cicloC 2La Sagrada Escritura ha sido dividida, desde el Concilio Vaticano II, en tres ciclos completos de lecturas, de tal manera que quien asistiera a Misa todos los días, durante tres años seguidos, conseguiría escuchar casi toda la Palabra de Dios.

ADVIENTO
NAVIDAD
TIEMPO ORDINARIO
CUARESMA
SEMANA SANTA
PASCUA

 

ADVIENTO


Primera Semana
Domingo Verán al Hijo del hombre con gran poder y gloria. Lucas 21, 25-28. 34-36.
Lunes El siervo del centurión. Mateo 8, 5-11
Martes Has revelado grandes cosas a los pequeños. Lucas 10, 21-24.
Miércoles Segunda multiplicación. Mateo 15, 29-37.
Jueves Edificar la casa sobre roca. Mateo 7, 21. 24-27.
Viernes Y se les abrieron sus ojos. Mateo 9, 27-31.
Sábado Misión de los discípulos. Mateo 9, 35. 10, 1. 6-8.

Segunda Semana
Domingo Preparando el Nacimiento . Lucas 3,1-6.
Lunes Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Lucas 5, 17-26.
Martes La oveja descarriada. Mateo 18, 12-14.
Miércoles Vengan a mí todos los que están fatigados. Mateo 11, 28-30.
Jueves Juan Bautista, el precursor Mateo 11, 11-15.
Viernes Hemos tocado la flauta, y no habéis bailado. Mateo 11, 16-19.
Sábado Les aseguro que no lo reconocieron. Mateo 17, 10-13.

Tercera Semana
Domingo Adviento, la espera de la alegría. Lucas 3,10-18.
Lunes ¿Con qué autoridad haces esto?. Mateo 21, 23-27.
Martes El cumplimiento de la Voluntad de Dios. Mateo 21, 28-32.
Miércoles Anuncien a todos lo que han visto y oido. Lucas 7, 19-23.
Jueves Envío mi mensajero delante de ti, para prepar tu camino Lucas 7, 24-30.
Viernes Juan era la lámpara que ardía y brillaba Juan 5, 33-36.
Día 17 Diciembre Genealogía del Salvador. Mateo 1, 1-17.
Día 18 Diciembre Anuncio del ángel a José. Mateo 1, 18-24.
Día 19 Diciembre Anunciación del Precursor. Lucas 1, 5-25.
Día 20 Diciembre La Anunciación de Jesús. Lucas 1, 26-38.
Día 21 Diciembre Visita de la Virgen a Isabel. Lucas 1, 39-45.
Cuarto Domingo de Adviento Preparando el Nacimiento con María. Lucas 1, 39-45.
Día 22 Diciembre El Magníficat. Lucas 1, 46-56.
Día 23 Diciembre Nacimiento Juan Bautista. Lucas 1, 57-66.
Día 24 Diciembre Dios redime a su pueblo. Lucas 1, 67-79.

 

NAVIDAD


Día 26 Diciembre "No se preocupen". Mateo 10,17-22.
Día 27 Diciembre Pedro y Juan en el sepulcro. Juan 20, 2-8.
Día 28 Diciembre Los Santos Inocentes. Mateo 2, 13-18.
Día 29 Diciembre Presentación en el templo. Lucas 2, 22-35.
Día 30 Diciembre En el Templo con la profetisa Ana. Lucas 2, 36-40.
Día 31 Diciembre La Palabra se hizo carne. Juan 1, 1-18.
Día 2 Enero Primer testimonio de Juan. Juan 1, 19-28.
Día 3 Enero Segundo testimonio de Juan. Juan 1, 29-34.
Día 4 Enero Los discípulos de Juan. Juan 1, 35-42.
Día 5 Enero Vocación de Felipe y Natanael. Juan 1, 43-51.
Segundo Domingo después Navidad Epifanía Mateo 2, 1-12.
Día 7 Enero Jesús predica en Galilea. Mateo 4, 12-17. 23-25.
Día 8 Enero Multiplicación de los panes. Marcos 6, 34-44.
Día 9 Enero Jesús camina por el mar. Marcos 6, 45-52.
Día 10 Enero Jesús en la sinagoga. Lucas 4, 14-22.
Día 11 Enero Curación de un leproso. Lucas 5, 12-16.
Día 12 Enero Tercer testimonio de Juan. Juan 3, 22-30.

 

CUARESMA


Miércoles de Ceniza Tu Padre que está en lo secreto. Mateo 6, 1-6. 16-18.
Jueves Su alguno quiere venir en pos de mí. Lucas 9, 22-25.
Viernes ¿Por qué tus discípulos no ayunan?. Mateo 9, 14-15.
Sábado No he venido a llamar a los justos sino a los pecadores. Lucas 5, 27-32.

1o. Semana de Cuaresma
Domingo El demonio ¿Sólo un mito?. Lucas 4, 1-13.
Lunes El juicio final. Marcos 25, 31-46.
Martes Jesús nos enseña a orar. Mateo 6, 7-15.
Miércoles La muchedumbre pide una señal. Lucas 11, 29-32.
Jueves Eficacia de la oración. Mateo 7, 7-12.
Viernes Perdón de las ofensas. Mateo 5, 20-26.
Sábado El amor a los enemigos. Mateo 5, 43-48.

2o. Semana de Cuaresma
Domingo La Transfiguración. Lucas 9, 28-36.
Lunes No juzguen y no serán juzgados. Lucas 6, 36-38.
Martes Escribas y fariseos hipócritas. Mateo 23, 1-12.
Miércoles Tercer anuncio de Pasión. Mateo 20, 17-28.
Jueves El rico Epulón y el pobre Lázaro. Lucas 16, 19-31.
Viernes Parábola de los viñadores infieles. Mateo 21, 33-43. 45-46.
Sábado Parábola del hijo pródigo. Lucas 15, 1-3. 11-32.

3o. Semana de Cuaresma
Domingo Invitar a la penitencia. Lucas 13, 1-9.
Lunes Jesús en Nazaret. Lucas 4, 24-30.
Martes El perdón de las ofensas. Mateo 18, 21-35.
Miércoles Jesús ante la Ley. Mateo 5, 17-19. Mateo 5, 17-19.
Jueves El poder sobre los demonios. Lucas 11, 14-23.
Viernes El primer precepto. Marcos 12, 28-34.
Sábado El fariseo y el publicano. Lucas 18, 9-14.

4o. Semana de Cuaresma
Domingo Parábola del hijo pródigo. Lucas 15, 1-3. 11-32.
Lunes Regreso a Galilea. Juan 4, 43-54.
Martes Curación de un paralítico. Juan 5, 1-3. 5-16.
Miércoles El Hijo actua en unión con el Padre. Juan 5, 17-30.
Jueves Testimonio del Hijo. Juan 5, 31-47.
Viernes Origen divino del Mesías. Juan 7, 1-2. 10. 25-30.
Sábado Diversos pareceres sobre Jesús. Juan 7, 40-53.

5o. Semana de Cuaresma
Domingo La mujer adúltera. Juan 8, 1-11.
Lunes Jesús, luz del mundo. Juan 8, 12-20.
Martes Yo no soy de éste mundo. Juan 8, 21-30.
Miércoles La verdad os hará libres. Juan 8, 31-42.
Jueves Es mi Padre quien me glorifica. Juan 8, 51-59.
Viernes Las obras buenas vienen de mi Padre. Juan 10,31-42.
Sábado Conviene que uno muera por todos. Juan 11, 45-56.

 

 

SEMANA SANTA


Domingo de Ramos. Lucas 22, 14-23.56.
Lunes Santo El arrepentimiento de María Magdalena. Juan 12, 1-11.
Martes Santo Anuncio de la traición. Juan 13, 21-33. 36-38.
Miércoles Santo La traición de Judas. Mateo 26, 14-25.

 

 

PASCUA


Triduo Pascual
Jueves Santo Lavatorio de los pies. Juan 13, 1-15.
Viernes Santo Prisión de Jesús. Juan 18, 1-40. 19, 1-42.
Sábado Santo La mañana de Pascua. Marcos 16, 1-7.

 

1o. Semana de Pascua
Domingo de Resurrección. Juan 20, 1-9.
Lunes La mañana de Pascua. Mateo 28, 8-15.
Martes Jesús se aparece a María Magdalena. Juan 20, 11-18.
Miércoles En el camino de Emaús. Lucas 24, 13-35.
Jueves Aparición de Jesús a los discípulos. Lucas 24, 35-48.
Viernes Tercera aparición a los discípulos. Juan 21, 1-14.
Sábado Apariciones de Jesús a sus discípulos. Marcos 16, 9-15.

2o. Semana de Pascua
Domingo Tú también te llamas Tomás. Juan 20, 19-31.
Lunes Visita de Nicodemo. Juan 3, 1-8.
Martes Visita a Nicodemo. Juan 3, 7-15.
Miércoles Dios mandó a su Hijo para salvar al mundo. Juan 3, 16-21.
Jueves Tercer testimonio de Juan. Luan 3, 31-36.
Viernes Multiplicación de los panes. Juan 6, 1-15.
Sábado Jesús camina sobre el agua. Juan 6, 16-21.

3o. Semana de Pascua
Domingo Jesús resucitado con sus discípulos. Juan 21, 1-19.
Lunes La muchedumbre en busca de Jesús. Juan 6, 22-29.
Martes Creer en Jesucristo. Juan 6, 30-35.
Miércoles Yo soy el Pan de Vida. Juan 6, 35-40.
Jueves Si comes este pan, vivirás para siempre. Juan 6, 44-51.
Viernes El Pan Eucarístico. Juan 6, 52-59.
Sábado Señor, tienes palabras de vida eterna. Juan 6, 60-69.

4o. Semana de Pascua
Domingo La historia el Pastor y las ovejas. Juan 10, 27-30.
Lunes El Pastor y el rebaño. Juan 10, 1-10.
Martes Jesús uno con su Padre. Juan 10, 22-30.
Miércoles Necesidad de creer en Jesús. Juan 12, 44-50.
Jueves Si me conoces a mi, conoces al Padre. Juan 13, 16-20.
Viernes Jesús nos prepara una morada. Juan 14, 1-6.
Sábado Muestranos al Padre. Juan 14, 7-14.

5o. Semana de Pascua
Domingo La novedad de este mandamiento. Juan 13, 31-33. 34-35.
Lunes Voy a mandar al Espíritu Santo. Juan 14, 21-26.
Martes Jesús da la paz a sus discípulos. Juan 14, 27-31.
Miércoles Yo soy la vid verdadera. Juan 15, 1-8.
Jueves El gozo de Jesús. Juan 15, 9-11.
Viernes Los discípulos, amigos de Jesús. Juan 15, 12-17.
Sábado Odio del mundo contra Jesús y los suyos. Juan 15, 18-21.

6o. Semana de Pascua
Domingo La tristeza de una despedida. Juan 14, 23-29.
Lunes Anuncio sobre lo que ha de pasar. Juan 15, 26. 16,4.
Martes La promesa del Espíritu Santo. Juan 16, 5-11.
Miércoles Hasta la verdad completa. Juan 16, 12-15.
Jueves El gozo tras la tristeza. Juan 16, 16-20.
Viernes La existencia de la vida eterna. Juan 16, 20-23.
Sábado Pedid y recibireis. Juan 16, 23-28.

7o. Semana de Pascua
Domingo de la Ascensión. La Ascensión. Lucas 24, 46-53
Lunes Yo he vencido al mundo. Juan 16,29-33.
Martes Jesús ora al Padre por sí mismo. Juan 7, 1-11.
Miércoles Jesús ruega al Padre por sus discípulos. Juan 17, 11-19.
Jueves Ruega por todos los creyentes. Juan 17, 20-26.
Viernes La triple negación de Pedro. Juan 21, 15-19.
Sábado El discípulo amado. Juan 21, 20-25.

 

 

TIEMPO ORDINARIO


1o. Semana
Domingo La maravilla de ser hijos de Dios. Lucas 3, 15-16. 21-22.
Lunes Venid conmigo y os haré pescadores de hombres . Marcos 1, 14-20.
Martes Manda hasta a los espíritus inmundos y le obedecen . Marcos 1, 21-28.
Miércoles Curación suegra de Pedro. Marcos 1, 29-39.
Jueves Curación de un leproso. Marcos 1, 40-45.
Viernes Curación paralítico. Marcos 2, 1-12.
Sábado Vocación de Mateo. Marcos 2, 13-17.

2o. Semana
Domingo Las bodas de Caná. Juan 2, 1-12.
Lunes Discípulos de Juan no ayunan. Marcos 2, 18-22.
Martes La observancia del sábado. Marcos 2, 23-28.
Miércoles Curación de un enfermo en sábado. Marcos 3, 1-6.
Jueves Predicación y curación de enfermos. Marcos 3, 7-12.
Viernes Elección de los doce apóstoles. Marcos 3, 13-19.
Sábado Jesús predica el Evangelio. Marcos 3, 20-21.

3o. Semana
Domingo El Espíritu está sobre mí. Lucas 1,1-4. 4,14-21.
Lunes Pecado contra el Espíritu Santo. Marcos 3, 22-30.
Martes ¿Quiénes son mi madre y hermanos?. Marcos 3, 31-35.
Miércoles Parábola del sembrador. Marcos 4, 1-20.
Jueves Dar a conocer el Reino de Dios. Marcos 4, 21-25.
Viernes La semilla que crece. Marcos 4, 26-34.
Sábado La tempestad calmada. Marcos 4, 35-40.

4o. Semana
Domingo Jesús en Nazaret. Lucas 4, 21-30.
Lunes Curación de un poseído. Marcos 5, 1-20.
Martes Curación de enfermos por su fe. Marcos 5, 21-43.
Miércoles Ninguno es profeta en su tierra. Marcos 6, 1-6.
Jueves La misión de los apóstoles. Marcos 6, 7-13.
Viernes Muerte de Juan el Bautista. Marcos 6, 14-29.
Sábado Como ovejas sin pastor. Marcos 6, 30-34.

5o. Semana
Domingo La pesca milagrosa. Lucas 5,1-11.
Lunes Jesús en Genesaret. Marcos 6, 53-56.
Martes Las tradiciones de los fariseos. Marcos 7, 1-13.
Miércoles La verdadera pureza. Marcos 7, 14-23.
Jueves La mujer cananea. Marcos 7, 24-30.
Viernes Curación de un sordo y tartamudo. Marcos 7, 31-37.
Sábado Segunda multiplicación de los panes. Marcos 8, 1-10.

