo con el corazón. Dios consiste en el amor que nos tiene, por eso no le bastó en ser uno para nosotros, quiso “triplicarse” por nosotros. Y esta decisión misteriosa la empieza a entender quien se siente sobrecogido por tanto amor inmerecido. Cuando hablamos de tres Personas en Dios, decía san Agustín, no es porque así definamos mejor su realidad, sino para no tener que callarnos completamente. Y es que ante el amor no hay otra reacción posible que la aceptación o el rechazo; intentar la comprensión de los motivos por los que uno es amado es empezar a perder el amor que se ha descubierto. En vez de buscar una explicación racional al amor que Dios nos tiene, deberíamos hoy contemplar ese amor y callarnos aceptándolo agradecidos: tenemos, ¡quién lo iba a decir!, un Dios que se ha hecho tres para demostrarnos su amor, para hacérnoslo más cercano, más innegable.

Dios nos ha amado tanto que nos ha salvado de la nada llamándonos a existir; tanto nos ha querido, que quiso parecerse a nosotros viviendo, como hombre verdadero, entre nosotros, conociendo como nosotros la pena y la muerte; nos ha amado tanto que nos dio el Espíritu no de siervos sino de hijos. Por amor, amor incomprensible porque es amor sin medida, el Dios único se nos ha convertido en tres Personas que nos aman: no se puede vivir para comprender el amor (triple) de Dios, pero se puede vivir para sentirse comprendidos por ese amor personal de Dios Trino. Dios ha de resultarnos siempre incomprensible; pero un Dios que se “triplica” para amarnos más es un Dios adorable.

Para escuchar la Palabra
Jesús prometió su presencia a quienes envió. El pago de nuestro compromiso por hacer de los hombres discípulos; el salario por crear espacios en el mundo donde se viva según Cristo enseñó; la recompensa por vivir en común nuestra fe dentro de la Iglesia, es siempre Dios, la conciencia de su cercanía, la seguridad de su compañía, la vivencia de su triple amor. No nos queda otro camino para recuperar a Dios que recuperar la alegría de serle fieles en este mundo, asumiendo la misión que nos dejó. No es lógico verse abandonados por Dios, si hemos abandonado su voluntad. La celebración de la Trinidad nos recuerda que la tarea está por hacer y el mandato de Jesús por obedecer; no es tiempo para alimentar miedos o agrandar nuestra incredulidad: aún hay hombres que esperan el bautismo y todavía el mundo no es escuela de Dios. Volver al quehacer, cumpliendo el testamento del Resucitado, nos devolverá su presencia entre nosotros: el Señor está con quienes están donde Él ha mandado, en el mundo con el evangelio en sus corazones y en su boca. Mientras existan oyentes posibles del evangelio, tendremos la oportunidad de contar con Cristo entre nosotros: Dios no abandona a quien no cesa de testimoniarle. Es una gracia enorme y todo un quehacer. ¿Hago experiencia de su amor? ¿Tomo conciencia de la estructura trinitaria de la oración y de toda la vida cristiana?

Sin duda, nuestra incapacidad para apreciar la cercanía del Dios Trino depende de la irresponsabilidad con que vivimos nuestra fe; cuando nos presentemos, pues, como enviados de Jesús sin rubor ni complejos de inferioridad, cuando enseñemos lo que Cristo nos enseñó, cuando recuperemos el orgullo de ser sus discípulos y lo digamos públicamente, sentiremos cercano al único Dios que quiso ser tres personas para amarnos de tres formas diferentes. Cristo empeñó su palabra –hizo testamento antes de dejar la tierra- comprometiéndose a estar junto a quien predicara el evangelio y enseñara su enseñanza.

Para orar con la Palabra
Estoy bautizado, esto es, sumergido en tu amor. Eres Padre que con amor eterno me has amado en Cristo Jesús haciéndome participar de su vida filial. Eres el Hijo amado y hermano mayor de nuestra familia humana que me has amado hasta el extremo de entregarte por mí. Eres el Amor mismo, oh Santo Espíritu, que me envuelves y penetras del amor del Padre y del Hijo. Callo y contemplo la grandeza y la profundidad de ese amor. Hago silencio, pero ese silencio digno y santo de quien queda extasiado al contemplar la hermosura del amor. Estoy bautizado, esto es, sumergido en tu amor.

 

Juan 20:19-23  Descargar PDF

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

Para comprender la Palabra
Hoy recordamos el dies natalis de la Iglesia de Cristo. La Iglesia ha nacido cuando el Resucitado ha comunicado su Espíritu. Pentecostés es la “Pascua granada”, la Pascua madura que produce su fruto más sabroso: el envío del Espíritu Santo. Hay algunos datos significativos en el relato de san Juan: el don del Espíritu ya había sido prometido por Jesús no es, por tanto, algo inesperado dentro de la trama del evangelio. Por otra parte, Juan subraya la unidad del misterio pascual poniendo la comunicación del Espíritu el mismo día de la resurrección y, finalmente, presenta la misión de los discípulos de la reconciliación universal bajo el tema del ‘perdón de los pecados’.

Profundicemos en ello:
San Juan testimonia la promesa de Jesús enviar al Espíritu Santo (Jn 14, 15-17. 25-26: 15, 26-27: 16, 4b-11. 12-15). Y coloca el cumplimiento de la promesa de la comunicación del Espíritu en la tarde del mismo día de la Resurrección.

“Estando cerradas las puertas” indica el poder del Resucitado para vencer todo impedimento y al ponerse en medio de ellos, los discípulos quedan libres del miedo y de la tristeza. El reconocimiento de Jesús es para la Iglesia primitiva un medio expresivo del hecho profundo y trascendente de que el Resucitado se encuentra con los discípulos y es el mismo Jesús con quien habían convivido antes de su pasión. El saludo de paz de Jesús y la certeza de que es él, el crucificado y traspasado, hacen que el miedo deje paso a la alegría. Y el saludo pascual es el ofrecimiento de la “Paz”, que es el bien espiritual, don interior que se deja sentir externamente. La paz que el Señor resucitado trae a los discípulos de parte de Dios debe acompañarlos en su misión y demostrar al mundo lo que es la verdadera paz.

Y tras el envío sigue la donación del Espíritu. La señal externa es el acto de insuflar unido a las palabras “Recibid el Espíritu Santo”. Dicho gesto alude a la creación del hombre (Gn 2,7) o la profecía de Ez 37,7-14. El soplo, viento, aliento, pueden ser sinónimos de espíritu tanto en la lengua hebrea como en la griega. El don del Espíritu por Jesús a sus discípulos es descrito de la misma forma que el don de la vida que Dios comunicó al hombre en sus orígenes. Y es que ahora estamos en el origen de una nueva humanidad, ante una nueva creación. El don del Espíritu Santo hace de los discípulos personas recreadas, los libera de su vieja condición de “encerrados” y los prepara para asumir nuevos desafíos.

Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a sus discípulos. La reconciliación universal es la tarea de quienes cuentan con el Espíritu de Jesús. La absolución de los pecados es un don y encargo del Señor resucitado. Así los signos de la presencia permanente de Jesús en la Iglesia son el don de la paz y la recepción del Espíritu. Como Jesús que ha sido consagrado para traer la salvación del Padre, así, ahora los discípulos con la Paz y el Espíritu son consagrados para que la lleven a todo el mundo. Existe una relación entre recibir el Espíritu y ser enviados por el Hijo. La misión actual tiene el modelo y fundamento en la misión del Hijo por el Padre.

Para escuchar la Palabra
El Hombre Nuevo da la misión a sus discípulos de ser nuevos hombres y de hacer nueva a la humanidad, dándoles su Espíritu. Se lo impone y lo posibilita. Los discípulos reciben el aliento del Resucitado y el mandato de perdonar en su nombre y con su poder. Vivir para el perdón es vivir de la resurrección, es vivir con su mismo Espíritu; vivir perdonando es ser nuevo hombre, que ha muerto al pecado y vive para ofrecer vida a los demás. ¿Por qué mis durezas para el perdón al hermano?

Los discípulos pasaron del miedo a la alegría al ver al resucitado en medio de ellos. Él eligió a unos discípulos asustadizos como apóstoles. No hay miedos, ni cobardías o traiciones que nos libren de la tarea de ser sus enviados al mundo. Jesús sacó a sus discípulos de su casa y de sus miedos, de su encierro y de su pusilanimidad y los lanzó al mundo. ¿Experimento su presencia, acojo su paz y me sé enviado como ministro de paz y perdón? Jesús resucitado quiere hacernos hombres nuevos, testigos fehacientes de la fuerza de su resurrección, resucitando en nosotros la alegría del testimonio y la tarea de representarlo.

El resucitado “sopló” sobre los discípulos su aliento personal, su fuerza interior, su Espíritu, haciendo posible su renacimiento. Encerrados en nosotros mismos y alimentando miedos poco testimonio damos de la acción del Espíritu. Empequeñecemos el Espíritu de Jesús a base de no atrevernos a ser audaces en la vivencia diaria de nuestra fe. Más de algún hermano pudiera cuestionarnos: “¿Por qué habría de ser entusiasmante una vida de fe, que no logra entusiasmar a cuantos dicen vivirla?” El mejor argumento que tenemos para convencer al mundo de que Cristo ha resucitado y que es posible vivir de una nueva forma es viviendo dóciles al Espíritu que hemos recibido en el perdón sincero. Quien puede perdonar a quien le ha ofendido ha recuperado la paz interior y tiene el Espíritu de Jesús. La alegría de vivir pertenece a quien sabe ser tan generoso como para echar en olvido las ofensas.

Para orar con la Palabra
Jesús resucitado, Señor del Espíritu, vence nuestro miedo dándonos tu paz. Tus discípulos seguimos viviendo atemorizados y necesitados que nos posibilites una manera nueva de ser humanidad. Viviendo de tu paz podremos pacificar, mientras que con nuestro miedo sólo sembraremos conflicto. Los que decimos seguirte seguimos encerrados entre los muros de nuestro orgullo y soberbia, tememos perdonar porque el mundo nos ha hecho creer que es debilidad y muerte. Ya no queremos ser del mundo que siembra odios y divisiones. Vuelve a soplar dándonos tu mismo Espíritu que nos pacifique para que podamos crear esa paz en el perdón. Desde nuestras fuerzas no podremos si tu Espíritu no nos mueve. Haznos, por tu Espíritu, constructores de paz y testigos fehacientes de tu resurrección.

¡CRISTO HA RESUCITADO!
III DOMINGO DE PASCUA Lc 24, 35-48

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Lucas 24:35-48
35 Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
36 Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
37 Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu.
38 Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?
39 Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como véis que yo tengo.»
40 Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies.
41 Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?»
42 Ellos le ofrecieron parte de un pez asado.
43 Lo tomó y comió delante de ellos.
44 Después les dijo: «Estas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: "Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí."»
45 Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras,
46 y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
47 y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
48 Vosotros sois testigos de estas cosas.

 

Para comprender la Palabra
Las dificultades que se plantean ante el misterio son antiguas y el mismo Lucas las refleja: las apariciones son fantasía (v. 39) y van en contra de todo el espíritu religioso de Israel en el AT (la muerte y resurrección individual del Cristo). Este es el primer centro de interés de Lucas resaltar la veracidad del suceso (vv. 35-43); el aparecido no es un fantasma, puede comer y ser palpado, ser visto y oído; el narrador vuelve a insistir en la incapacidad de los testigos para creer lo que están viendo y entender cuanto oyen: de no haber sido por Jesús lo hubieran seguido dando por muerto; el Resucitado tuvo que emplearse a fondo para imponer la realidad de su vida. Para los judíos un espíritu sin cuerpo sólo puede ser un fantasma o una aparición por eso Lucas tiene que emplear imágenes materializadas para demostrar la realidad de la resurrección. El signo de la comida avanza aún más: compartir el alimento en la cultura bíblica es expresión de comunión interpersonal. El simple signo convival de Jesús compartiendo un pez asado revela la plena pertenencia de Jesús al mundo de los vivos, y en concreto al mundo de su grupo. Los discípulos pasan del sobresalto y miedo (vv. 37-38), a la alegría y asombro (v. 41) y al compromiso de ser testigos (v. 48). Para reconocer al resucitado se requieren ojos abiertos por Dios.

El segundo centro de interés en el relato (vv. 44-48) está en lograr el convencimiento de los creyentes: lo que ha sucedido es parte de un proyecto divino; cumple las promesas de Dios y aporta salvación a todo el que lo vea así, como el mismo Jesús ha demostrado a sus primeros discípulos. Jesús trae cumplimiento de la Ley (Lc 16,17s), la realización de las profecías (Lc. 4, 21), el culto de alabanza por las grandes obras que Dios llevó a cabo por Jesús. El tiempo de Jesús es el tiempo de la realización de las promesas. Dios no sólo justificó al Mesías, sino que a través de su resurrección trae la salvación a la humanidad. “Abrir el entendimiento” significa comprender que todo el camino de Israel recibe su sentido al culminar en la pasión y pascua de Jesús el Cristo. Para mostrar el sentido de la resurrección de Jesús es necesario señalar su coherencia interna respecto de los auténticos esquemas religiosos de la humanidad; todo lo que el hombre ha creído, buscado y experimentado recibe aquí su hondura y contenido. El Señor resucitado envía a la Iglesia a proclamar que por la cruz y la resurrección Dios extiende a todas las naciones el perdón de los pecados y la salvación.

El encargo recibido por la Iglesia se cifra en: - el kerigma o anuncio como actitud que exige no permanecer callado o encerrado en sí mismo; -el contenido de esta proclamación: metánoia o conversión como actitud total de cambio (literalmente, en griego: mutación de los planteamientos personales); - transformación por el perdón del pecado o amartía, como expresión de vida nueva, final y definitivamente salvada. Y por último, - mártires o testigos del respaldo divino con el que se ve dotada la nueva visión.