6o. Semana
Domingo Las bienaventuranzas. Lucas 6,17. 20-26.
Lunes Los fariseos piden una señal. Marcos 8, 11-13.
Martes ¿Aún no entendeis?. Marcos 8, 14-21.
Miércoles Curación de un ciego. Marcos 8, 22-26.
Jueves Confesión de Pedro. Marcos 8, 27-33.
Viernes Condiciones para seguir a Jesús. Marcos 8, 34-39.
Sábado La Transfiguración de Jesús. Marcos 9, 2-13.

7o. Semana
Domingo El amor hacia los enemigos. Lucas 6, 27-38.
Lunes Curación de un epiléptico. Marcos 9, 14-29.
Martes El primero es el último de todos. Marcos 9, 30-37.
Miércoles Invocación del nombre de Jesús. Marcos 9, 38-40.
Jueves Ustedes son la sal del mundo. Marcos 9, 40-49.
Viernes La cuestión del divorcio. Marcos 10, 1-12.
Sábado Jesús y los niños. Marcos 10, 13-16.

8o. Semana
Domingo. Lucas 6, 39-45.
Lunes El peligro de las riquezas. Marcos 10, 17-27.
Martes Recompensa a los que dejan todo. Marcos 10, 28-31.
Miércoles Petición de los discípulos. Marcos 10, 32-45.
Jueves Ciego de Nacimiento. Marcos 10, 46-52.
Viernes Marcos 11, 11-26.
Sábado Los poderes de Jesús. Marcos 11, 27-33.

9o. Semana
Domingo. Lucas 7, 1-10.
Lunes Parábola de los viñadores. Marcos 12, 1-12.
Martes El tributo al Cesar. Marcos 12, 13-17.
Miércoles Acerca de la resurrección. Marcos 12, 18-27.
Jueves Ama a tu prójimo. Marcos 12, 28-34.
Viernes Origen del Mesias. Marcos 12, 35-37.
Sábado Generosidad de la viuda. Marcos 12, 38-44.

10o. Semana
Domingo.
Lunes Las bienaventurazas. Mateo 5, 1-12.
Martes Misión de los discípulos en la tierra. Mateo 5, 13-16.
Miércoles Jesús ante la ley antigua. Mateo 5, 17-19.
Jueves Perdón de las ofensas. Mateo 5, 20-26
Viernes Declaración del sexto precepto. Mateo 5, 27-32.
Sábado Declaración del segundo precepto. Mateo 5, 33-37.

11o. Semana
Domingo La pecadora arrepentida. Lucas 7, 36. 8,3.
Lunes Ojo por ojo, diente por diente. Mateo 5, 38-42.
Martes El amor a los enemigos. Mateo 5, 43-48.
Miércoles Rectitud de intención. Mateo 6, 1-6. 16-18.
Jueves Dios sabe lo que necesitamos. Mateo 6, 7-15.
Viernes Acumular riquezas en el cielo. Mateo 6, 19-23.
Sábado Dios y las riquezas. Mateo 6, 24-34.

12o. Semana
Domingo Una encuesta, un compromiso, un misterio. Lucas 9, 18-24.
Lunes El juicio sobre los otros. Mateo 7, 1-5.
Martes La Ley de la Caridad. Mateo 7,6. 12-14.
Miércoles Falsos profetas. Mateo 7, 15-20.
Jueves Casa construida sobre roca. Mateo 7, 21-29.
Viernes Curación de un leproso. Mateo 8, 1-4.
Sábado El siervo del centurión. Mateo 8, 5-17.

13o. Semana
Domingo Jesús ¿Radical o intolerante? Lucas 9, 51-62.
Lunes Condiciones para seguir a Jesús. Mateo 8, 18-22.
Martes Jesús duerme en la barca. Mateo 8, 23-27.
Miércoles Curación de dos endemoniados. Mateo 8, 28-34.
Jueves Curación del paralítico. Mateo 9, 1-8.
Viernes Los sanos no necesitan médico. Mateo 9, 9-13.
Sábado Vino nuevo en odres nuevos. Mateo 9, 14-17.

14o. Semana
Domingo ¿Yo también puedo ser misionero? Lucas 10, 1-12. 17-20.
Lunes La resurrección de una niña. Mateo 9, 18-26.
Martes Curación de un mudo. Mateo 9, 32-38.
Miércoles Misión y poderes a los doce. Mateo 10, 1-7.
Jueves Instrucción a los doce. Mateo 10, 7-15.
Viernes Nueva instrucción a los apóstoles. Mateo 10, 16-23.
Sábado Más instrucciones a los apóstoles. Mateo 10, 24-33.

15o. Semana
Domingo ¿Quién es buen samaritano? Lucas 10, 25-37.
Lunes No he venido a traer paz. Mateo 10, 34-42. 11,1.
Martes Amenaza a las ciudades infieles. Mateo 11, 20-24.
Miércoles Acción de gracias al Padre. Mateo 11, 25-27.
Jueves Manso y humilde de corazón. Mateo 11, 28-30.
Viernes Quiero misericordia y no sacrificio. Mateo 12, 1-8.
Sábado Mansedumbre del Mesias. Mateo 12, 14-21.

16o. Semana
Domingo La sabiduría de la hermana mayor. Lucas 10, 38-42.
Lunes El juicio de los fariseos. Mateo 12, 38-42.
Martes Los parientes de Jesús.Mateo 12, 46-50.
Miercoles El Sembrador. Mateo 13, 1-9.
Jueves El sentido de las parábolas. Mateo 13, 10-17.
Viernes Explicación de la parábola. Mateo 13, 18-23.
Sábado El trigo y la cizaña. Mateo 13, 24-30.

17o. Semana
Domingo Parábola del amigo inoportuno. Lucas 11, 1-13.
Lunes El grano de mostaza. Mateo 13, 31-35.
Martes La semilla y la cizaña. Mateo 13, 36-43.
Miércoles Parábolas del tesoro y la perla. Mareo 13, 44-46.
Jueves Parábola de la red. Mateo 13, 47-53.
Viernes Nadie es profeta en su tierra. Mateo 13, 54-58.
Sábado Muerte de Juan el Bautista. Mateo 14, 1-12.

18o. Semana
Domingo ¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma. Lucas 12, 13-21.
Lunes La multiplicación de los panes. Mateo 14, 13-21.
Martes Jesús camina sobre las aguas. Mateo 14, 22-36.
Miércoles Mujer que grande es tu fe. Mateo 15, 21-28.
Jueves La confesión de Pedro. Mateo 16 13-23.
Viernes Seguir a Cristo. Mateo 16, 24-28.
Sábado El endemoniado epiléptico. Mateo 17, 14-20.

19o. Semana
Domingo La vigilancia del hombre sabio. Lucas 12, 32-48.
Lunes El tributo de templo. Mateo 17, 22-27.
Martes El más grande en el cielo. Mateo 18, 1-5. 10, 12-14.
Miércoles Todo lo que ates en la tierra. Mateo 18, 15-20.
Jueves Setenta veces siete. Mateo 18,21 19,1.
Viernes Lo que Dios unió. Mateo 19, 3-12.
Sábado Jesús bendice a los niños. Mateo 19, 13-15.

20o. Semana
Domingo He venido a traer fuego a la tierra. Lucas 12, 49-53.
Lunes El joven rico. Mateo 19, 16-22.
Martes La renuncia de los apóstoles y su premio. Mateo 19, 23-30.
Miércoles Parábola de los trabajadores de la viña. Mateo 20, 1-16.
Jueves Parábola del banquete nupcial. Mateo 22, 1-14.
Viernes Amarás a Dios con todo tu corazón. Mateo 22, 34-40.
Sábado Escribas y fariseos. Mateo 23, 1-12.

21o. Semana
Domingo ¡Entrad por la puerta estrecha! Lucas 13, 22-30.
Lunes Maldiciones contra escribas y fariseos. Mateo 23, 13-22.
Martes El encuentro con Natanael. Mateo 23, 23-26.
Miércoles Sepulcros blanqueados. Mateo 23, 27-32.
Jueves ¡Estad en vela!. Mateo 24, 42-51.
Viernes Parábola de las diez vírgenes. Mateo 25, 1-13.
Sábado Parábola de los talentos. Mateo 25, 14-30.

22o. Semana
Domingo ¿Máscara o pavoreal?. Lucas 14,1. 7-14.
Lunes Jesús en Nazaret. Lucas 4, 16-30.
Martes En la sinagoga de Cafarnaum. Lucas 4, 31-37.
Miércoles Curación de la suegra de Pedro. Lucas 4, 38-44.
Jueves La pesca milagrosa.
Viernes Los discípulos y el ayuno. Lucas 5, 32-39.

 

26o. Semana
Domingo El rico y Lázaro.Lucas 16, 19-31.Lucas 16, 19-31.


Lunes Cuidado con la avaricia. Lucas 12, 13-21.
Martes Necesidad de vigilancia. Lucas 12, 35-38.
Miércoles Fiel a la voluntad de Dios. Lucas 12, 39-48.
Jueves No he venido a traer paz. Lucas 12, 49-53.
Viernes Signos de los tiempos. Lucas 12, 54-59.
Sábado La higuera estéril. Lucas 13, 1-9.

30o. Semana
Domingo ¿Fariseo o publicano? Lucas 18, 9-14.
Lunes Una curación en sábado. Lucas 13, 10-17.
Martes La semilla de mostaza y la levadura. Lucas 13, 18-21.
Miércoles La puerta estrecha. Lucas 13, 22-30.
Jueves Herodes quiere matarle. Lucas 13, 31-35.
Viernes Jesús cura en sábado. Lucas 14, 1-6.
Sábado Invitación a la humildad. Lucas 14, 1. 7-11.

31o. Semana
Domingo Un "pez gordo". Lucas 19, 1-10.
Lunes Elección de los invitados. Lucas 14, 12-14.
Martes Los invitados se excusan. Lucas 14, 15-24.
Miércoles Renunciar a todo. Lucas 14, 25-33.
Jueves La oveja perdida. Lucas 15, 1-10.
Viernes El administrador astuto. Lucas 16, 1-8.
Sábado Buen uso de las riquezas. Lucas 16, 9-15.

32o. Semana
Domingo¡Dios de vivos! Lucas 20, 27-38.
Lunes Fe como un grano de mostaza. Lucas 17, 1-6.
Martes Siervos inútiles ante el Señor. Lucas 17, 7-10.
Miércoles Curación de diez leprosos. Lucas 17, 11-19.
Jueves El Reino de Dios entre nosotros. Lucas 17, 20-25.
Viernes Venida del Reino de Dios. Lucas 17, 26-37.
Sábado Parábola del juez corrupto. Lucas 18, 1-8.

33o. Semana
Domingo¿Cuándo llegará el fin del mundo? Lucas 21, 5-19.
Lunes El ciego de Jericó. Lucas 18, 35-43.
Martes Conversión de Zaqueo. Lucas 19, 1-10.
Miércoles Parábola de los talentos. Lucas 19, 11-28.
Jueves Jesús llora sobre Jerusalén. Lucas 19, 41-44.
Viernes Expulsión de los mercaderes.Lucas 19, 45-48.
Sábado La resurrección de los muertos. Lucas 20, 27-40.

34o. Semana
Domingo Cristo Rey Un Rey "perdedor" Lucas 23, 35-43.
Lunes La viuda de las dos monedas. Lucas 21, 1-4.
Martes La hermosura del templo. Lucas 21, 5-11.
Miércoles Persecución de los discípulos. Lucas 21, 12-19.
Jueves La ruina de Jerusalén. Lucas 21, 20-28.
Viernes Señales de la proximidad del Reino. Lucas 21, 29-33.
Sábado Estad siempre alertas. Lucas 21, 34-36.

 

 

 

Cristo Rey cicloC Al terminar el año litúrgico celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey de universo. Jesús, a quien hemos acompañado como discípulos a lo largo de todo el año, ha anunciado con su palabra y sus obras la venida del Reino de Dios. El Padre ha puesto todo en sus manos y ahora se manifiesta como rey, como Señor del tiempo y del espacio. El evangelio nos presenta que Jesús se manifiesta como rey a través de su muerte en cruz. Solo uno es capaz de reconocer su realeza. Volvamos ahora la mirada a nuestros días para meditar sobre el significado del reinado de Cristo en nuestra vida y en la de cuantos nos rodean. Buena tarde.
P. Paco Ruiz sdb


Lucas 23, 35-43
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35 Estaba el pueblo mirando; los magistrados hacían muecas diciendo: «A otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el Elegido.»
36 También los soldados se burlaban de él y, acercándose, le ofrecían vinagre
37 y le decían: «Si tú eres el Rey de los judíos, ¡sálvate!»
38 Había encima de él una inscripción: «Este es el Rey de los judíos.»
39 Uno de los malhechores colgados le insultaba: «¿No eres tú el Cristo? Pues ¡sálvate a ti y a nosotros!»
40 Pero el otro le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena?
41 Y nosotros con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, éste nada malo ha hecho.»
42 Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino.»
43 Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso.»

Para comprender la Palabra

Cristo es celebrado como “Rey del universo” en este último domingo del año litúrgico como transición entre los domingos del tiempo ordinario y el tiempo de Adviento. Nuestra fiesta hoy es como una especie de resumen de todo lo que hemos vivido y celebrado durante el año litúrgico que termina. La realeza de Cristo es vista en su perspectiva escatológica. Con la perspectiva de un Reino que todavía no se manifiesta, sino que se está gestando y madurando hasta el final de los tiempos. Sólo en el calvario se muestra la realeza de Cristo en su esplendor y sólo allí no puede ser malinterpretada. Un rey muy especial, paradójico, que “reina desde la cruz”. La plenitud de su realeza es la cruz como plenitud de su entrega.

Ante ese Rey que muere en la cruz, las reacciones de la gente son diversas: unos le miran desde lejos, otros han escapado por miedo, otros se burlan de él. Presentes ante la crucifixión están el pueblo y sus jefes. El pueblo permanece pasivo: lo que ve y experimenta bajo la cruz es superior a él. Los jefes se mofan de los títulos dados a Jesús en el versículo 35: “a otros salvó; que se salve a sí mismo si él es el Cristo de Dios, el elegido”. También los soldados romanos se burlan de Jesús. El evangelista evoca el salmo 69,22: “Veneno me han dado por comida, en mi sed me han abrevado con vinagre”. Estos soldados, encargados de ejecutar la pena de muerte, humedecen los labios secos del moribundo con la “posca”: una mezcla de agua y vinagre bebida que ellos usaban durante sus campañas para apagar su sed. El título de rey es la condena de Jesús. Pero un rey impotente y colgado en cruz. Tres veces es proclamado rey (Mesías) y provocado para que se salve a sí mismo: primero las autoridades, después los soldados y, al finalmente, el malhechor.