Para escuchar la Palabra
Creer en la resurrección es afirmar que existe un programa divino que nos incluye: lo que es vivencia de Jesús hoy es esperanza nuestra y nuestro porvenir mañana. El testigo de Jesús espera en lo que cree y cree en lo que espera. Pero como los primeros discípulos nosotros vivimos no creyéndonos de verdad lo que decimos creer: nuestro corazón no concede crédito a lo que profesan nuestros labios. ¿De dónde proceden nuestros miedos y nuestra desesperanza? ¿Cómo explicarnos que no estemos seguros de que existe una vida tras la muerte, si confesamos que Cristo resucitó de entre los muertos? Quizá nos falte valentía en comunicarnos unos a otros la fe que ya vivimos, coraje para decirnos la esperanza de la que nos alimentamos en la adversidad, sencillez para asincerarnos con cuantos comparten nuestro amor a Cristo.

La fe que no se expresa, si no está ya muerta, es fe condenada a morir. Quien sabe que Cristo ha resucitado, no se lo puede callar: tendrá que decírselo al mundo, empezando, como los discípulos primeros, por sus más allegados. Quien vive su fe espaldas a la comunidad creyente no podrá asegurarse contra la pérdida de esa fe. La mejor vivencia de la fe común es su vivencia en común. Jesús se dejó ver y tocar por aquellos que encontró reunidos, compartiendo juntos su incertidumbre pero también la convicción de que estaba vivo. ¡De cuánto no nos estaremos privando nosotros, persistiendo en vivir por libre nuestra fe, sin el apoyo de quienes han creído antes o creen más o mejor que nosotros! El resucitado no dejará de venir al encuentro de quienes, juntos, lo echamos de menos y lo buscamos unidos.

Para orar con la Palabra
Te damos gracias, Padre bueno, por la resurrección de tu Hijo, por el Espíritu de paz y de alegría que por Él nos has concedido. Transforma nuestra vida en un fervoroso aleluya, que nos empuje a vivir y expresar, con sinceridad y sencillez, la fraternidad de la fe que une a tus hijos y que ha de ser el signo en medio del mundo de tu mismo amor para con los hombres. Tú eres quien con amor renuevas constantemente todo cuanto ha salido de tus manos: purifica tu Iglesia, hazla digna de su esposo glorioso y, de esta manera, pueda llevar a término la obra que le has confiado de hacer presente tu Reino en nuestro mundo y en nuestros días. Haz que siguiendo el ejemplo y el mandamiento de tu Hijo, sepamos encontrar un nuevo sentido a nuestro trabajo y a nuestras ansias diarias. Que nuestro amor y nuestra fraternidad sean, así, un grito y un testimonio que nos identifique ante quien sea como discípulos de Cristo resucitado.

Juan 10:11-18   Descargar PDF

11 Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas.
12 Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa,
13 porque es asalariado y no le importan nada las ovejas.
14 Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí,
15 como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas.
16 También tengo otras ovejas, que no son de este redil; también a ésas las tengo que conducir y escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño, un solo pastor.
17 Por eso me ama el Padre, porque doy mi vida, para recobrarla de nuevo.
18 Nadie me la quita; yo la doy voluntariamente. Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre.»

 

Para comprender la Palabra
La alegoría del pastor refleja directamente la persona y la misión de Jesús. Él es el pastor verdadero porque da la vida propia y constituye el camino mismo (14,6) y la puerta (vv. 11.14) para entrar a su redil. Esta imagen del buen pastor, aparentemente entrañable y bucólica, contiene una fuerte denuncia contra los dirigentes judíos que son considerados como falsos pastores de Israel. Por eso este pasaje se entiende mejor si se lee en su contexto: la discusión entre Jesús y los fariseos que siguen a la curación del ciego de nacimiento (Jn 9, 1-10-21).

En el contexto de la polémica con los fariseos Jesús se autentifica como pastor porque da su vida por sus ovejas, se expone por ellas y así se legitima como auténtico pastor, lo contrario del asalariado, que trabaja por interés propio o ajeno al de las ovejas, que lo abandonan a su propia suerte y se sirven de él. La segunda vez que llega a identificarse como buen pastor añade a la entrega de la propia vida el conocimiento mutuo entre pastor bueno y rebaño como criterio que identifica el verdadero pastor: el mutuo conocimiento no es más que reflejo del conocimiento recíproco de Dios y su revelador; en ella se origina la solidaridad extrema del pastor auténtico con su rebaño. No es por tanto un conocimiento superficial. El verbo conocer alude a una íntima comunión entre las personas, de un amor recíproco.

El fundamento sobre el que se construye la alegoría es totalmente bíblico. Hace referencia al AT, donde la misma imagen del pastor y del rebaño fue utilizada para describir las relaciones existentes entre Yahvé y su pueblo (Sal 23; Ez 34). Los textos más claros, a los que más directamente se hace referencia en esta alegoría del cuarto evangelio, son los de Ezequiel (34; 37, 16ss). La alegoría tiene también en cuenta la tradición sinóptica (Mc 6, 34; 14, 27; Lc 15, 3-7). Para el AT como para la tradición sinóptica el rebaño es la casa de Israel, el antiguo pueblo de Dios. No todas las ovejas le pertenecen. Se establece un nuevo principio de pertenencia: pertenecen al rebaño aquellas ovejas que escuchan su voz estableciendo una comunión como la de Jesús y el Padre. Así debe ser la comunión entre Jesús y los creyentes. Comunión nacida e impulsada desde la fe y traducida en la obediencia.

El pastoreo es universal y futuro; las ovejas pertenecientes al redil de Jesús no son únicamente aquellas a las que él se dirige sino todas las que le hayan sido confiadas, cuantas le escuchen y reconozcan, quienes bajo él permanezcan unidas. Y es revelador que esta misión porvenir y universal vaya ligada a su voluntad de entrega. El amor del Padre tiene su causa en esa entrega voluntaria; la muerte de Jesús está vista así no como catástrofe y escándalo sino como acto soberano de libertad y obediencia a Dios. Jesús es dueño de dar su vida y de recobrarla: ésa es su quehacer. La voluntad de Jesús responde a la voluntad del Padre; su pastoreo es fruto de dos protagonistas: Dios que ama y su Hijo amado.

Para escuchar la Palabra
Una vida cristiana que no sepa disfrutar de la cercanía de Jesús o que ignore sus atenciones, no se autentifica. Al presentarse como pastor, Jesús pretendía proponerse como señor y como siervo, como guía y como compañero; se declara dispuesto a relacionarse con quien le quisiera como pastor. La voluntad de convivencia le ha llevado a Jesús a entregar su vida por nosotros. ¿a qué viene el sentirse abandonados por él, cuando presentimos el peligro y la adversidad? ¿Con qué derecho nos creemos solos e indefensos siempre que tenemos que encarar una dificultad o asumir un riesgo? Quien ha entregado su vida por nosotros, no nos podía dar otra prueba mejor de estar a favor nuestro; quien renunció a vivir porque prefirió convivir con nosotros, no se echa atrás ante peligros menores y menores enemigos que la misma muerte.

Saberse apacentados por Jesús lleva a vivir sin temor la propia vida, sabiendo que nuestro presente está en buenas manos y que nuestro futuro está ya asegurado en quien amó su vida menos que la nuestra. Jesús nos lo ha advertido: tener como pastores a asalariados lleva inevitablemente a ser presa de los lobos. Y es esa por desgracia nuestra pequeña historia: hemos sido víctimas de aquellos en quienes nos confiamos porque no nos atrevíamos a confiarnos totalmente en Cristo. Sólo quien está dispuesto a entregar su vida antes que entregar su grey es un pastor digno de confianza, sólo quien prefiere convivir junto a nosotros que vivir sin nosotros merece ser seguido. También es bueno que recemos por quienes han sentido la vocación de imitarle y representarle. Aunque no sean tan buenos como los quisiéramos son la imagen más cercana que nos queda en este mundo del pastor bueno que necesitamos. Rezando por ellos los hacemos mejores y conseguimos tener a nuestra disposición pastores buenos que nos recuerden más fácilmente el rostro y la voz del Pastor bueno, Cristo Jesús.

Para orar con la Palabra
Te identificas como pastor bueno y yo busco otras instancias para confiar mi vida; eres quien te auto-entregas y mi corazón permanece indiferente; me amas y me conoces y sigo sintiéndome solo. ¿Te pertenezco, Señor? Hazme saber que te importo y que has puesto tu propia vida como precio de la mía. Mis oídos son sordos y mi vista ciega porque ni te escucho ni te sigo. No permitas que me disgregue y me pierda, mantenme unido a la comunidad de tu rebaño desde donde se escucha tu voz y se percibe tu presencia. A fuerza de tus atenciones gana mi corazón rebelde. Hoy me confieso ante ti incapaz de seguirte. Sólo tú que eres la belleza podrás atraer y fascinar mi corazón. ¿Cómo podré representarte, responsabilizándome de mis hermanos, si no vivo la experiencia de pertenecerte, de escucharte y de seguirte? ¡Ah, Señor! Hay muchos asalariados que quieren aprovecharse de los demás y a veces con astutos argumentos. Líbranos de los malos pastores y modela nuestro corazón para que, a tu imagen y en tu nombre, cuidemos de nuestros hermanos más débiles, para que siempre unidos, como hermanos, seamos el rebaño que tú siempre has deseado de nosotros, tu Iglesia.

 

 Juan 15:1-8  Descargar PDF

1 «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
2 Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.
3 Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.
8 La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos.

Para comprender la Palabra
El pasaje de este domingo y del siguiente forman parte del llamado “discurso de despedida” del evangelio según san Juan (Jn 13-17). En realidad se trata de dos discursos y una larga oración que Jesús pronuncia durante la última cena. Es como un testamento espiritual. Estos discursos resumen la enseñanza de Jesús y ofrecen orientaciones a sus seguidores para que sepan cómo conducirse cuando falte el Maestro. Fueron compuestos mucho tiempo después de su muerte a partir de las palabras y recuerdos de Jesús, junto con las reflexiones de sus discípulos.

Jesús se presenta como Viña verdadera. La vid, con el olivo y la higuera, son característicos de la vegetación palestina y símbolo del pueblo elegido. La vid es una planta que exige muchos cuidados. La misma planta sugiere que sea tomada como ilustración de los cuidados de Dios por su pueblo. Un símbolo muy común en el AT (Is 5; Jer 2, 21, Os 10, 1) que servía para ilustrar la infidelidad del pueblo y su castigo (Sal 80, 8-16; Ez 19, 10-14), pero nunca fue empleado como símbolo personal del Mesías. Al apropiarse esta imagen puede estar aludiendo a la fidelidad única a Dios que en él está garantizada: Jesús es la única vid que no defraudó al Padre, que es el viñador; la identidad de Jesús reside en su correspondencia a los desvelos del Padre.

De esta fidelidad se sigue su capacidad de dar vida los sarmientos-discípulos; es Dios mismo quien cuida esta viña, cortando y limpiando los sarmientos. Conociendo la planta no es necesario afirmar que no todos los tallos prosperan. Tiene que haber un constante cuidado de poda y limpieza. Las ramas infructuosas son los hombres sin fe y los discípulos apóstatas. En cambio en la vida de los discípulos fieles, existencia y fecundidad van unidos, así como progreso vital y limpieza dolorosa: Dios poda para favorecer la fertilidad de aquéllos que están insertos en Cristo. Los discípulos ya están limpios (v. 3) merced a la palabra de Jesús, que les ha separado del mundo y centrado en Dios; su palabra ha sido principio de separación y de fertilidad, purificación y fructificación. La purificación por el mensaje es un don inmerecido y estado conseguido; de él nace la tarea imperativa: la permanencia (v.4); sólo así se asegura el don y el fruto, la vida y su progresivo desarrollo. Unión vital y fecundidad son inseparables: la fertilidad del discípulo depende de la fidelidad a Cristo y su corrupción de su separación de Él.

En el v. 5 viene una repetición de revelación aunque introduciendo un matiz nuevo al tema de la permanencia (once veces aparece en el capítulo, siete en nuestro texto): la relación entre discípulos y Jesús es íntima; la capacidad del cristiano para hacer algo depende de su enraizamiento en Cristo. La autosuficiencia aparta de Dios y corta la unión con Jesús. Separarse de él significaría no sólo sequedad, también la ruina. La permanencia en Jesús, en cambio, que comporta la permanencia de su palabra en uno, consigue la escucha de su oración. Quien sigue las palabras de Jesús sabrá que sus deseos son seguidos por Dios. Es así como la existencia cristiana, que es permanencia en Cristo y posibilidad de producir vida, realiza la obra de Cristo, es decir, la gloria del Padre. Esta permanencia en Cristo está comprendida ahora como permanencia en su amor. La permanencia en el amor del discípulo con Jesús tiene su origen y principio en la relación Padre-Hijo.

Para escuchar la Palabra
Dios está totalmente volcado en Jesús, como el labrador en su viña: en consecuencia para poder participar de los cuidados de Dios habrá que tener parte en Cristo, la viña de sus cuidados; no será, pues, la pertenencia a un pueblo, por santo que sea, lo que nos hará objeto de las atenciones del Padre, sino la permanencia en Jesús, el Hijo de Dios. El enraizamiento en Cristo es la clave para la fidelidad del discípulo y de la comunidad. Arraigarse en él es la forma de tenerlo. Sólo mantiene la vida quien permanece en él dando fruto. ¿Me mantengo unido a Cristo o vivo a mi aire? ¿Cuáles son los signos de mi permanencia en la auténtica Vid? Amor sin eficacia, fe sin práctica es amor necesitado de poda; amor sin frutos es amor destinado a arder como hojarasca inútil. ¿Cómo entiendo mi relación con Cristo? Quien amando con obras, fructifica su permanencia en Cristo, verá fructificados hasta sus deseos: la petición del que da lo que Dios espera de él se verá satisfecha; Cristo no dejará sin cumplir los anhelos de quien cumple su voluntad. Tal es la capacidad de vivificar de la verdadera Vid que es Cristo.

Como el viñador cuida podando y fortifica la vida en la vid librándola de las partes inútiles, infructuosas, así se comporta Dios con quienes quiere de verdad. Y es que, como el buen labrador con su viña, no nos cuida porque demos ya los frutos que espera, sino porque con su trabajo espera obtener mejores frutos que los que le damos. Sentirse bien con alguien no es todavía amarlo de verdad: un amor sin exigencias es un amor barato, sin consecuencias, tan fácil de dar como fácil de retirar. ¿Estamos dispuestos a sufrir esos cuidados de Dios? ¿Queremos que Dios nos importune con sus atenciones? ¿Estamos dispuestos a pagar el precio de su amor?