Junto a la cruz de Jesús se diseña ya la hora final evocada en Lc 17,34: de dos hombres uno fue tomado y el otro dejado. Es expresivo el diálogo entre los dos ladrones que están crucificados junto a él: uno apostrofándole y otro defendiéndole; uno, exige que Jesús aporte la prueba de su mesianidad mediante la salvación; y, el otro, sigue el camino de la fe. Llegó a reconocerse culpable gracias a la mirada de Jesús, del que está convencido de su justicia. Ha creído en Jesús como Rey, a pesar de que le está viendo desangrarse en un momento de mínima credibilidad, ajusticiado en la cruz. El ladrón arrepentido cifra su esperanza en el Señor: “Jesús acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, es la expresión de una plegaria insistente y humilde de un pecador (destinatario de la misericordia divina) que pide que de él se acuerde (= confesión que la redención nos viene de él y de forma definitiva) “cuando llegues a tu reino” (fin del camino: ascensión; y formulación del don reino-paraíso).

La triple oleada de insultos, con el “sálvate”, es transformada en manifestación de misericordia y salvación. La suplica del ladrón es acogida por Jesús. El hoy con la promesa de salvación empieza en aquel mismo instante. Estar con él es el paraíso mismo. Jesús absolvió al criminal arrepentido y mostró su misericordia salvífica para con los pecadores y los últimos de la humanidad. Aquí está su poder real y mesiánico de perdonar los pecados, de ofrecer el don de la salvación.

Para escuchar la Palabra
El Reino de Cristo es un Reino que surgió cuando Jesús se entregó a la muerte. Sus seguidores tendremos que aprender esta lección. No hay reinado de Dios fuera de la entrega. Cristo no dejará de reinar entre nosotros, mientras existan cristianos que pongan a disposición sus vidas para que otros no la vayan a perder. ¿Por mi entrega hago reinar a mi Señor?, ¿Le estaré sirviendo como él se merece y desea de mí? Tenerle como Señor e ir tras el éxito, el poder, el dinero, el placer como razón de mi vida no es compatible.

El ladrón es un buen modelo en la fiesta de hoy. Con el rey compartió el reino quien estuvo en su mismo suplicio. El compañero de la pasión no quedó olvidado. Quien supera el escándalo y comparte su suerte, aunque sea un ajusticiado, le acompañará en su triunfo inminente. Fue un malhechor el primer ciudadano del Reino. El hombre que sabía que su culpa supo aprovecharla y lograr un puesto en su Reino. Compartió su triunfo quien había compartido el patíbulo. Quien no es compañero en la entrega no lo será en su reino. ¿Le estaré acompañando desde la entrega de mi vida o permanezco considerando la cruz como realidad innecesaria y externa en mi vida? ¿Sé suplicar la venida del Reino? ¿Vivo anhelándolo en mi vida?. Si Jesús ha sido investido rey mediante su pasión, nadie puede ilusionarse con entrar en su Reino si no hace propio el camino real por él recorrido: declararse súbdito de Jesús impone la servidumbre de la cruz. Mal podría reconocer la soberanía de Cristo si no asumo el modo como la obtuvo. No es la cruz sino Cristo crucificado la meta de la vida del cristiano.

Para orar con la Palabra
Señor, yo estuve en el momento de tu crucifixión. Sí, Señor, porque yo también como aquel pueblo recibí innumerables beneficios e intervenciones a mi favor; yo soy autoridad del pueblo que veo innecesaria tu cruz y hasta contradictoria con la imagen divina que me he formado; yo soy soldado que viéndote impotente me mofo pidiéndote mejor que te salves a ti mismo; yo soy el malhechor que desesperado en el momento de sufrimiento dudo que en la debilidad esté la fuerza divina. Permanezco con mi postura antagónica en la escena de tu crucifixión. Necesito descubrirte que así crucificado te manifiestas tan divino y así tan humano solo tú podrías manifestarte. Y aunque distante e infiel quiero que tu muerte no sea inútil. No obstante mi resistencia y mi cobardía deseo que reines en el universo entero, en mi entorno y en mí mismo. Y mientras te suplico que te acuerdes de mí en tu Reino, vuélveme a decir que me esperas contigo, que estás decidido, en tu amor, a ser tú hoy mi paraíso. Amén

 

 



 

XXXIII Dom Ord cicloCBuen día. Litúrgicamente nos encontramos en la recta final del año. Las lecturas nos recuerdan, como cada año, que esta historia llegará a su fin. Jesús no oculta a sus discípulos que las dificultades y los conflictos son una realidad en la historia y en la vida de sus seguidores. Teniendo presente esta realidad, nos exhorta a encarar con realismo y fe madura todas las violencias, conflictos y dificultades que puedan traer la vida y la historia. Meditemos su Palabra y oremos al Señor para que de él extraigamos la fuerza y la fidelidad.
P. Paco Ruiz sdb


Lucas 21:5-9
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5 Como dijeran algunos, acerca del Templo, que estaba adornado de bellas piedras y ofrendas votivas, él dijo:
6 «Esto que veis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea derruida.»
7 Le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo sucederá eso? Y ¿cuál será la señal de que todas estas cosas están para ocurrir?»
8 El dijo: «Mirad, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos usurpando mi nombre y diciendo: "Yo soy" y "el tiempo está cerca". No les sigáis.
9 Cuando oigáis hablar de guerras y revoluciones, no os aterréis; porque es necesario que sucedan primero estas cosas, pero el fin no es inmediato.»
10 Entonces les dijo: «Se levantará nación contra nación y reino contra reino.
11 Habrá grandes terremotos, peste y hambre en diversos lugares, habrá cosas espantosas, y grandes señales del cielo.
12 «Pero, antes de todo esto, os echarán mano y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y cárceles y llevándoos ante reyes y gobernadores por mi nombre;
13 esto os sucederá para que deis testimonio.
14 Proponed, pues, en vuestro corazón no preparar la defensa,
15 porque yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios.
16 Seréis entregados por padres, hermanos, parientes y amigos, y matarán a algunos de vosotros,
17 y seréis odiados de todos por causa de mi nombre.
18 Pero no perecerá ni un cabello de vuestra cabeza.
19 Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Para comprender la Palabra

Los tres evangelistas sinópticos concluyen la predicación de Jesús en Jerusalén con una larga enseñanza denominada “discurso escatológico”. El presente texto evangélico tiene la finalidad de presentarnos la venida del Señor como acontecimiento que revolucionará todo. Es un pasaje que narra un discurso escatológico de Jesús con un tono apocalíptico. Este estilo apocalíptico utiliza unos recursos literarios peculiares para hablar de las últimas realidades, las que tendrán lugar al final de la historia. No podemos tomar las imágenes que aquí se presentan al pie de la letra, pero tampoco podemos ignorar el mensaje que encierran. Nuestro evangelista insiste, no tanto en los acontecimientos del último día, cuanto en lo decisivo del presente. Lo que motiva el inicio del discurso es el elogio de la belleza del templo de Jerusalén. Nuestro texto evangélico puede ser dividido en tres partes: en el anuncio de la destrucción de Jerusalén (vv. 5-7), los signos que señalan el fin (vv. 8-11) y la predicción de las futuras persecuciones (vv. 12-19). Hagamos un comentario de cada una de estas partes:

La primera parte (5-7) se anuncia la destrucción el templo. Ni sus oyentes ni tampoco nosotros sabemos distinguir muy exactamente los dos niveles en los que habla Jesús: el fin de Jerusalén y el final de los tiempos. Ese templo era el segundo construido, gracias al aporte de Herodes, el Grande. No era fácil el anuncio de la destrucción sabiendo el significado religioso que tenía para los judíos. Con toda su belleza y con su antigua hondura de señal de Dios sobre la tierra, el templo de Sión, lleva en sí mismo los rasgos de muerte. El final ha llegado (21,8) y el nuevo pueblo de Israel no podía poner su confianza en el templo de Jerusalén sino en la fe en Jesucristo, salvador de todos los hombres. Jesús habla desde el templo y desde allí supera lo que es sólo realidad que pasa y nos dirige la auténtica y definitiva verdad. El templo es figura de la definitiva realidad: su persona.

Frente a la pregunta del cuándo, Jesús dirige sus ojos hacia el destino universal del cosmos y la historia. En la segunda parte frente al “cuándo” que es actitud de miedo, Jesús no quiere infundirnos miedo, sino una esperanza serena, invita a arraigarse en la verdad: “Que no los domine el pánico” porque decisivo es sólo Cristo. Los discípulos no deben dejarse engañar ante las convulsiones religiosas (“Vendrán usurpando mi nombre”), políticas (“guerras y revueltas”) y cósmicas (“terremotos, hambres, pestes…”) que se avecinan, sino mantenerse fieles a Jesucristo y su evangelio. Similares advertencias y llamadas a la perseverancia encontramos en los versículos 12-19. Su firmeza está basada en la asistencia de Jesús, el Cristo; por eso pueden conservar tranquilidad en medio de las persecuciones de la historia, en el centro de unas condiciones que parecen plenamente adversas. Esta firmeza del nuevo Israel, asentado en Cristo, en medio de la inseguridad de un mundo que vacila, es testimonio y consecuencia de la verdad de Jesucristo.

Desde una perspectiva de la tierra, el fin, en el lenguaje apocalíptico, será un fracaso; supondrá soledad respecto a los antiguos amigos y familiares que buscan el éxito o progreso en esta vida; supondrá dificultades con respecto a los poderes de este mundo, que siempre desconfían del que anuncia otras verdades y exigencias; parecerá que las leyes de la naturaleza y de la historia se ríen de la ilusión y de la utopía del cristiano. Pues bien, “no se perderá un cabello de vuestra cabeza”. Como nada de Jesús estuvo perdido en el camino de su cruz y su ‘fracaso’ así nada del cristiano puede perderse hacia la Pascua. Esta vida de la Pascua lo devuelve todo victorioso y transformado.

Para escuchar la Palabra
Con el anuncio de la destrucción del templo Jesús anuncia el final de un mundo sin Dios. Jesús fue rechazado porque su Dios, objeto de su predicación y de su persona, no tenía cabida. Los judíos estaban seguros de tener a Dios a su disposición en el templo, muy seguros de saber dónde encontrarle. Esto era una manera de arrinconar a Dios. Y un mundo que arrincona a Dios no tiene futuro. ¿No he colocado a Dios en bonitos templos, o me lo imagino ocupado en lugares santos, lejos de la vida y de las preocupaciones de la vida? En mi relación con él, ¿Dónde coloco al Señor, dónde le reconozco vivo y presente? Un mundo sin Dios en la vida, pero con Dios en los templos, no tiene futuro alguno. No es digna del creyente una vida en la que no esté presente su Dios.

Jesús prepara a lo suyos para cuando deba suceder anunciando que la fidelidad a él diluye otras fidelidades. Busca despertarnos de nuestra ilusión. Alimenta mejor su esperanza en un mundo mejor, quien mantenga firme en este mundo la fidelidad a Dios. Jesús nos advirtió que sólo en Dios debemos poner nuestra confianza. Quien ha sufrido la traición de los suyos en fidelidad al evangelio sabrá mejor que lo suyo es únicamente Dios, quien no le puede fallar nunca. Como cristiano ¿mi corazón pertenece al Señor por-venir? ¿Se ha instalado mi corazón en algo de manera de haber dejado de esperar? El creyente en Cristo tiene su casa donde tenga a su Dios.

Si mi cielo es ‘estar con Cristo’ ¿gozo ahora de mi unión con él? Si nuestro corazón perteneciera al Dios que viene; si nuestros afectos y proyectos se ocuparan en el Dios que vive entre nosotros; si encontráramos hermanos entre quienes hacen la voluntad de Dios, nuestro corazón con sus afectos y proyectos, nada tendrían que temer: el fin del mundo sería solo el final de nuestras penas. Nuestro destino y el del mundo tienen gran futuro, y este futuro se llama Dios. Pero el futuro ya está en el hoy de cada día: es la unión con Cristo, el misterio celebrado en la Eucaristía.

Para orar con la Palabra
Señor de la Vida y no de los templos, que te reconozca en medio en mi historia presente, con la esperanza cierta de saber que tú eres lo único que basta a mi corazón. En el fluir de los acontecimientos me mantenga firme en ti por siempre. Que las dificultades, los problemas y adversidades encontradas en mi vida sean un llamado a recurrir a ti, a estar contigo y a vivir de ti. Firme en ti, Señor de la vida, quiero afianzar definitivamente mi vida. Que nada ni nadie me separen de ti ni de tu amor manifestado definitivamente en Cristo Jesús. Ahuyenta todo temor y fortalece mi esperanza, Señor.

Que mi inquietud por el futuro no se pierda en la curiosidad de saber cuándo sucederán las cosas y que más que andar preguntando por el cuándo, me ponga a construir mi presente que es semilla de futuro, de ese futuro que espero y que tú prometes.

Que hoy, Señor, viva preocupado de dar testimonio de tu nombre para que pueda servirte siempre con el gozo en el alma



 

XXXI Dom Ord cicloC Muchas veces, el Señor llega a nuestra vida por sorpresa. Eso le pasó a Zaqueo, el jefe de publicanos que salió a la calle para ver pasar a Jesús y fue sorprendido por su presencia. Su mirada y su palabra le llevan a entrar en el camino de la conversión, a la vez que cambiaron su etiqueta de "pecador público sin remisión" por la de "hijo de Abrahán", "hombre salvado". En nuestro interior llevamos un Zaqueo ya que somos personas que Dios busca sin descanso. Hoy Jesús no sale al encuentro, nos llama por nuestro nombre y expresa su deseo de alojarse en nuestra casa para llenarla de salvación. Abrámonos a su presencia y bajemos de nuestras alturas para acogerlo Buen inicio de semana.
P. Paco Ruiz sdb


Lucas 19:1-10
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1 Habiendo entrado en Jericó, atravesaba la ciudad.
2 Había un hombre llamado Zaqueo, que era jefe de publicanos, y rico.
3 Trataba de ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la gente, porque era de pequeña estatura.
4 Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues iba a pasar por allí.
5 Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzando la vista, le dijo: «Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa.»
6 Se apresuró a bajar y le recibió con alegría.
7 Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador.»
8 Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruplo.»
9 Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham,
10 pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.»