Para orar con la Palabra
No siento tu mano potente, ni el calor de tu presencia, ni el consuelo de tu compañía porque no me he mantenido unido a ti, Señor. Injértame en tu vida para que fluya tu savia. Creo que llevo tanto tiempo muerto en vida, o ¿No crees que aún haya posibilidad de vida? Que tu vida circule en mi interior, savia santa, para que pueda germinar y dar abundantes y buenos frutos en el amor. Necesito saber que el buen viñador, tu Padre, me poda. Su intervención tantas veces es dolorosa. Experiencias de desarraigo, de sequedad, de soledad... y todo ello con un fin preciso: impulsar mi vida. Ya no quiero cuestionar el por qué de esas experiencias que me causan dolor sino me preguntaré el para qué de las mismas, lo que Dios espera de mí al vivirlas. Hoy renuevo mi compromiso de permanecer en tu amor. Quiero que tú seas la razón de mi vida y el fin de mis proyectos, la raíz de mis esperanzas y el lugar donde florezca. Espero en ti que me darás la vida y me saciarás de tu presencia y de tu amor.

 

 

Juan 15:9-17  Descargar PDF

9 Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor.
10 Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.
11 Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.
12 Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado.
13 Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos.
14 Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.
15 No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
16 No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca; de modo que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo conceda.
17 Lo que os mando es que os améis los unos a los otros.»

 

Para entender la Palabra
El evangelio de hoy es continuación del texto del domingo pasado. Jesús viene insistiendo a sus discípulos en “Permaneced en mí, como yo en vosotros... porque separados de mí no podéis haced nada”. Aclara ahora que tal permanencia no es una actividad pietista ni dejación de la propia iniciativa: la permanencia exige actuación de sus mandamientos, el amor impone obediencia.
La dinámica del amor aparece con todos sus protagonistas, en su doble movimiento de ser amado y amar, y con el resultado final de esta experiencia. Esto es, Jesús inicia presentando el amor fundante o “amor primero” (v 9ª): “Como el Padre me amó, yo también les he amado a ustedes”; después presenta la respuesta al amor primero: “permanezcan en mi amor” (v 9b- 10); y, finalmente, el resultado del amor: la plenitud de la alegría (v. 11). Mantenerse en el amor de Jesús, fuente de la alegría, pertenece al orden de la comunión de voluntades, porque “ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando” (v. 15)
El amor del Padre hacia Jesús, no es sólo una comparación de semejanza sino que es origen, modelo y medida de intensidad del manantial de amor de Jesús hacia sus discípulos. Hay un vínculo de identidad entre el amor del Padre al Hijo, el amor del Hijo a los discípulos y el amor de los discípulos entre ellos. Jesús pide reciprocidad por ello el imperativo: “permaneced”. Permanecer en su amor es insertarse en Él; es querer lo que Él quiere (obediencia) y es darle solidez a todas nuestras relaciones. Finalmente, Jesús menciona el objetivo del evangelio (la buena noticia del amor) es llenarnos de alegría el corazón.
En la segunda parte, después de colocar los fundamentos del amor, Jesús explica cuáles son sus expresiones, los frutos que brotan de esa savia vivificante y que son motivo de la inmensa alegría de los discípulos (vv 12-17) Este pasaje sin los anteriores, carecería de apoyo, y el anterior sin éste, se convertiría en un discurso abstracto – uno más entre tantos – sobre el amor.
Jesús comienza con un imperativo: “ámense”; después le da una identidad propia lo llama: mi mandamiento; finalmente, él mismo se presenta como el contenido del amor: “como yo os he amado”. Este amor, impuesto por quien nos lo ha proporcionado, no tiene más límite que la propia vida: hay que estar dispuestos a entregarla por los amigos. Quien obedece no es siervo, sino amigo del Amante. No hay mayor felicidad. El cristiano que no se sienta amado, difícilmente podrá intentar amar ni sentirse feliz. Pero prueba que es querido por Dios no quien lo afirma, ni siquiera quien lo desea, sino quien hace su querer, amando al prójimo sin límites, con toda la vida.

Para escuchar la Palabra
Habría que caer en la cuenta de que Jesús no exige nada que no haya hecho él antes posible: quienes debemos amarnos hemos sido objeto de amor. Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor. Antes de tener que buscar al prójimo que amar, Cristo ha salido en nuestra búsqueda, se nos ha aproximado, nos ha distinguido con su amor: No sois vosotros los que me habéis elegido; soy yo quien os he elegido. Yendo a nuestro encuentro, eligiéndonos como personas a quienes querer, Jesús nos ha hecho fácil el cumplimiento de su querer: nos bastaría con permanecer en su amor. ¿Qué sentimientos y qué convicciones de fe suscitan en ti estas palabras de Jesús?

Aquí sin duda, está la raíz de nuestra incapacidad para amar: no sabemos amar, creemos imposible el amor a los otros, porque no nos sabemos amados por Dios, porque, sencillamente, no nos creemos posible que Él, todo un Dios, nos ame. ¿O no nos irán de otra forma bien distinta las cosas, pensamos, si le importáramos algo, si nos quisiera un poco tan siquiera? Esta pregunta, que tantas veces nos hemos hecho, esta duda tan normal, es en realidad una reacción desconsiderada para con Dios. Y es que, quizá porque nos imaginamos el amor de Dios según lo que de Él quisiéramos, conforme a lo que creemos nos conviene, y así, nos estamos quedando sin experimentar cuánto nos quiere Él, cuánto nos conviene su amor; sólo porque no entendemos o no aceptamos su modo de amarnos, nos estamos privando de sentirnos amados. Y quien no se siente amado, está incapacitado para amar. ¿Hasta qué punto el mandamiento nuevo del Amor que hace del amor de Jesús inspira y motiva tu compromiso cristiano?

El discípulo de Jesús se sabe amado y sabe cómo permanecer en ese amor: dejándose amar por el Maestro amigo, aquél que ha dado la vida por él. Dejando que su querer sea el nuestro, haciendo nuestra su voluntad, no nos extrañemos de sus exigencias, ni nos acobardaremos ante una tarea, en apariencia, tan imposible como es el amor fraterno. Debemos al mundo de hoy, tan incrédulo en el amor gratuito, tan sediento del amor fácil, sin compromisos que duren ni responsabilidades que no se acaben, el testimonio del amor posible, el amor cristiano, el amor al que Cristo obliga a los suyos, porque se lo tiene demostrado; si no se lo damos, nosotros que nos sabemos amados de Jesús, nos callamos que Dios nos quiere de verdad y quiere que de verdad nos queramos. No se trata ya de saber si podremos o no querernos unos a otros, se trata de que Jesús nos ha querido y quiere que nos amemos: Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando.

Para orar con la Palabra
Hablemos de amigo a amigo cual debe ser toda oración, Señor. Me elegiste y me has amado con el mismo amor con que el Padre te ama y me pides permanecer en ti, más allá de cualquier sentimiento o palabra, haciendo tu voluntad. ¿No te parece que hoy está gastada la palabra amor? Recurro a ti para aprender a amar. Con frecuencia confundo el amor con la simple satisfacción pasajera o a un sentimiento de atracción. Y Tú me has amado, aun cuando era pecador, enemigo, y no digno de amor. Me ofreciste tu amistad al entregarte por mí y al hacerme partícipe de tu vida filial teniendo acceso a tu mismo Padre. ¿Hay fronteras en este amor? “¿Qué nos podrá separa del amor de Dios manifestado en Jesucristo?”. La medida de tu amor es el amor si medida. Señor; a fuerza de reconocerlo, capacítame para permanecer en ti e irradiar ese amor a todos. Que mi amor sea reflejo del tuyo viviendo como hijo de tu Padre y como hermano de todos. Ante ti me presento sabiéndome amado y suplicándote: enséñame a amar.

 

 Marcos 16:15-20  Descargar PDF

15 Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
17 Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban.

Para comprender la Palabra
Este final del evangelio de Marcos es un compendio de motivos de diversa procedencia. Añadido a finales del siglo I, y considerado como texto inspirado, pone un final más digno que el primitivo como terminaban los otros evangelios.

El texto actual está dividido en dos escenas. En la primera (vv 14-18) Jesús resucitado se aparece a sus discípulos y les encarga la misión de anunciar el evangelio. En sus palabras destacan la universalidad de este anuncio la mención a los signos que acompañarán a los que crean en él. El envío solemne de los discípulos contiene algunos acentos muy cercanos al lenguaje de Pablo. Efectivamente, Mateo dice simplemente: “Id, pues y hacedme discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a observar todo lo que os he ordenado” (Mt 28, 19-20). Por el contrario, Marcos habla del “mundo entero”, como Rom 1,8 y de “toda la creación”, como Col 1,23.

La amenaza contra los “incrédulos” hay que entenderla en su contexto: efectivamente, no se dice que el que no se bautice se condenará sino que serán condenados los que se nieguen a creer (apisteín). Aquí claramente se está pensando en una actitud de obstinación culpable frente al asalto de la fe, y no se alude a los “no creyentes” en el sentido moderno de la palabra.

A los creyentes les acompañarán signos de vida y de liberación que aluden a la coherencia que ha de existir entre lo que se anuncia y lo que se practica. Los signos mencionados pueden ser extraños a nuestra mentalidad. Han de ser actualizados pero hacen referencia a experiencias de los primeros cristianos (cf. Mc 6, 13; Hech 2, 1-4; Lc 10, 19; Hech 28, 3-6). El ambiente carismático, reflejado en el texto, hace pensar en una comunidad mucho más primitiva y menos institucionalizada que la que se ve por debajo del evangelio de Mateo. Aquí, en efecto, se habla de “hacer discípulos”, de bautizar según un determinado rito litúrgico, de hacer observar los mandamientos de Jesús. Esto significa que incluso la adición final del segundo evangelio pertenece a un estado primitivo de las comunidades cristianas, Esto corresponde muy bien a la condición histórica, psicológica, etc., de una comunidad judeocristiana helenista de Cesarea en los años 50 de nuestra era.

En la segunda escena (vv. 19-20) se refiere directamente a la ascensión de Jesús. Como en Lc 24.51 Jesús sube al cielo inmediatamente después de haber impartido a los discípulos las indicaciones finales: para describir esto se usan expresiones del AT tomadas de la historia de Elías (2 Re 2,11) y del Salmo 110. Es una imagen ligada al esquema espacial. En realidad, Jesús Resucitado no ocupa un lugar físico ni se encuentra en ninguna de las dimensiones que nosotros conocemos. Lo realmente importante es que vive la misma vida de Dios y eso lo que el evangelista trata de decir bajo esta simbología espacial.

Las apariciones en Galilea (Mt 28,16) no tienen ya lugar alguno en esta tradición; la actividad misionera de los discípulos con el Señor que “actuaban con ellos” constituye la verdadera y propia conclusión del evangelio: la comunidad debe tener sus responsabilidades, pero nunca serán sucedáneos del Señor que, resucitado, sigue estando presente en medio de ellos.

Para escuchar la Palabra
La postrema orden, el testamento de Jesús resucitado antes de su desaparición fue la responsabilidad misionera de los creyentes. No hay otro modo legítimo de celebrar el señorío de Jesús más que con la evangelización del mundo: el siervo de Cristo intenta hacer cristiano su mundo y su corazón; mientras esté ocupado en llevarlo al mundo, llevándolo en el corazón, el discípulo, prescindirá “físicamente” de su Señor a su lado y verá, para su sorpresa, que es capaz de repetir idénticos prodigios. Para representar al Señor, que se echa en falta, bastará ponerse a predicarlo. ¿Me siento comprometido en el mandato misionero? ¿Cómo lo vivo en la vida ordinaria? ¿Qué signos de vida y de liberación ofrezco?

Como bien aprendieron los que lo vieron alejarse, cualquier nube es capaz de entenebrecer la visión al discípulo y su existencia: ¿o no es verdad que cualquier obstáculo, por insignificante y pasajero que sea, puede ocultarnos a nuestro Señor y separarnos de él? Hoy como ayer, cualquier nubecilla es capaz de quitárnoslo de la vista y del corazón; cualquier pena o dificultad nos hace sentirnos huérfanos de Jesús, sin él, abandonados a nuestra suerte. No hay tiempo para lamentaciones: no se trata de que no debamos sentir la ausencia de Dios o que no nos deba apenar su aparente lejanía de nuestro mundo; pero debemos darnos cuenta que en esa situación hemos nacido los cristianos; la Iglesia ha surgido, precisamente, para recordar al mundo que la “ausencia” visible de Cristo es solo momentánea, que vendrá de nuevo, que está junto a Dios velando por quienes lo recuerdan, le echan de menos y le esperan. ¿Cuáles son esas nubes que lo apartan de mi vista? ¿Cómo reacciono?

Hoy no es significativa una vida que no viva haciendo aquello que dice creer: creer que el mal ha sido vencido impone afrontarlo de cara, sin miedo a sucumbir bajo su peso y luchando por vencerlo de raíz; afirmar que si Jesús se nos ha ido de este mundo es para cuidar mejor de él; estando junto a Dios mejor nos cuida para nosotros preocuparnos de su encomienda. Y es que viviendo desinteresados del mundo, insensibles ante el mal que hay en él, silenciosos ante el silencio de Dios que hoy impera, solo porque no nos ha alcanzado todavía o porque creemos que Dios nos librará de él pronto, los creyentes no podemos convencer a nuestros contemporáneos de que Dios esté interesando por ellos, tanto como para habernos dejado a nosotros encargados de luchar en su ausencia y en su lugar contra esos males. ¿Cómo represento a mi Señor glorioso en medio de las personas con quienes me relaciono? ¿Soy su testigo?