Para comprender la Palabra

La escena de Zaqueo (cuyo nombre significa: Dios se ha acordado) cierra el camino de Jesús hacia Jerusalén. Nos ubicamos al final de la “sección del viaje” que ocupa el centro del evangelio de Lucas. No se trata de describir un itinerario geográfico o temporal sino ofrecer un marco adecuado para instruir a los discípulos y subrayar la dimensión universal de la Buena Nueva, además de preparar el inminente acontecimiento de la muerte y resurrección del Señor. Esta vez no es una parábola, sino un hecho que sucedió al llegar Jesús a la ciudad de Jericó, ciudad comercial y rica, muy apta para que los recaudadores de impuestos "prosperen". Nuestro texto es una escena-tipo que sintetiza la teología de Lucas. Zaqueo no es sólo publicano sino jefe de ellos. Lo que significa que tiene arrendados los impuestos de la aduana y del mercado y los recauda por medio de sus ayudantes. Un oficio mal visto ya que se trata de colaboracionismo con la potencia opresora. Zaqueo no era pequeño funcionario sino jefe de racaudadores y rico, esto es, pura calamidad. Nuestra escena se ubica en Jericó que es tanto la ciudad aduanera lindante con la provincia de Arabia como lugar simbólico que ya aparece en la parábola del samaritano misericordioso (relación Jericó-Jerusalén). ¡Lo imposible para los hombres, sucede! Gracia rebosante de Dios y buena voluntad del hombre se manifiestan en Jericó, en casa del jefe de los publicanos y pecador, que es rico. Jericó es la ciudad de donde Jesús emprende la subida a Jerusalén; es como la puerta para la ciudad en la que aguarda la consumación de la historia de la salvación.


La escena anterior al texto presente narra la curación de un ciego (18,35-43). Ambas escenas están vinculadas: el ciego quiere hacerse oír; Zaqueo, en cambio, ver. Es como si nuestro evangelista quisiera subrayar que por la vista y por el oído llega la salvación al hombre (Lc. 7,22: “vayan y cuenten lo que acaban de ver y oír”). El ciego grita, Zaqueo sube al árbol; ambos tuvieron que vencer el obstáculo de la multitud para acceder a Jesús. Sin embargo, es Jesús quien lo mira, lo llama por su nombre y pide que lo acoja en su casa. El que quiere ver resulta ser visto. Parece que el evangelista juega con la bajeza y la altura de Zaqueo. Dios a través de Jesús verdaderamente se acordó de él y se compadeció. “Baja rápido”... “se apresuró a bajar y lo recibió con alegría”. Todo acontece con rapidez: la visita de Dios tiene que realizarse a su tiempo. El camino para la acogida de Jesús y el sentido de la alegría y fiesta es bajar desde nuestras alturas, expoliarnos de aquello que nos infla.

Jesús no solía evitar “las malas compañías”, siempre que se tratara de acercar el Reino de Dios al corazón del hombre. El escándalo proviene desde la consideración de que el piadoso judío no se debe sentar a la mesa con los pecadores públicos. El centro de la escena es Jesús, el Hijo del hombre, y su obra salvífica. Su cercanía lleva a Zaqueo a descubrir la injusticia con la que había labrado su fortuna. Es un encuentro que transforma. Zaqueo descubre que aceptar a Jesús implica un cambio de actitud y de conducta. No bastan los deseos: “Donde he robado haré justicia dando cuatro veces más de aquello que he quitado; y mi dinero, la mitad de mi dinero, lo pondré a disposición de los demás”. La salvación implica una respuesta humana, y tiene unas consecuencias sociales y económicas.

Al final Jesús da razón de su comportamiento: él se debe a quien le echa en falta; él, Jesús, vino a buscar lo extraviado y a salvar a quien está perdido. Jesús inició su ministerio público diciendo en la sinagoga: “hoy se ha cumplido esta profecía” (Lc 4, 21); culmina su itinerario a Jerusalén exclamando: “hoy a llegado la salvación a esta casa” y sus últimas palabras en cruz serán: hoy estarás conmigo en el paraíso. Su oferta salvífica es actual en el hoy de nuestra vida.

Para escuchar la Palabra
El deseo de ver a Jesús lleva a Zaqueo, no obstante su bajeza de estatura y la multitud que sigue al Maestro, a subir al árbol. No obstante su riqueza material cultivó la búsqueda. ¿Cómo está presente el deseo de Dios en mi vida? ¿Lo busco? ¿Qué dificultades encuentro para verle pasar? ¿Soy capaz de vencer obstáculos para verle?

Por no desaprovechar la oportunidad de una invitación que Jesús le hacía para recibirle en su casa y poner a su disposición todo cuanto poseía, Zaqueo volvió a ser el hijo de Abraham. No le importó la altura humana lograda (riqueza) sino que le bastó con saberse elegido. No le arredraron las maledicencias de sus paisanos, le bastó con oír el deseo de Jesús de alojarse en su casa. Le importó más el querer de Jesús que la opinión de sus contrarios. ¿Valoro lo suficiente el llamado por nombre que Dios me hace hasta el punto de bajar cuanto antes de cualquier altura construida para acogerlo con alegría? Quien convive con Jesús tiene que dejar lo que le separa de él. ¿Cuáles son esas riquezas que he venido acumulando, mismas que debo compartirlas con los demás, a partir de mi encuentro con Jesús? ¿Suelen importarme los convencionalismo sociales o comunitarios a tal punto de frenar mi deseo de encontrarme y conocer más a Jesús? ¿Cuáles son las consecuencias operativas en bien de mis hermanos del encuentro constante con Jesús?

Quienes se creían lo suficientemente buenos como para criticar el comportamiento de Jesús, tuvieron que sorprenderse al oírle decir que, en Jericó, Zaqueo obtuvo la salvación de Dios. Suele suceder que quien se cree bueno menosprecie a los demás. Quien cree merecer a Jesús nunca lo alojará en su casa. Quien se ha habituado tanto a Dios que su paso no le despierta curiosidad, quien no hace nada extraordinario por acercarse a Dios y verle más de cerca, no será el elegido cuando Dios venga. ¿No estaré perdiendo a Dios no porque sea malo sino porque me ilusiono con ser muy bueno? No olvidaré que si entra él en mi casa me hará salir de ella para atender a los más necesitados y para beneficiar a cuantos antes he maltratado con un trato injusto o con mi indiferencia. La prueba de mi encuentro con él será el trato que los demás de mí reciban.

Para orar con la Palabra
Señor en mi pasado he estado ocupado por enriquecerme con alturas, no obstante, mi pequeñez. Me he enriquecido a costa de los demás. He pretendido estar por encima de los otros, sin reconocer mi pequeñez como Zaqueo el rico publicano. Moralmente soy de baja estatura pero tengo deseo de conocerte. Tu paso en mi historia y tu mirada de amor me han invitado a bajar de mi engreída altura. Porque ante tu mirada amorosa todos somos pequeños, todos estamos necesitados. Sólo tu mirada amorosa nos descubre las falsas alturas fabricadas sobre bases egoístas. Tu cercanía alegra mi corazón y lo abre para acogerte, como hiciste con Zaqueo, en aquel día en Jericó. Hoy alegras mi corazón, dándome salvación porque me descubriste necesitado. Y quisiste ser acogido por mí. Saliste a mi encuentro en mi situación pública de pecado y no te avergonzaste de ser mi huésped. Tu presencia me descubre mi bajeza y me impulsa a salir para compartirte, a mis hermanos. Porque me encontraste, dándome salvación, hoy me encontraré con mis hermanos dándome a ellos. Eso hizo Zaqueo al llegarle la salvación a su casa y eso quiero hacer yo, que me sé salvado por ti, Señor. Gracias por tu misericordia. Viviré por siempre para ti que desde siempre tú eres todo para mí.


 

XXX Dom Ord cicloC Jesús continua su enseñanza en torno a la oración. Si en el evangelio que leíamos el domingo pasado insistía en la necesidad de orar siempre sin desanimarse, en el de hoy, mediante otra parábola, propone la actitud con la que el creyente debe dirigirse a Dios.


Lucas 18:9-14
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9 Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola:
10 «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano.
11 El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano.
12 Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias."
13 En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!"
14 Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»

 

Para comprender la Palabra

 

 

Esta es una parábola sobre las actitudes del hombre ante Dios, expresadas en la oración. El que Lucas presente nuevamente a un marginado religioso como modelo de oración es un revulsivo por asumirlo con toda su fuerza. Los discípulos de todos los tiempos corremos el peligro “de tenernos por justos y despreciar a los demás” (actitud farisaica)

Con esta parábola Jesús prolongaba la enseñanza sobre la oración que había iniciado, narrando a sus discípulos la parábola de la viuda necesitada y el juez injusto (véase los versículos 1 al 8 de este capítulo) y la concluirá invitando a esa abertura filial y confiada (véase los versículos 15-17 en el mismo capítulo). Los destinatarios de la parábola no se los identifica por su nombre, sino por compartir una determinada actitud. La parábola presenta el contraste entre el orgulloso y el humilde; entre el que se perdona sí mismo y desprecia al pecador y el que se abre desde su miseria al perdón de Dios.

El fariseo subiendo al templo presenta su oración de acción de gracias por sus propias virtudes. No ha buscado más Dios que su propia grandeza y la complacencia en su perfección humana alcanzada. Orgulloso por el cumplimiento de la ley y con la conciencia de ser diferente y superior con respecto a los otros, desprecia al pobre pecador próximo a él. Ese fariseo es el hombre que ha cumplido todas las prescripciones sagradas pero no ha llegado en realidad a Dios sino que ha permanecido en sí mismo, en su visión del mundo, en la satisfacción de su propia justicia.

El publicano subiendo a Dios se descubre hundido en su miseria y necesitado de su misericordia y entonces suplica con humildad auxilio. Allí donde se encuentra un hombre abandonado y se decide a levantar sus manos suplicantes a Dios implorando bendición y ayuda se realiza la oración auténtica. Ese es el hombre que no sabe de purezas ni fórmulas rituales; su vida se encuentra traspasada en el pecado y no es capaz de presentar ante Dios ningún mérito o ventaja. Sin embargo, al llegar hasta el fondo de sí mismo deja que Dios le ilumine y le cambie. Por eso, al afirmar que el publicano baja a casa justificado se está diciendo que Dios le ama y que él intentará traducir a su vida la exigencia del perdón y del amor que Dios le ha transmitido. El justificado está en grado de crear fraternidad.

La última sentencia está estrechamente ligada con la motivación que Jesús tuvo para contar la parábola contra quienes se enaltecen humillando a los demás. El publicado baja a su casa reconciliado con Dios y el fariseo, no. La razón se encuentra en Ez 21, 31: “El que se ensalza será humillado…” (Ez 21, 31). Ante Dios no cabe alardear de virtuoso para alcanzar su favor. Él conoce el corazón del ser humano y acoge al pecador arrepentido. Las obras que realiza el fariseo son realmente buenas, pero su actitud no lo es. La salvación no es un pago por las buenas obras realizadas, sino un don gratuito de Dios, que se complace del hijo pródigo cuando vuelve a casa del Padre suplicando su perdón (Lc 15, 11-32). La fe del publicano le mueve a poner su vida en las manos de Dios; la orgullosa seguridad en sus obras lleva al fariseo a confiar más en su virtud que en el Dios de la misericordia.

Los discípulos de todos los tiempos son invitados a orar como aquel publicano, reconociendo humildemente su propia condición de pecador y abrirse desde la fe a la acción misericordiosa de Dios.

Para escuchar la Palabra
Jesús contó la parábola porque vio que, en su entorno, algunos se tenían por buenos, tanto como para menospreciar a los que no eran como ellos. Jesús supo y previno a los piadosos de esa “autocomplacimiento” que lleva a menospreciar a los demás y a no tomar en serio a Dios. ¿Cómo es mi relación con Dios? Con cuál de estos personajes me identifico más en mi relación con Dios? Por qué?

Orar sin interrupción, como nos quisiera ver Jesús (vv 1-8), no debe alimentar nuestra "autocomplaciencia": no reza más quien es mejor, sino quien más lo necesita. Y ningún mérito ante Dios ha de llevar a desacreditar a los demás por muy pecadores que éstos sean. Mi oración, ¿Llega a reflejarse en la fraternidad? ¿Con qué actitud rezo? ¿De qué situaciones de la vida brota mi oración? ¿Qué le pido a Dios? ¿Por qué cosas le doy gracias?

La plegaria de los dos personajes de la parábola refleja la vida que llevaban. Ni el fariseo ni el publicano mintieron. Era verdad que el fariseo no era como los demás y estaba en su derecho de recordárselo. Alimentó su seguridad y la conciencia de su bondad comparándose con los que no eran como él. Si mi forma de vivir refleja mi experiencia que de Dios tengo, ¿Cómo es mi experiencia de Dios? ¿Cómo es mi experiencia fraterna sobre todo con aquél que he juzgado por no ser como yo quiero y soy? Mirando la oración del publicano he de aprender que puedo orar desde mi impotencia y desde mis faltas ¿Por qué me costará tanto mantener con constancia mi vida de oración y mi compromiso de fraternidad?

Para orar con la Palabra
En mí, Señor, anida, un publicano y un publicano. Soy un publicano cuando me presento ante ti, no sintiéndome tan necesitado ni agradecido por tu misericordia, porque no soy tan malo. Hay otros peores que yo. Desapareciendo como pecado mis acciones en mi vida he hecho innecesario tu perdón y misericordia y me ha llevado a creerme bueno por encima de los demás que no son como yo. Pero Señor como aquel publicano subiendo al templo de tu presencia y con mis palabras entrecortadas te pido: ¡Oh Dios! Ten compasión de mí que soy pecador. Como aquel publicano desde la lejanía de tu amor en el que me encuentro me golpeo el pecho consciente de mi miseria. Como aquel publicano estoy humillado ante tu amor al punto de no levantar ni mi mirada hacia ti. Así, Señor, con mi palabra, mi gesto y mi mirada quiero expresarte mi pobreza y mi necesidad. No puedo ocultarme. Desde mi miseria, sin levantar la mirada, sin acercarme por indigno de tu amor que soy y suplicando tu amor quiero experimentar la alegría de tu perdón y bajar a mi ambiente justificado, comprometido por el hermano. ¡Oh Dios! Ten compasión de mí que soy un pecador.

“Siento el deseo de que mi oración se parezca a la del publicano,
y en lo íntimo rechazo vivir mi fe como el fariseo;
pero a pesar de mi deseo de actuar igual que el publicano
veo en mí actitudes parecidas a las de los fariseos”
(Franck Widro)


 

DOMUND cicloC

Marcos 16, 15-20 Descargar PDF

"15. Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
16. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
17. Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
18. agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
19. Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20. Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban."