Para orar con la Palabra
Te fuiste Señor al seno del Padre, habiendo cumplido tu misión en la tierra. Nos has dejado solos pero no abandonados. No te vemos, pero no estás ausente. Ya has concluido tu misión y sigues enviándonos a todo el mundo y ante toda creatura a representarte. Ya estás plenificado, reinando a la diestra de tu Padre, y eres comunicador del Espíritu. Has compartido tu misma tarea y tu misma fuerza para continuar tu presencia y tu misión en la historia. Nos has instruido y confiado el mundo. Nos has confiado ser tus testigos. Es el tiempo de dejarnos mover por tu Espíritu. Es tiempo de la profecía y de la misión. Perdona mis cobardías y negligencias, mis contribuciones por crear más ausencia que presencia tuya en el mundo. Señor, reconociéndote exaltado dame fuerza para comprometerme a ser tu testigo en el contacto con tu palabra y en la unidad comunitaria. Que habiendo sido iluminado por tu Espíritu y tu Palabra ilumine la vida de tantos hermanos. Y que cumpliendo tu misión experimente tu Espíritu de amor, tus cuidados y tus atenciones.


 

 

 

12 Ord BEl texto Mc 4, 35-41  Desgargar PDF

(lee este texto, serena y tranquilamente una o varias veces hasta desentrañar parte de su estructura, personajes y organización)

35 En aquel día habiendo caído la tarde, les dijo: “Pasemos a la otra orilla”. 36 Y habiendo despedido a la gente lo llevaron como estaba él en la barca, y había otras barcas con él.
37 Entonces vino una gran tormenta de viento y las olas se lanzaban contra la barca, que se ya se llenaba la barca. 38 Pero él estaba en la popa sobre una alhoada durmiendo, entonces lo despertaron y le decían: “Maestro, ¿no te importa que perezcamos?” 39 Levantándose, increpó al viento y dijo al mar: “Calla, quédate en silencio”. Y cesó el viento y vino una gran calma. 40 Y les dijo: “¿Por qué son cobardes?, ¿aún no tienen fe?” 41 Ellos se atemorizaron con gran temor y se decían unos a otros: “¿Quién, pues, es éste que el viento y el mar le obedecen?”

 

LEXIO 

Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)

El relato del Evangelio nos sitúa en un momento temporal preciso: el atardecer, el comienzo de la hora de las tinieblas; pero también la hora de la intimidad. Es el tiempo en que cesan los trabajos, y Jesús también termina su labor de predicar, disponiéndose a la intimidad con los suyos.

La situación espacial también es muy señalada: el mar de Galilea, en donde al inicio del capítulo, ha dirigido desde la barca sus parábolas. Jesús cruza el mar en varias ocasiones, va a la otra orilla en busca de reposo y tranquilidad – no la encuentra –. En torno a estos trayectos por el mar se han verificado grandes sucesos: la pesca milagrosa (Lc 5, 4), el caminar sobre las aguas (Mc 6, 48), la multiplicación de los panes (Mc 6, 34). Meterse en el mar que es signo del misterio del mal y de la muerte, predispone a alguna gran manifestación del poder de Dios en Jesús.

Jesús duerme sobre una almohada, única mención de ésta en los evangelios, recordamos lo que afirmará en los otros dos evangelios sinópticos: “Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza” (Mt 8, 20; Lc 9, 58). Duerme sobre la popa, la parte posterior de la barca. Jesús no es quien dirige la barca, son los discípulos los que tienen en sus manos la responsabilidad y el poder de dirigirla.
Las tormentas y los vientos marinos son expresión de la fuerza de la naturaleza hacen patente la pequeñez de la seguridad humana, dificultando la guía de la embarcación. El Evangelio nos dice que la barca se llenaba, corriendo el riesgo de hundirse. Los discípulos al despertar al Maestro, no lo hacen para pedirle ayuda confiados en su poder, sino como un reclamo por su inactividad en medio de la tormenta.

Jesús, con su palabra domina el mar y el viento. En la antigüedad, el dominio sobre el mar y el caos eran los signos de la creación. Jesús, teniendo autoridad sobre ellos se presenta con toda su fuerza divina y creadora, lo que desata un temor diverso en los discípulos: “¿Quién es este?”, son testigos de una profunda teofanía.

 
MEDITAXIO

... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)
Paz en medio de la tormenta.
Todos buscamos momentos de paz y tranquilidad. Los momentos de descanso son necesarios para darle sentido a nuestra vida y hacer síntesis del trabajo ordinario. Encontramos este valor en Jesús que se retira a orar, que muestra este valor contra el activismo frenético de nuestra sociedad.

Sin embargo no podemos tener el control sobre todas las situaciones de nuestra vida, como las tormentas no están bajo nuestro control. Pero no debemos olvidar que sí tenemos control sobre nuestra barca, aunque sea pequeña, y en medio de las situaciones adversas no perdemos libertad ni responsabilidad. Como los discípulos, nosotros somos los responsables de conducir nuestra propia vida personal y comunitaria, el Señor no se entromete pero siempre está. Él ya nos ha enseñado lo que es el Proyecto de Dios y deja margen a nuestro protagonismo, se confía en nosotros, reposa en nosotros.

Ante las tormentas de nuestra vida, podemos responder, sea con el reclamo o con la confianza. Somos conscientes de la presencia del Señor en nuestra vida, pero el paso a la confianza no es automático, porque podemos tender a exculparnos y dejar toda responsabilidad en él. El camino de la confianza nos encara en cambio a nuestra propia responsabilidad, como decía san Ignacio de Loyola: “Actúa como si todo dependiera de ti, sabiendo que en realidad todo depende de Dios”.

En los momentos de mayor dificultad es cuando brilla con más fuerza la presencia de Dios, que convierte la fragilidad en fortaleza. Si la tormenta nos orilla a reconocer nuestra pequeñez, la fe nos eleva a reconocer la grandeza del Señor más allá de cualquier tempestad: ¡Él es Dios y está con nostros!

ORAXIO 

Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)

Con este canto hagamos oración:
Quieto estaré. (Hillsong)
Escóndeme bajo tus alas otra vez,
cúbreme con tus manos de poder.

Aunque se levante y ruja el mar,
volaré sobre la tempestad,
Padre, en la tormenta eres Señor,
quieto estaré, sé que eres Dios.

Tendré quietud sólo en Jesús,
y en tranquilidad su poder conoceré.

Aunque se levante y ruja el mar...

 

CONTEMPLAXIO 

y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios)
¿Qué sentimientos y pensamientos predominan cuando me enfrento a las tormentas de mi vida? ¿Busco en medio del frenesí de mi vida un tiempo de silencio y calma para reconocer la presencia de Dios en mi vida?
¿Qué tan lejos o cerca estoy de la confianza en Dios?, ¿descubro pequeños pasos hacia ella en mi esfuerzo cotidiano? ¿Me siento invitado(a) a no desesperar?
¿Cómo vivir con libertad y responsabilidad mi vida?
Ofrezco mi corazón al Señor para que repose en él, que por su misericordia se confía a mis pocas fuerzas y a mi gran inexperiencia como navegante. Le recibo, le escucho, le acaricio con el silencio de mi mirada aún en medio de la tormenta.