 

Para comprender la Palabra

 

Nuestro texto, cuyo lenguaje es muy cercano al paulino, comprende las instrucciones del Resucitado a los once en su tarea de misionar (vv. 15-18) así como el relato de la ascensión de Jesús como acto final de los acontecimientos pascuales (vv. 19-20)

El título principal de esta primera parte que se da al Resucitado es de “cosmocrátor” y contiene principalmente el mandato universal expresado de dos maneras: “todo el mundo” (Rom 1,8) y “toda la creación” (Col 1,23). En el revelarse Cristo a los once y aceptarlos de nuevo en su servicio quedará superada su incredulidad (v. 14). Recuperándolos como discípulos podrás ser sus misioneros. De aquí la expresión de Aparecida: discípulos y misioneros. Ser testigos es una gracia del Señor, ya que por ellos mismos sólo habría incredulidad y dureza de corazón. El evangelio que han de predicar los discípulos da a conocer la soberanía que el Resucitado a comenzado a ejercer sobre toda la creación. A esta predicación se responde con la fe recibiendo el bautismo mismo que obra la redención en el juicio final. El valor salvador del bautismo y la necesidad de la fe para la salvación son destacados con gran intensidad. La amenaza contra los “incrédulos” hay que entenderla en su contexto: efectivamente no se dice que el que no se bautiza se condena, sino solamente que serán condenados los que se nieguen a creer. Aquí se está pensado en la actitud de obstinación culpable frente al asalto de fe, y no se alude a los “no creyentes” en el sentido moderno de la palabra.

Junto a la palabra anunciada aparece la señal milagrosa. Ésta manifiesta que Cristo es el nuevo Señor de la creación y que él pretende incluir la totalidad de la creación en la salvación. Hay cinco clases de signos que producirán la salvación mediante la invocación del nombre de Dios. “Agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban venero no les hará daño” es una manera muy profunda de decir que el Señor cuidará de ellos para que puedan cumplir bien su misión. Los nuevos creyentes tienen la responsabilidad de prolongar la acción del Señor realizando acciones que garanticen la disminución del mal (expulsar demonios), el rompimiento de barreras (hablar lenguas nuevas) y aliviar (impondrán las manos sobre los enfermos), esto es, generarles ganas de vivir.

La ascensión (vv. 19-10) pone fin a las apariciones del Resucitado. El título principal de esta segunda parte es de Kyrios. Cristo asciende porque ha descendido. Es objeto de fe como final de una etapa y comienzo de otra definitiva: se pone fin a las apariciones y asciende a “Sentarse a la diestra de Dios” que significa la entronización de Cristo (Sal 110, 1 y 2 Re 2,11). Esta visión puede ser ya una mirada retrospectiva a una actuación misionera más prolongada y el reconocimiento agradecido de la ayuda recibida. La Iglesia y los cristianos recibimos la misión de Jesús. Es misión de fe, de crecimiento comunitario, de transformación de la creación.

Para escuchar la Palabra
No es posible ser misionero sin estar convencido de la Resurrección del Señor; si alguien quiere compartir la Buena Noticia de Jesús debe estar suficientemente convencido de lo que proclama. No es posible ser misionero sin ser discípulo. ¿Cómo está mi encuentro y amor con el Resucitado? ¿Me echará en cara el Resucitado mi incredulidad y dureza de corazón?

Nuestro texto insiste en la responsabilidad misionera de los creyentes: tal fue la postrema orden, el testamento de Jesús Resucitado antes de su desaparición. Recordarlo hoy, como Palabra de Dios, ha de hacernos caer en la cuenta de que no hay otro modo legítimo de celebrarlo y reconocerlo con nosotros más que con la evangelización del mundo: el siervo de Cristo intenta hacer cristiano su mundo y su corazón; mientras se esté ocupado en llevarlo al mundo, llevándolo en el corazón, el discípulo presentirá a su Señor a su lado y verá, para su sorpresa, que es capaz de repetir idénticos prodigios. Para representar al Señor que se echa en falta, bastará ponerse a predicarlo; para no sentirse confiando en este mundo, habrá que recorrerlo hasta sus límites con el evangelio como único tema. El evangelio, si predicado salva al cristiano de su soledad y le confiere poderes insospechables: no hay razón para quejarse por la supuesta lejanía de Dios, cuando se ha abandonado la tarea de proclamarlo Señor. ¿Soy fiel al Señor que me envía? ¿Siento su cercanía llevando a cabo lo que me ha confiado?

El ejemplo y el fundamento de la misión lo tenemos en el Señor, que concluyó su misión y asciende a la diestra de Dios. ¿Cómo evalúo la misión que el Señor me confía? ¿Ha sido también mi única pasión? ¿Qué muestras doy de obediencia en mi vida de lo que se me ha confiado? ¿Esa es mi ocupación y preocupación? ¿De qué otra manera podrá el discípulo verificar que se tiene al Señor al lado colaborando y confirmando su Palabra en nosotros más que saliendo de sí para predicar con vida y palabra el evangelio?

Para orar con la Palabra
No me has dejado solo, Señor, sino bien atareado. Te retiraste habiendo implantado el Reino, objeto de tu preocupación y ahora me confías que lo continúe en la historia. No me dejaste abandonado sino con un importante quehacer; no estoy solo mientras tenga tu testamento como tu póstumo deseo a cumplir. Así podré recordarte en tu ausencia y superar mi desaliento. Teniendo tu ocupación ahuyentaré toda preocupación. Al darme tu misión te has querido quedar en mis pensamientos y en mis labios para poder tenerte nuevamente entre las manos. Habiéndote alejado, te anhelo con más fuerza. Y mientras estás por-venir hablo contigo y de ti. Quiero por mi vida ser signo visible de tu encargo: anuncio explícito de lo que ya has empezado en la historia. Que no desista ante la dificultad y que esté a la altura de tu confianza depositada. Que la única preocupación sea la ocupación que me has dejado.

Logra Señor que vea tu presencia por venir allí donde palpo tu ausencia; que sepa que vendrás allí donde nos has llegado todavía. Conviérteme al testimonio: que dé voz a tu vida y palabra a tu resurrección. Conviérteme en evangelizador de mis hermanos; no permitas que acalle en mí la palabra definitiva de Dios, tu resurrección. Que recuerde al mundo que nos precedes y nos esperas, que cuentas con nosotros, a pesar de nuestros miedos y silencios, que te veremos vivo y encantador, si partimos de nuestra Galilea al mundo entero llevando a cabo tu misión.


 

XXIX Dom Ordinario cicloC

Lucas 18:1-8 Descargar PDF

1 Les decía una parábola para inculcarles que era preciso orar siempre sin desfallecer.
2 «Había un juez en una ciudad, que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres.
3 Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: "¡Hazme justicia contra mi adversario!"
4 Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: "Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres,
5 como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme."»
6 Dijo, pues, el Señor: «Oíd lo que dice el juez injusto;
7 y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?
8 Os digo que les hará justicia pronto. Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?»

 

Para comprender la Palabra

 

El tema de la oración es tema fundamental en el tercer evangelio. San Lucas presenta en infinidad de ocasiones a Jesús orando: en el bautismo, tras la curación de un leproso, la noche anterior a la elección de los Doce, en la transfiguración, en el Getsemaní… No solo ora, sino que enseña cómo hacerlo a sus discípulos. El evangelio de Lucas es una escuela de oración en la que con frecuencia nos encontramos a Jesús orando y enseñando a orar. Para inculcar la oración continua y llena de confianza en sus discípulos, Jesús les narró la parábola del injusto juez y la viuda impertinente (vv 2-5) enmarcada por un versículo introductorio (v. 1) que determina el sentido de sus palabras y por unos versículos finales (vv. 6-7) en los que se comenta esa parábola aplicada a la vida de los discípulos. La comunidad cristiana es invitada a sostener su fe mediante la oración constante y la esperanza en la realización de la justicia: Dios no olvida a sus elegidos.

Esta parábola nos sitúa en dos momentos distintos. En el primero de ellos (vv 2 y 3) son presentados los dos protagonistas y se explica la relación que se ha establecido entre ambos. En el segundo (vv 4 y 5) se cuenta el desenlace de la situación. El primero en ser presentado es un juez de quien no se valora el ejercicio de su profesión, sino su catadura moral, pues desobedece los mandamientos supremos del amor a Dios y al prójimo. A continuación es presentada una viuda que encarna la dependencia y la fragilidad (Ex 22, 21-24; Is 1, 17.23, Jr 7, 6) y que en el contexto del evangelio de Lucas, preocupado por los pobres y los débiles, es beneficiaria de la misericordia salvadora de Jesús.

En su parábola, el juez no tiene más remedio que conceder a la buena mujer la justicia que reivindica. No se trata de comparar a Dios con aquel juez, que Jesús describe como corrupto e impío, sino nuestra conducta con la de la viuda, con una oración perseverante. La mujer reclama del juez que le haga justicia. Lo hace sin cesar, constantemente: sin otra ayuda que su propia insistencia, una y otra vez expone su petición. Inicialmente el juez no atiende a su demanda, pero pasado un tiempo recapacita y decide actuar. No es su compromiso con la justicia lo que le mueve sino el cansancio ante la constante demanda de la viuda y, tal vez, el miedo de que su prestigio en la ciudad se vea dañado.

Jesús hace recapacitar a cuantos le escuchan sobre la forma de actuar del juez inicuo que decide hacer justicia a la viuda aunque sea por puro interés personal; de este modo, los oyentes de Jesús podrán imaginar la manera de ser de Dios, pues si un juez tan malvado acaba atendiendo la súplica de la mujer, con más razón atenderá el Señor el clamor de sus fieles. Esta idea y la comparación entre la viuda y los elegidos se corroboran con las dos preguntas retóricas del v. 7. Como aquella viuda, también los elegidos, es decir la comunidad cristiana, claman al Señor día y noche porque están privados de sus derechos en medio de una sociedad hostil que los margina. La consecuencia es clara: deben perseverar en la oración, porque Dios les hará justicia sin tardar. Orar pidiendo a Dios no significa tratar de convencerle a él, sino entrar en comunión con él. Dios quiere nuestro bien y el del mundo más que nosotros mismos. Eso sí, lo quiere, seguramente, con mayor profundidad. La oración nos ayuda a sintonizar con la longitud de onda de él y, desde ese mismo momento, ya es eficaz.

La última frase del texto (v. 8) nos hace volver la mirada sobre le venida del Hijo del hombre, un tema que había tratado en los versículos anteriores al pasaje de hoy y que plantea la cuestión ya abordada al comienzo: la necesidad de no desfallecer ni desanimarse aunque parezca que la actuación de Dios se retrasa demasiado. La comunidad cristiana debe vivir este tiempo de espera desde la oración incesante que es expresión de una fe hecha confianza.

Para escuchar la Palabra
Ante un Dios que parece no oír nuestra oración no es lo mejor callársela; el silencio resignado no es el mejor modo de llamarle a la atención. Seríamos buenos orantes si no dejáramos de rezar hasta que Dios nos dejara satisfechos, si continuáramos hablándole hasta que nos atendiera. ¿Qué es lo que me falta, que tuvo de sobra la viuda, impertinencia o necesidad, osadía o desvalimiento? ¿Hay en mí esa fe que no desespera aunque no se me haya hecho justicia a la primera o se me retrase indefinidamente? Cuando me decida a importunar a Dios, habré empezado a resolver mis problemas.

Si un juez injusto es capaz de hacer justicia, en contra de su costumbre, ¿cómo no atenderá el buen Dios a quien le ruega sin interrupción? Jesús está convencido de que el Padre, fiel y bondadoso, no da largas a cuantos perseveran en su plegaria. El método de la viuda que sentía su desvalimiento y su necesidad de justicia tendrá que ser el método del discípulo para presentarse ante Dios y con mayores motivos pues conoce el amor fiel del Señor. A quien se basta a sí mismo para librarse de su indigencia le está sobrando Dios. Y tal es el riesgo que nos acecha, si no perseveramos en la oración. Quien no cesa de pedir, termina por alcanzar audiencia. Quien ruega hasta importunar logra que se le escuche. Quien grita día y noche será atendido. Y si esto hacen los malos hombres, ¿qué no hará el buen Dios?

Dios sale de su silencio, si nosotros no entramos en él. No puede soportar por largo tiempo nuestra súplica, si es continua y esperanzada. Siendo bueno, no se dejará aventajar por el juez injusto: nos atenderá por fin, si nuestra plegaria no ha tenido final; a fuerza de perseverancia, el orante se gana el favor de Dios y sus atenciones. ¿Persevero en la oración? ¿Cuál es mi actitud ante una dilación en mis atenciones? ¿Vivo con la convicción de que el interés de Dios por mí es mayor que los intereses que me llevan a él?

Para orar con la Palabra
Envuelto en esta sociedad que sobreestima la eficacia y lo que produce rendimientos me encuentro tentado a dejar de comunicarme contigo, Señor. Mi ambiente me lleva a considerar la oración como pérdida de tiempo y hasta proyección infantil. Peor aún cuando no me he sentido atendido inmediatamente en mi necesidad. Tu palabra ilumina mi vida de creyente para hacerme reconocer la necesidad de orar incesantemente. Quizá no he sentido la urgencia de mi necesidad y de mi indigencia como lo hizo aquella viuda o porque no te reconozco que eres más fiel y bondadoso que aquel juez injusto.

Como el salmista te suplico perseverante: “Hazme justicia, ¡oh Dios!, defiende mi causa contra gente sin piedad” (S. 42,1). Ayúdame a cultivar la frescura de mi amor a ti en una oración continua confiando cada vez más y mejor en el reconocimiento de tu fidelidad y tu amor. Que reconozca, por otra parte, que tu acción no es inmediata y que viene entretejida con la mía de manera que por mi compromiso diario y mi invocación incesante me ejercite en la confianza y en la esperanza.


 

 

XXVIII Ten Compasion cicloC

Lucas 17:11-19 Descargar PDF

11 Y sucedió que, de camino a Jerusalén, pasaba por los confines entre Samaría y Galilea,
12 y, al entrar en un pueblo, salieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a distancia
13 y, levantando la voz, dijeron: «¡Jesús, Maestro, ten compasión de nosotros!»
14 Al verlos, les dijo: «Id y presentaos a los sacerdotes.» Y sucedió que, mientras iban, quedaron limpios.
15 Uno de ellos, viéndose curado, se volvió glorificando a Dios en alta voz;
16 y postrándose rostro en tierra a los pies de Jesús, le daba gracias; y éste era un samaritano.
17 Tomó la palabra Jesús y dijo: «¿No quedaron limpios los diez? Los otros nueve, ¿dónde están?
18 ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios sino este extranjero?»
19 Y le dijo: «Levántate y vete; tu fe te ha salvado.»

 

Para comprender la Palabra

 

Por tercera vez Lucas indica que Jesús se dirige a Jerusalén. No es topografía precisa sino redaccional y teológica: Jesús sube a su sacrificio y la apertura universal de la salvación. Los leprosos (el diez es el número simbólico que indica que se trata de una narración típica: todos en pecado sin distinción de origen, comunidad y culto) son, además de enfermos, marginados por impuros y, en tanto, malditos. De malditos oficiales han pasado a ser ejemplo de la Iglesia. Para entender el valor de este signo tenemos que fijarnos en las cuatro actos secuenciales: súplica, milagro, agradecimiento y salvación.

El texto consta de dos escenas: la petición y curación de los diez leprosos (vv 13-14) y la gratitud y salvación del samaritano (vv 15-19). El punto de partida está en la súplica: el grito: “Jesús, maestro, ten compasión de nosotros” (Suena a invocación litúrgica: Kyrie eléison). Los leprosos toman iniciativa, aunque a distancia. La miseria ama tanto la compañía que este grupo está formado por enemigos acérrimos (judíos y samaritanos).

Jesús les manda con el sacerdote en vistas a que testifique oficialmente su curación y puedan volver a formar parte del pueblo (gesto de fidelidad a la ley mosaica y test de fe y obediencia). La obediencia los dispuso al milagro. La curación se da en el camino. La orden que han recibido supone una prueba para su fe en la palabra de Jesús: se ponen en marcha no tras haber comprobado su curación, sino confiando en el poder de la palabra que han escuchado. La fe es el ámbito que hace posible la curación. Nueve de ellos, judíos, aceptan naturalmente el prodigio y siguen su camino al sacerdote. Estos judíos se sienten pertenecientes a la raza de Abraham y encuentran “natural” el milagro. La curación no les aporta nada nuevo, porque vuelven a ser lo que antes fueron (israelitas).

Sólo uno, que es samaritano, regresa a donde Jesús y agradece el don que ha recibido. Centralidad del “volviéndose” como en 2 Re 5,15. De nuevo los samaritanos son presentados como “ejemplo” para destacar el universalismo de la salvación, que no está reservada a ninguna raza o pueblo. La misericordia de Jesús es ofrecida a todos y todos los hombres están invitados a reconocer el don de Dios en Jesús. El v. 17 es una pregunta retórica que se convierte en una amarga acusación y el v. 18 subraya dos cosas: el reconocimiento del extranjero y la ingratitud de los hebreos. Creyente es el hombre que recibiendo el don de Dios, como lo han hecho los leprosos, lo traduce en forma de existencia nueva.

El ápice no es el milagro sino el agradecimiento del samaritano curado, que regresa “alabando a Dios con grandes gritos”, sabe que lo importante no es Jerusalén sino Jesús. Y sus actitudes son típicamente cultuales: “se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias”. El presente texto más que ser llamado la curación de los diez leprosos debería llamarse la gratitud de un samaritano. El samaritano se introduce voluntariamente en el campo del don de Dios que Cristo le ha ofrecido, por eso la verdad del milagro se realiza de una forma plena y total en su persona; “vete: tu fe te ha salvado”. Lo que había empezado siendo curación física se ha convertido en una “salvación” definitiva.

Para escuchar la Palabra
A diferencia de los leprosos, me veo libre de dolencias y necesidad hasta sentirme liberado de Dios. Dios está sólo para la necesidad y me desatiendo de él cuando no lo necesito o cuando mi necesidad está ya cubierta. ¿Reconozco mi miseria al punto de suplicar compasión? ¿Habiendo recibido ayuda y dones de Dios cultivo la actitud eucarística? Siendo desagradecido, actúo como desgraciado. No cultivando el agradecimiento, la adoración y la alabanza en los dones que el Señor me otorga estoy perdiendo la fe y la salvación.

Los marginados fueron integrados a la vida social. La curación me integra en la comunidad. Por la vida fraterna, ¿testimonio la intervención de Dios en mi vida?. Los leprosos fueron curados por Jesús cuando pidieron compasión y se pusieron en camino buscando al sacerdote. ¡Tendría que aprender que únicamente la obediencia a Dios me libera de mis enfermedades! A ellos, les curó esa misma Palabra que Jesús hoy me dirige. ¿Encontrará la misma obediencia en mí? Yendo hacia donde él me envía me recuperaría de mis males.

Sólo un leproso, recuperando la salud, recuperó el agradecimiento a su salvador. Es mi ingratitud, y no mi necesidad o falta de compasión de Dios, lo que me está impidiendo conocer los dones que Dios otorga. Sólo queda realmente curado quien es agradecido. El reconocimiento público de los dones recibidos de Dios es la forma de creer que él salva el corazón. ¿Soy reconocido con el Señor? ¿Cultivo la gratitud y mi vida eucarística?

Para orar con la Palabra
Doble milagro has operado, Señor, en aquellos leprosos: los has curado de su mal y los has integrado a la sociedad. Acercándome a tu Palabra, hoy me identifico con aquellos leprosos. Porque sufro una realidad espiritual que me margina de los demás y que me lleva a marginar al prójimo. Es esa lepra espiritual que me impide cultivar la comunión fraterna. Necesito de tu intervención para superar mi individualismo y cerrazón y te suplico desde mi miseria: “Jesús, maestro, te compasión de nosotros”.

Tú eres quien da la salud y la pureza. Tú eres quien nos integra y nos hermana. Tú eres mi riqueza y mi bien supremo. Caigo a tus pies Jesús, rostro en tierra, agradeciéndote, como aquel samaritano, tus intervenciones a mi favor. No sólo la palabra, sino mi vida entera, desea ser un himno eucarístico, testimoniando tu intervención salvífica a mi favor. Hago memoria de tus dones... uno a uno, reconociendo tu amor... y vuelvo ante ti a postrarme rostro en tierra.

 

 

XXVII Dom Ord C

Lucas 17:5-10 Descargar PDF

5 Dijeron los apóstoles al Señor; «Auméntanos la fe.»
6 El Señor dijo: «Si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "Arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido.»
7 «¿Quién de vosotros tiene un siervo arando o pastoreando y, cuando regresa del campo, le dice: "Pasa al momento y ponte a la mesa?"
8 ¿No le dirá más bien: "Prepárame algo para cenar, y cíñete para servirme hasta que haya comido y bebido, y después comerás y beberás tú?"
9 ¿Acaso tiene que agradecer al siervo porque hizo lo que le fue mandado?
10 De igual modo vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: Somos siervos inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer.»

 

Para comprender la Palabra

Aparecen en nuestro texto de este domingo dos de las cuatro recomendaciones que Jesús hace a sus discípulos en la vivencia de la vida comunitaria. La primera recomendación se orienta a evitar el escándalo hacia el hermano más débil (17, 1-3ª); la segunda, sobre el perdón al hermano arrepentido (3b-4). Lucas plantea las relaciones en el seno de las primeras comunidades como expresión de otra relación: la del creyente con Dios. Así presenta la fe en Dios y el servicio a los hermanos como las dos caras del discipulado. Vivir en el plano del perdón y de la gracia las relaciones fraternas supone una actitud de fe en Dios que es muy difícil de conseguir por sí sólo y desde nosotros. Ser discípulos de Cristo supone opciones nada fáciles. Sin fe, nos cansaremos pronto de seguir este camino. Por ello se explica que en la tercera parte los apóstoles pidan de manera brusca el aumento de la fe. Los discípulos aguardan de Jesús la fuerza de cumplir lo que él les pide. La fe se entiende como la capacidad de aceptar con nuestra vida el misterio de Dios que se revela en Cristo traduciéndolo en un modo de conducta consecuente (en el perdón, el amor a los pequeños, la esperanza).

No sabemos la respuesta de Jesús porque las palabras que siguen, aun tratando de la fe pertenecen a un contexto diferente. El contenido de la última parte es presentar la fe como realidad sumamente valiosa por encima de cualquier realidad física (la fuerza de las raíces del sicómoro negro es tan grande que este árbol puede estar en pie en la tierra 600 años, pese a las inclemencias del tiempo). Jesús apunta a presentar la fe más que por su cantidad (aumento o disminución) por su autenticidad. Y las imágenes empleadas por Jesús (la plantación y en el mar) muestran lo inconmensurable del poder de la fe. Quien cree auténticamente tiene un gran poder. Quien vive de la fe no necesita trasladar montañas ni moreras; en el fondo ya lo ha trasladado todo y se mantiene en la vertiente verdadera de las cosas, allí donde Dios las ha puesto al servicio de los hombres. Todo se sustenta allí en un plano de amor y de futuro; todo está apoyado sobre el árbol de la cruz de Cristo y nos conduce hacia la gloria de la resurrección.

La última parte nos habla acerca del servicio (vv. 7-9) y su aplicación a la vida del discípulo (v. 10). Jesús no está hablando de las relaciones laborales ni alabando al que explota al trabajador. Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, autosuficientes, que se presentan ante Dios como exigiendo el premio. Sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer". No es, por tanto, un pronunciamiento sobre alguna situación social irritante para nuestro modo de sentir sino es una parábola para resaltar en qué consiste la fe que pide a los suyos: obediencia mantenida. La tendencia espontánea es pasar factura por todo lo que hacemos. El discípulo es siervo por cuanto amado, que hace lo que se le mande sin esperar nada por su fidelidad y obediencia. Ninguna fidelidad nos otorga derecho sobre Dios. Aquí no hay justicia conmutativa ni ningún tipo de cambio como en el comercio. Nadie se salva por su fidelidad. La salvación es don gratis. Dios no está obligado a darnos ningún premio, ni tiene por qué agradecernos ningún servicio.

Para escuchar la Palabra
Los discípulos se acercan a Jesús reconociendo la debilidad de su fe. Es significativo que aquellos hombres, que compartieron vida y suerte con Jesús, que lo conocieron más de cerca, que le escucharon con más frecuencia y le obedecieron más radicalmente, se percataran un buen día de que su fe era insuficiente. Saben recurrir a quien puede aumentarles esa fe. ¿Soy consciente de mi escasa fe para vivir las exigencias de Jesús? Nos debe consolar que en vez de condenar a los discípulos por su poca fe, Jesús los animó a valorarla más, aludiendo al poder que tienen los que saben tener una fe escasa: el que se fía de Dios no encuentra límites para su fe, aunque su fe tenga un límite.

Si bastaba una fe tan pequeña como un grano de mostaza para realizar el imposible, a pesar de su pequeñez, la fe tenía con todo que ser auténtica para llegar a ser eficaz. ¿Qué falta todavía a mi fe para que sea tan grande como un grano de mostaza? Si Dios ha puesto a la altura de fe tan pequeña el milagro ¿por qué en mi vida de fe escasean los portentos, las sorpresas, el imposible?

La fe que quisiera Jesús para los suyos es la obediencia total que se alimenta de pequeños, pero constantes, servicios a Dios. Esa es la fe que Jesús quisiera para cuantos le piden que se las aumente. ¿Cómo vivo mi fe? ¿Mi cumplimiento me lleva a considerar que “consigo” (merezco o me gano) el favor de Dios? Si vivo mi relación con Dios como si tuviera que ganármela a base de mi servicio; si le presto obediencia sólo porque espero asegurarme el éxito en mis peticiones de ayuda; si convierto mi vida en una hoja de méritos frente a Dios; si hago su voluntad para que luego creerme que él debe hacer la mía, significa que no tengo fe, ni mucha ni poca. ¿Será mi caso?

Para orar con la Palabra
Señor, aumenta mi fe. Soy uno de tus discípulos que reconoce su propia incapacidad para vivir sensible frente al hermano débil y arrepentido.

Señor, aumenta mi fe. Necesito reconocer el poder de fiarme por completo de ti. Reconozco que en la vivencia de mi fe llevo a cabo prácticas religiosas, profeso verdades de fe, me ufano de reflexionar y compartir con otros tu Palabra, pero no siempre me sé fiar de ti.

Aumenta, Señor, mi fe. Necesito vivir en obediencia, llevando a cabo tus exigencias, sin miedo a castigos ni motivado por recompensas. Aumenta mi fe, Señor. Necesito adherirme con mayor fuerza a ti sabiéndote y profesándote como mi Señor. Quiero abandonarme seguro, cierto de tu amor por esto te suplico: Señor aumenta mi fe.

 

 

 

 

XXVI Dom Ord C

Lucas 16:19-31 Descargar PDF

19 «Era un hombre rico que vestía de púrpura y lino, y celebraba todos los días espléndidas fiestas.
20 Y uno pobre, llamado Lázaro, que, echado junto a su portal, cubierto de llagas,
21 deseaba hartarse de lo que caía de la mesa del rico... pero hasta los perros venían y le lamían las llagas.
22 Sucedió, pues, que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham. Murió también el rico y fue sepultado.
23 «Estando en el Hades entre tormentos, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham, y a Lázaro en su seno.
24 Y, gritando, dijo: "Padre Abraham, ten compasión de mí y envía a Lázaro a que moje en agua la punta de su dedo y refresque mi lengua, porque estoy atormentado en esta llama."
25 Pero Abraham le dijo: "Hijo, recuerda que recibiste tus bienes durante tu vida y Lázaro, al contrario, sus males; ahora, pues, él es aquí consolado y tú atormentado.
26 Y además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni de ahí puedan pasar donde nosotros."
27 «Replicó: "Con todo, te ruego, padre, que le envíes a la casa de mi padre,
28 porque tengo cinco hermanos, para que les dé testimonio, y no vengan también ellos a este lugar de tormento."
29 Díjole Abraham: "Tienen a Moisés y a los profetas; que les oigan."
30 El dijo: "No, padre Abraham; sino que si alguno de entre los muertos va donde ellos, se convertirán."
31 Le contestó: "Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se convencerán, aunque un muerto resucite."»

 

Para comprender la Palabra

Siguiendo el hilo del gran viaje de Jesús a Jerusalén, Lucas ha ido recordando los peligros de las riquezas y el uso inteligentemente evangélico de los bienes materiales. En la presente perícopa Jesús dirige sus palabras a los fariseos que se burlaban de él, a quienes el evangelista describe como “amigos del dinero” (Lc 16, 14).