 

 

1 Dom Ord BEl texto Marcos 1, 7-11  Descargar PDF

(lee este texto, serena y tranquilamente una o varias veces hasta desentrañar parte de su estructura, personajes y organización)

Juan 7predicaba diciendo: “Viene detrás de mí el que es más poderoso que yo, y yo no soy digno de inclinarme para desatar la correa de sus sandalias. 8Yo los he bautizado en agua, pero él los bautizará en el Espíritu Santo”.
9Y sucedió que en aquellos días vino Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado en el Jordán por Juan, 10y luego emergiendo del agua vio rasgados los cielos y al Espíritu como una paloma bajando hacia él, 11y hubo una voz desde los cielos: “Tú eres mi hijo amado, en ti me he complacido”

 

LEXIO
Busca leyendo... (Lo que dice el texto en si mismo para entenderlo mejor)
El evangelista, después de presentarnos el perfil de Juan el Bautista (vv. 2-6), nos presenta el contenido de su predicación (vv.7 y 8) y el cumplimiento de la misma en Jesús que es bautizado en el Jordán y la revelación divina que se sucede (vv. 9-11).

Jesús es presentado como uno que viene detrás, y al mismo tiempo como uno más poderoso; no se trata de un discípulo de Juan, tampoco de una simple sucesión temporal. Juan no es antecesor (que precede en el tiempo a otro en una dignidad, ministerio o encargo) es sobretodo precursor del Cristo (que profesa doctrinas o acomete empresas que no tendrán razón sino en tiempo venidero).

Él reconoce la grandeza del que ha de venir, y la pequeñez de su servicio. El poder y autoridad de Jesús reside en la cualidad de su bautismo: el bautismo de agua que permanece en la pureza externa es un movimiento del hombre hacia Dios – si bien necesario –, mientras que el bautismo en el Espíritu unge y consagra desde el interior.

Desatar la correa de las sandalias era tarea del esclavo que lava los pies de los que llegan a la casa, pero también es signo del garante que con la entrega de la sandalia cierra un compromiso (Rut 4, 7). Así Juan muestra que no es él quien sellará la Alianza, sino Jesús.

La teofanía sucede en el momento en que Jesús emerge del agua, lo que nos hace un recuerdo de la resurrección. La revelación de Dios es vista por una sola persona, podemos pensar que es Jesús, pues el destinatario de la voz es claramente él: “Tú eres...”

Los cielos abiertos nos recuerdan momentos de fuerte confrontación entre Dios y los hombres. Se abren los cielos en el diluvio, se cierran para castigar la tierra con la sequía en tiempos de Elías, se abren para entrever el trono de Dios y su gloria. El evangelio usa el mismo verbo que describe la división del Mar Rojo (Ex 14, 21) y los velos del templo rasgados a la muerte de Jesús (Mc 15, 38) es acción pascual.
El Espíritu baja, como ha bajado en los profetas. Baja como una paloma como eco del diluvio es signo de la vida restaurada por Dios. Hay una variación entre antiguos escritos, unos dicen que el Espíritu baja “sobre él” – lo que insinúa una acción puntual de posesión – y otros “hacia él” – insinúa un movimiento continuo –.

No es el Hijo quien por sus propias acciones complace al Padre, ese poner la complacencia es una acción del Padre hacia aquel que llama: el Amado.

 

REFLEXIO
... y encontrarás meditando. (Reflexión personal y profundización sobre la Palabra, lo que a mí me dice ahora)
Yo también soy “el Amado”
Si pensamos en ese movimiento del Espíritu hacia el Hijo, podemos intuir un dinamismo espiritual maravilloso. Jesús es el Cristo – palabra griega que designa la “unción” al “mesías”– no como quien acumula el Espíritu, sino que da plenitud a la obra de la Creación, hacia él, el Espíritu se mueve de nueva cuenta sobre la superficie de las aguas (Gn 1, 2). Y así como el mal fue exterminado con las aguas del diluvio (Gn 8, 8-12), en el bautismo de Jesús se anuncia una destrucción del mal pero ya no a través de la muerte del hombre, sino de la resurrección del Hijo, que se alza de las aguas como será levantado del sepulcro.
Este movimiento del Espíritu tira la creación entera hacia el Hijo, nos recuerda que él es el primogénito de toda la creación (Col 1, 15); y como primer Hijo lo es de muchos hermanos que somos nosotros (Rm 8, 29). El don del Espíritu en Jesús es para bautizar y ungir a otros tantos en el mismo don: de ahí que nos llamemos “cristianos”, ungidos para continuar la misión del Hijo eterno de Dios.
En Marcos, la identidad de Jesús es un tema importante, inicia con la declaración de parte del Padre: “Tú eres mi hijo”, luego en el centro de la trama Jesús pregunta a los discípulos: “¿Quién dicen que soy yo?” (Mc 8, 27ss); y se cierra con la declaración del oficial romano: “Verdaderamente este era Hijo de Dios” (Mc 15, 39). Así, la identidad de Jesús pasa de una relación íntima con el Padre, al conocimiento de los discípulos, y de ahí al anuncio al mundo entero. Ser hijos es comunicar esta noticia de sabernos amados por el Padre.
Dios también ha depositado su Espíritu en nosotros para llamarle “Abbá, Padre” (Rm 8, 15), no por nuestro mérito, sino porque nos ama. No podemos poseer este Espíritu como un tesoro individual, sino hacer camino como y con Jesús, dejándonos guiar como él incluso al desierto (Mc 1, 12; Rm 8, 14) para comprender el proyecto de Dios en nuestra propia vida. Para ello tendremos que recordarnos constantemente nuestra identidad: “soy hijo de Dios, hijo amado”.

 

ORAXIO
Llama orando... (Lo que le digo, desde mi vida, al Dios que me habla en su Evangelio. Le respondo)
Te he llamado por tu Nombre... (Is 43, 1)
Señor, tú has grabado mi nombre en la palma de tu mano para no olvidarme, y me has sellado en la frente con el don de tu Espíritu. Me has llamado “hijo amado”, y aún conociendo mi pecado has puesto en mí tu complacencia. Hazme recordar siempre que soy hijo tuyo cuando vea que mis limitaciones y pecados afean la hermosura de tu imagen en mi ser, para que así yo sea lavado en las aguas de tu perdón. Cuando mi espíritu se apague ante mis tristezas o al desaliento ante un mundo lejano a tu proyecto, que yo recuerde que porto tu Espíritu que es agua y fuego para encender mi esperanza y dar vida aún en el desierto. Que el don de mi bautismo me haga estar cada día más unido a Cristo Jesús, tu Hijo y mi Señor, para que al final de mi vida se pueda decir: “éste también era hijo de Dios”. Amén.

 

CONTEMPLAXIO
y se te abrirá por la contemplación (Hago silencio, me lleno de gozo, me dejo iluminar y tomo decisiones para actuar de acuerdo a la Palabra de Dios)
¿Cuánto me gozo y me lleno de esperanza en reconocerme “hijo amado” de Dios?¿Esto me da “poltronería espiritual” o me da seguridad y libertad para actuar como Cristo? ¿Qué cosas descubro en mi corazón que no son “dignas” de un hijo y que más que complacer a Dios tienen necesidad de ser lavadas con el agua de la conversión? ¿Qué tanto me he guardado la acción de Dios en mi vida? ¿Con qué actitud rezaré ahora el Padre Nuestro, especialmente al decir “hágase tu voluntad”?