El presente relato tiene dos partes muy definidas: la primera parte describe dos estilos de vida antitéticos: la vida opulenta y glotona del rico (personaje anónimo) y la vida pobre y hambrienta de Lázaro (Eleazar = Dios ha ayudado). Éste último, cuando muere, recibe la acogida y la ayuda de Dios (seno de Abraham = cumplimiento de todas las promesas divinas). El rico que se goza de su fortuna (material, intelectual o religiosa) deja que a su lado muera un pobre hambriento, enfermo y solo. Viven muy cerca el uno del otro: sólo una puerta los separa. Lógicamente la vida del rico acaba en el sepulcro que es el “hades” o el infierno del fracaso. No es por razón de su riqueza sino de lo que ésta provoca en él (egoísmo) y en los otros (pobreza). Por el contrario, quien no había recibido el auxilio del rico, tras la muerte, encuentra la ayuda de Dios. El pobre está abierto a la grandeza de Dios quien siempre vela de todos los enfermos y perdidos de la tierra; por eso, con la muerte se desvela su tesoro allá en el seno de Abraham. Las manos de los ángeles que reciben a Lázaro son el signo de amor de Dios, de la palabra y de su influjo en nuestra vida. El seno de Abrahán, las torturas, las llamas…, son imágenes que responden a la mentalidad de la época. Lejos de pretender describir con precisión lo que puede haber en el más allá, ayudan a transmitir un mensaje sobre la justicia de Dios.

La segunda parte se centra en la conversión, que no es fruto de ningún milagro espectacular (aparición de un muerto) sino de la recepción y acogida de los medios ordinarios de comunicación de la gracia (ley y profetas). En el diálogo que Abraham sostiene con el rico hay el supuesto que la muerte del rico se deba a la ignorancia. Como si desde el mundo no se supiera lo que pasa. Por eso ruega que se les dé aviso a sus familiares sobre la verdad de la pobreza y de la riqueza. La respuesta de Abraham apunta más al convencimiento de la verdad misma que al milagro que se pueda hacer sobre la tierra.

Aunque el relato habla de muertos, sus destinatarios son los vivos: los hermanos del rico parecen representar a los fariseos a quienes se dirige Jesús. Estos fariseos, a quienes Jesús ha calificado como “amigos del dinero”, tienen la Escritura de la que se declaran maestros y observantes. También cuentan con la predicación de Jesús. Todavía están a tiempo de convertirse de su idolatría de la riqueza y su despreocupación hacia los pobres. Si no se convierten por la escucha de la palabra, ninguna aparición milagrosa les moverá el corazón. Ni siquiera la resurrección del Señor será suficiente para ellos.

 

Para escuchar la Palabra
La parábola resalta no tanto la pérdida de cuanto se tiene sino que los bienes nos pueden perder para siempre. La riqueza puede producir una insensibilidad para el necesitado. Ni siquiera el milagro más portentoso es capaz de cambiar el corazón inmutable ante la pobreza del hermano. Quien no oye la voz del indigente no obedece la voz de Dios ni escuchará su voz, aunque la oyera. ¿Qué riquezas (material, intelectual o religiosa) me está llevando a encerrarme en mí, siendo indiferente al hermano próximo y necesitado? Atendiendo al pobre me familiarizo con la voz de Dios. Mientras haya indigentes en nuestro entorno (¡y vaya que los hay!), habrá oportunidad para cambiar nuestro destino final. El bien que dejamos de hacer a quien pasa necesidad nos condenará.

Tener más, gozar mejor, gastar aprisa es para muchos hoy el fin de su vida. ¿No envidiaré los bienes de los ricos o su suerte? ¿No estaré cultivando un rechazo a los ricos por la manera de gastar su fortuna sin mí? ¿No estaré viviendo, aún sin tantos bienes, como ricos con sus mismos criterios? Quien no vio con piedad la indigencia ajena no oirá la Palabra de Dios ni dará crédito a sus obras más estupendas... Dios mismo es superfluo, para quien no se enternece ante el estado de necesidad de su prójimo. Si no tenemos cuidado, los bienes que decimos poseer, nos poseerán ocupando nuestro tiempo y secuestrando nuestros mejores sentimientos.

Para orar con la Palabra
Señor, tu Palabra es vida. Tu palabra pone al descubierto las intenciones profundas de mi corazón. Tu Palabra me llama a conversión. Te agradezco tu palabra dirigida y tu interés de entrar en comunión contigo. Yo soy aquel hombre rico de la parábola que, aunque no son muchos los bienes que poseo, ellos han terminado por poseerme. Soy el rico insensible que no quiero ver al hermano necesito en torno mío reclamando mi atención y ayuda. Como rico estoy tan cerrado en lo mío y en mis bienes que paso indiferente, a quienes, estando cerca de mí, sufren necesidad. Yo he creado ese abismo profundo con actitudes de escasa caridad y demasiada apatía. Por lo cual, hoy te suplico ábreme los ojos para comprender que los bienes con que cuento hoy sean materiales, intelectuales o espirituales, están destinados al servicio de los demás; y que el hermano cercano y necesitado, es la oportunidad presente para escuchar tu llamada a convertirme a tu amor. Hazme saber que el hermano en necesidad es el clamor que me lanzas para servirte a Ti en él. El hermano necesitado de atención, de cariño, de comprensión… incluso de mis bienes materiales. Sólo así aseguro mi vida mañana en la comunión contigo. Sálvame, Señor, de mí mismo. De mi egoísmo, de mi comodidad, de mi apatía y de mi indiferencia. Abre mis ojos de la fe para reconocerte en todo necesitado y que salga a tu encuentro en ellos. Sólo tengo una oportunidad… es mi presente, Señor, que no la deje pasar. Amén.

 

 

 

XXIII Dom Ord cicloC

Lucas 14:25-33 Descargar PDF

25 Caminaba con él mucha gente, y volviéndose les dijo:
26 «Si alguno viene donde mí y no odia a su padre, a su madre, a su mujer, a sus hijos, a sus hermanos, a sus hermanas y hasta su propia vida, no puede ser discípulo mío.
27 El que no lleve su cruz y venga en pos de mí, no puede ser discípulo mío.
28 «Porque ¿quién de vosotros, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, y ver si tiene para acabarla?
29 No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar, todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo:
30 "Este comenzó a edificar y no pudo terminar."
31 O ¿qué rey, que sale a enfrentarse contra otro rey, no se sienta antes y delibera si con 10.000 puede salir al paso del que viene contra él con 20.000?
32 Y si no, cuando está todavía lejos, envía una embajada para pedir condiciones de paz.
33 Pues, de igual manera, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío.

 

Para comprender la Palabra

 

Nuestro texto está precedido por la parábola de la gran cena (14, 15-24) que presenta el Reino de Dios abierto a todos y plantea necesariamente el problema de las exigencias que deben cumplir los que marchan por ese camino. Aunque no hay ninguna referencia explícita a lo anterior.


Jesús retoma su programa: seguir su “camino a Jerusalén”. El alternarse de caminar y detenerse es un rasgo característico del Evangelio lucano. En esta ocasión lo sigue mucha gente. Él va por delante de este caravana humana, Jesús “se voltea” para enseñarles algo. Esta acción no es una simple anotación. En este “voltearse” vemos todo el amor de Jesús por la gente. No quiere que estos seguidores se hagan fáciles entusiasmos en torno a Él. No pretende hacer de sus discípulos personas miedosas, fanáticas o mediocres. Seguir a Jesús debe ser afrontada con inteligencia y reflexión.


La presente perícopa consta de las siguientes partes: a) una introducción narrativa (v.25); b) palabras en primera persona sobre la renuncia y el discipulado (v.26) e invitación a llevar la cruz (v. 27); c) dos ejemplos de vida diaria articulados de forma paralela (vv. 28-32) d) la aplicación al uso de los bienes (v. 33).


El seguimiento de Jesús pide muchas veces la renuncia y el despojamiento. Aunque por encima de la renuncia está el encuentro ya que ser discípulo no es quien ha dejado algo sino la que se ha encontrado con alguien. Y este encuentro hace secundario y relativo todo lo demás: personas, bienes e incluso, a uno mismo.


Esta colección de dichos, la mayoría de los cuales se encuentran solo en Lucas, están centrados en la dedicación total que es necesaria para ser discípulo de Jesús. Ni las relaciones familiares, ni las posesiones, pueden ser un obstáculo en el compromiso total del seguimiento. También la respuesta positiva a la llamada nos pide el estar preparados para las persecuciones y el sufrimiento. Por eso se deben sopesar las dificultades y los costos del compromiso por el reino.


Jesús emplea aquí una expresión que traducida literalmente puede parecer excesivamente fuerte: odiar (v. 26). Sin embargo el no pretende suprimir el cuarto mandamiento (Lc 18, 19-20) Según la manera oriental de hablar, odiar significa poner en segundo lugar algo, porque ha aparecido en la vida de la persona un valor (en este caso Jesús y su mensaje) que es primero (Mt 10, 37).


El cargar con su cruz no supone un peso adicional a las dificultades de la vida sino un estilo de vivir lo cotidiano a la luz de las exigencias del reino, siguiendo las huellas de Jesús. Por eso las dos parábolas citadas invitan a sopesar prudentemente nuestras posibilidades de responder a las demandas del evangelio, pero tendiendo siempre como horizonte la renuncia total de la que nos habla en Lc 14, 33: aquel que no renuncia a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo. Las parábolas apuntan a subrayar la aceptación atenta y consciente de la tarea. La seriedad en el cálculo de los gastos y en los preparativos para la batalla es una verdadera advertencia a los discípulos. No tenerlos en cuenta equivaldría a caer en el ridículo. El seguimiento de Jesús implica un compromiso serio. Mientras que la radicalidad del seguimiento no tenga consecuencias, incluso en lo que se refiere a los bienes materiales, siempre podemos pensar que nuestras confesiones de fe son palabras vacías.

 

Para escuchar la Palabra
En el camino del discipulado, Jesús es lo más importante: ¿Estoy enfocando así mi relación con él? “Si uno de ustedes quiere construir una torre, ¿no se sienta primero a calcular los gastos…? ¿Me he sentado a reflexionar con seriedad alguna vez sobre lo que implica ser discípulo de Jesús o vivo mi fe a la ligera?


“Si alguno quiere venir conmigo…” ¿Hasta qué punto soy consciente de las exigencias que implica para mí seguir a Jesús? ¿Qué compromiso concreto nos sugiere al respecto el presente pasaje evangélico? “Si alguno no está dispuesto a renunciar…” ¿Qué seguridades he dejado para seguir a Jesús? ¿En qué seguridades está cimentada hoy mi vida? ¿Me dice algo en este sentido el evangelio de hoy?
Discípulo es aquella persona que se ha encontrado con Jesús y vive en consecuencia: ¿Estoy convencido de que ésta es la clave sobre la que se construye mi vida cristiana? ¿Cómo me estimula esta certeza a dejar todo lo que no está en consonancia con Jesús y con el reino para vivir con mayor esperanza y alegría?

 

Para orar con la Palabra
Tírame, Señor, en tu amor. Atrae mi corazón de discípulo a tu persona. Contigo concursan en mi corazón otros bienes que, si bien no son malos, no son compatibles con lo que soñaste conmigo cuando me llamaste como tu discípulo. Pongo mi seguridad en personas antes que en ti, busco refugio en los bienes y en el éxito desplazándote a ti, me preocupo más de mí mismo anteponiendo mi persona a la tuya y hasta he hecho ascos a tu cruz.


Soy tu discípulo Jesús pero no te tengo como mi máximo bien, el único y el necesario. Hoy me llamas a fijar mi seguridad en ti y renovar mi decisión consciente y libre de ir en pos de ti. Quiero superar mi inercia e inconsciencia al seguirte y asumir las consecuencias de llamarme discípulo tuyo.


Que tu Espíritu, el mismo que te acompañó a lo largo de tu camino hasta entregar tu vida, me impulse a darla, como la diste por nosotros y me capacite, asumiendo tus exigencias, para estar a la altura de la dignidad de ser tu discípulo. Amén

 

 

 

XXII Dom Ordinario cicloC

Lucas 14, 1, 7-14 Descargar PDF

1 Y sucedió que, habiendo ido en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos le estaban observando.
7 Notando cómo los invitados elegían los primeros puestos, les dijo una parábola:
8 «Cuando seas convidado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto, no sea que haya sido convidado por él otro más distinguido que tú,
9 y viniendo el que os convidó a ti y a él, te diga: "Deja el sitio a éste", y entonces vayas a ocupar avergonzado el último puesto.
10 Al contrario, cuando seas convidado, vete a sentarte en el último puesto, de manera que, cuando venga el que te convidó, te diga: "Amigo, sube más arriba." Y esto será un honor para ti delante de todos los que estén contigo a la mesa.
11 Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»
12 Dijo también al que le había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa.
13 Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos;
14 y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos.»

 

 

Para comprender la Palabra

Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos. La invitación al banquete da pie a Jesús para hablar de otro banquete, el del Reino. El presente pasaje recoge dos enseñanzas: una sobre el momento de escoger los puestos a la mesa (Lc 14, 7-11); y, la otra, sobre la selección de los invitados a un banquete (Lc 14, 12-14). Estas enseñanzas no tienen como principal objetivo proponer normas de urbanidad: su intención es proclamar el banquete del reino y, como consecuencia de ello, el estilo de vida que debe imperar en la comunidad cristiana, anticipo de la definitiva mesa compartida.


La escena se realiza en sábado, el día de Israel, el día de descanso de Dios y de los hombres. Sin duda que es un banquete solemne al cual seguramente fueron invitadas personas importantes. Jesús observa, en quienes le están cerca, que tienen un comportamiento muy peculiar: escogen los primeros puestos y son muy selectivos como anfitriones. En la sociedad de entonces, aún más que la nuestra, la cuestión del honor era de enorme importancia y las comidas tenían su ritual. Estar más cerca del anfitrión era signo de mayor prestigio, de un mayor estatus social. Y el mismo anfitrión recibía reconocimiento social cuanto más número de personajes ilustres respondieran a su invitación. Jesús aprovecha la conversación alrededor de la mesa para enseñar habiendo sido invitado por un fariseo. La vida verdadera no se gana por ganar un simple honor; ni un hombre es grande cuando busca simplemente su grandeza. La vida se gana en el servicio hacia los otros; la grandeza verdadera es siempre efecto (o expresión) del don que se ofrece a los demás y se recibe de los otros.


La novedad de la propuesta de Jesús está en que denuncia a quienes se afanan por lograr privilegios y también las estratagemas de quienes ambicionan los primeros puestos en la vida social y religiosa. Por tanto, la actitud del discípulo tendrá que ser de plena humildad y no la de buscar estratagemas para acceder a los puestos principales. Y al que lo había invitado le invita a una actitud nueva: la generosidad y gratuidad del amor, ya que quien ama no busca compensaciones.


Las palabras de Jesús se centran en dos rasgos primordiales: 1) desde un punto de vista personal, la novedad de Jesús (del reino) exige superar el egoísmo que pretende convertirnos en el centro de la vida de los otros. Es radical en este aspecto la palabra de Jesús: “Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será exaltado”. Quien busca solamente su justicia, su ventaja y plenitud se pierde como humano; no ha entendido la verdad del Cristo que en la cruz entrega su existencia por los otros; 2) Sólo quien da sin calcular, el que se entrega por los otros e introduce sobre el mundo su semilla (muere) habrá alcanzado su grandeza. El texto evangélico lo precisa aludiendo a la plenitud de la resurrección. Cristo recupera en la gloria aquello que ha perdido (que ha entregado por los otros) en la muerte; de una forma semejante, los creyentes recuperan (plenifican) aquello que han sabido dar para los otros.


Toda la enseñanza de Jesús sobre la gratuidad y el sentido de la humildad encuentra su esperor ético – religioso más profundo en el mismo Jesús. Él que estaba junto al Padre se ha hecho hombre, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos a todos. El Señor se ha hecho siervo de todos, al grado de sufrir Él mismo en el suplicio de la cruz por nuestra salvación.

 

Para escuchar la Palabra
Jesús aprovecha las anécdotas para exponer las normas que deben regir las relaciones entre los hombres. El invitado no debe considerarse digno de la invitación, puesto que ha de ser siempre indebida. Ni tiene que busca puestos que no le hayan sido confiados, porque no se mereció la hospitalidad recibida. En el modo como se comportan los invitados, todos ellos hombres de bien, descubre el modo cómo se comportan los buenos con Dios. ¿No será esa mi situación? Hemos de vivir convencidos que ante Dios no somos buenos por el lugar que ocupamos ni por el bien que hacemos o nos merecemos. Es Dios quien nos hace buenos, invitándonos a gozar de su compañía y de su mesa. Quien se sabe amado por Dios queda liberado de la vanagloria y de la envidia. Acoge un amor seguro no tiene que mendigarlo o afanarse por merecerlo. Y ese amor da seguridad y confianza en sí. ¿Estoy necesitado de triunfos y reconocimientos para saberme valorado sobremanera y apreciado sin medida?

La invitación es don inmerecido, no salario debido. El que invita no debe calcular si su actuación se verá recompensada un día por sus huéspedes. La invitación debe ser oferta gratuita, no inversión a largo plazo; invitando a quien no puede pagarle, será Dios el encargado de resarcirle. ¿No será mi propia actitud, aquella reprochada por Jesús, la de aquel que busca ser bueno para que se lo reconozcan o se lo paguen?

 

Para orar con la Palabra
Señor invitándome a tu mesa y en torno a ella, vuelve a poner al descubierto las actitudes contra el Reino que estoy cultivando con la apariencia de bondad. Quizás he sido yo mismo el que pretendo hacer “carrera” en el Reino “ganándome” los principales lugares, cifrando mi valor en el prestigio y reconocimiento. Quizás he sido yo mismo el que, bajo apariencia de bondad, busco gratificaciones de todo tipo, alejándome de la experiencia de la gratuidad. En torno a la mesa vuelve Señor a poner al descubierto las actitudes que contra el Reino universal y gratuito, que estoy cultivando bajo una apariencia de bondad. Dame tus sentimientos, los mismos que tuviste cuando renunciando a tu gloria divina viniste en acto de amor obediente a hacerte hombre tomando la condición de siervo. De manera, Señor, que no me busque a mí mismo sino que al centro de mi persona esté el interés y la búsqueda del Reino y de tu persona en la persona de los humildes, de los pobres y de los que son nada “gratificantes”. Amén.

 

 

 

XIX Dom Ord cicloC

Lucas 12:35-40 Descargar PDF

35 «Estén ceñidos vuestros lomos y las lámparas encendidas,
36 y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran.
37 Dichosos los siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá.
38 Que venga en la segunda vigilia o en la tercera, si los encuentra así, ¡dichosos de ellos!
39 Entendedlo bien: si el dueño de casa supiese a qué hora iba a venir el ladrón, no dejaría que le horadasen su casa.
40 También vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombre.»

 

Para comprender la Palabra

El capítulo 11 de Lucas, situado en pleno relato del viaje de Jesús a Jerusalén, es una recopilación de enseñanzas diversas dirigidas a los discípulos. En el fragmento que se lee hoy se habla, en primer lugar, de la libertad interior respecto a las riquezas. Es continuación de la temática del domingo pasado pero formulado de forma positiva; en lugar de prohibir acumular riqueza, hoy se exhorta a desprenderse de ellas. Jesús invita, como hace a menudo, a poner el corazón y la confianza en Dios, y no en las riquezas terrenales. El mejor uso que se puede hacer de los bienes materiales no es acumularlos, sino repartirlos entre los necesitados. O sea, que no basta no preocuparse por las cosas de cada día, sino que es necesario desprednderse de los bienes y darlos en limosna. La idea de que las riquezas se utilicen para la salvación la encontramos en los libros sapienciales (cf. Pr 2,4; 8,21; 21,20). Aquí se establece una conexión entre la limosna dada al prójimo y el tesoro acumulado ante Dios. Jesús quiere decir que, a diferencia de los bienes terrenos que se pueden perder, los tesoros celestes no corren ningún peligro. Las obras buenas son tesoros conservados en los cielos.


La mayor parte del texto, sin embargo, se centra en otra actitud fundamental del creyente: la vigilancia atenta y activa ante la incertidumbre del fin. La preocupación por conocer cuándo y cómo se producirá el fin del mundo ha estado siempre presente en la historia humana, también entre los creyentes. Cada vez que se plantea esta inquietud, el NT responde del mismo modo: en primer lugar, con la afirmación de que es imposible conocer el momento del fin, y a continuación con la invitación a estar siempre a punto. Esta recomendación se resumen en un término lleno de significado: velar.


Jesús llama a sus discípulo “Rebañito mío” invitándolos a no temer y asegurándoles la posesión del Reino. Son un pequeño rebaño a causa de la condición de minoría y de impotencia en la sociedad. Poseerán el Reino en la medida que pongan sus bienes a disposición de los demás confiando en Dios, Señor de la creación y Padre providente.


Concretamente el texto de Lucas contiene hasta tres parábolas, dos muy breves y otra más detallada habla de un amo que vuelve de la fiesta de una boda, y que encuentra a los criados esperándolo, tal como era su obligación; la reacción del dueño, que hace sentar a los criados a la mesa y les sirve, es poco verosímil como descripción de lo que pasaba en la realidad, pero responde muy bien a la actitud de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Puede también aludir a la recompensa escatológica prometida por Jesús a sus siervos fieles y vigilantes.


La segunda pequeña parábola, la del dueño de casa que no sabe a qué hora vendrá el ladrón (presente también en Mateo 24, 43-44), quiere hacer entender que el retorno definitivo del Señor es imprevisible. El acento está puesto en lo inesperado y sorpresivo del evento. La única garantía de defensa es la vigilancia del dueño de la casa. Así irrumpe Dios en la historia, así volverá un día el Señor. Los discípulos deben vivir a la espera del Hijo del hombre sin dejarse vencer por la indiferencia o el cansancio.


La parábola del administrador fiel o infiel (que tiene igualmente un paralelo en Mt 24, 45-51) pone más el acento en la fidelidad. El pequeño diálogo introductorio entre Jesús y Pedro sugiere que la parábola se dirige especialmente a los responsables de la comunidad, que reciben de Jesús el encargo de velar fielmente por las personas que les son encomendadas, mientras no llega el tiempo del fin. Si cumplen con la misión que les fue encomendada, serán dichosos; si descuidan su tarea y actúan deshonestamente serán condenados. Lucas piensa en el autoritarismo, la búsqueda de los propios intereses y la inmoralidad.

 

Para escuchar la Palabra
El seguidor de Jesús es alguien consciente de que tiene que vivir no en función de lo material, sino en función de las cosas del Reino. Esta conciencia lo empuja a estar siempre vigilante y a atender con responsabilidad y fidelidad los asuntos que se le han encargado como administrador. Se insiste en “estar preparados”. Si ahora viniera ¿me encontraría con “la cintura ceñida y las lámparas encendidas”? ¿Creo que mi corazón está ocupado con las cosas de Dios o mis tesoros son otras cosas?


Jesús, el maestro, nos invita a revisar dónde tenemos nuestro corazón y a liberarlo de todo lo accesorio. Estoy llamado a acumular lo que vale para Dios y nunca pierde valor. ¿Cuáles serán las mayores dificultades que encuentro para mantenerme vigilante ante la llamada del Señor? ¿Cómo podríamos ayudarnos unos a otros en este aspecto?

 

Para orar con la Palabra
Señor aviva mi esperanza. Que ningún afán de tener bienes materiales hoy nuble mi horizonte de poseerte mañana. Que esperándote pueda cultivar un corazón desprendido y generoso. He constatado varias veces que cuando estoy inseguro y miedoso quiero aferrarme a las cosas como si de éstas me viniera seguridad y valor. Ayúdame a entender que estás por venir no para premiar a quien más cosas haya logrado acumular sino a quien más atento en la espera se mantenga. Yo quiero ser tu discípulo reconocido. Saber que vendrás me libera del afán de acumular bienes y me liberará para Ti, único bien. Estaré revisándome para estar preparado. No vaya a ser que inconscientemente y por inercia me esté llenando de los bienes que no me puedo llevar. Y que lo que ahora tengo me sirva para hacerme día a día más rico de lo que vale ante Ti.

 

 

 

XVIII Dom Ord cicloC

Lucas 12:13-21 Descargar PDF

13 Uno de la gente le dijo: «Maestro, di a mi hermano que reparta la herencia conmigo.»
14 El le respondió: «¡Hombre! ¿quién me ha constituido juez o repartidor entre vosotros?»
15 Y les dijo: «Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aun en la abundancia, la vida de uno no está asegurada por sus bienes.»
16 Les dijo una parábola: «Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto;
17 y pensaba entre sí, diciendo: "¿Qué haré, pues no tengo donde reunir mi cosecha?"
18 Y dijo: "Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, y edificaré otros más grandes y reuniré allí todo mi trigo y mis bienes,
19 y diré a mi alma: Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come, bebe, banquetea."
20 Pero Dios le dijo: "¡Necio! Esta misma noche te reclamarán el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?"
21 Así es el que atesora riquezas para sí, y no se enriquece en orden a Dios.»

 

Para comprender la Palabra

 

El pasaje del evangelio de hoy propio de Lucas insiste en esta advertencia desde las enseñanzas de Jesús: de poco vale atesorar en este mundo cuando no se es rico ante Dios. De entrada tiene un marcado carácter singularista, como respuesta a “uno del público” que interpela a Jesús; pero en realidad se trata de un tema que afecta a “cualquier hombre”.

Por el camino que lleva a Jerusalén, el Maestro va ofreciendo a sus discípulos una pausada instrucción sobre el sentido y las exigencias del discipulado. El tema para la enseñanza de hoy lo provoca un hombre que pide la intervención autorizada de Jesús en una disputa sobre cuestiones de herencia. El Maestro toca el fondo de la cuestión. Descubre que la herencia del padre ha desatado la ambición y la avaricia entre los hermanos, suscitando la división entre ellos. Sus palabras, más allá de la circunstancia concreta que las ha motivado, se refieren a la actitud que sus seguidores deben mantener frente a las posesiones materiales.

Jesús se niega a entrar en la desavenencia familiar de aquella persona anónima, pero deja clara su posición ante sus discípulos, de modo que la advertencia del v. 15 queda ilustrada con una parábola. En ella se habla de un hombre que, en año de abundancia, ve prosperar su situación. El diálogo que mantiene consigo mismo desvela sus prioridades, sus preocupaciones en la vida.

El centro de esta persona es sus bienes extraídos de la cosecha que se convierte en un porvenir egoísta. Sólo piensa en disfrutar él solo de la vida presente, como si ésta fuera algo absoluto. Arrastrado por la lógica de la ganancia, este hombre acapara y construye silos más grandes en los que almacenar el grano, pensando sólo en sí mismo. Pero ha elegido mal. La tierra y su trabajo le han ofrecido una buena cosecha, pero la abundancia de bienes lo ha seducido y no le deja descubrir la hondura de la vida ni la presencia de Dios en ella. Su error no está en “tener”, sino en tener sólo para sí. En su situación próspera se ha olvidado de algo muy importante. Y Dios le sorprende entrando en diálogo con él.

El proyecto del rico era disfrutar de la vida de un modo egoísta, y Dios lo enfrenta con la muerte. De nada le ha servido pensar sólo en sí mismo, atesorar, acaparar; construir graneros mayores para tener más cosecha almacenada. Era indispensable un mínimo vital para vivir dignamente, pero la seducción de las riquezas le impidió poner límite a lo superfluo. La intervención de Dios, que es un juicio, puso en evidencia lo equivocado e insensato de sus planes. La parábola termina con una moraleja que no se explica detalladamente (v. 21)

La parábola concluye con una sentencia: “Así sucede a quien atesora para sí en lugar de hacerse rico ante Dios”. Jesús rechaza la acumulación de bienes en beneficio propio porque esta actitud esclaviza a la persona, aleja del amor generoso y desprendido de Dios Padre y rompe la fraternidad entre hermanos. Es un tema que el evangelio de Lucas toca con especial sensibilidad, posiblemente por la situación de desigualdad social que se vivía en la comunidad a la que va dirigida su obra. Por otra parte, es un tema de enorme actualidad para quienes vivimos en una sociedad en la que acaparar, invertir y disfrutar de lo inmediato son realidades más que evidentes.

Para escuchar la Palabra
Jesús se niega a mediar en una disputa entre hermanos, no por eludir una decisión controvertida, sino para liberar a su interlocutor de su afán de poseer. En lugar de resolver un caso particular, instruye a sus oyentes. Jesús quiso convencer a todos sobre el precario valor de los bienes materiales. Si la vida propia no depende de las propias cosas, de poco sirve desvivirse por tenerlas. ¿Cuál es mi relación con el dinero y con mis bienes materiales? Acumular bienes puede ser que nos haga más ricos pero ciertamente no más humanos. Ni somos mejores por los bienes que tenemos, ni nos hace bien conservar lo que pertenece al hermano. ¿Qué es lo que de verdad enriquece a una persona? ¿Cuáles son mis riquezas ante Dios?

A muchos en la sociedad les posee el afán de poseer, por conservar lo que han obtenido y se desvelan por conseguir lo que no tienen. La alegría de vivir que se base en lo que se ha conseguido en la vida no tiene futuro. Escaso es el gozo que nace de la abundancia material. Los bienes que tan fácilmente pueden perderse no han de ser los bienes mejor apreciados, ni son los más preciosos. No tener a Dios como supremo bien, hace inútiles todos los bienes que se tengan. Poner en algo que no sea Dios la razón de la felicidad, es arriesgarse a perderla. La felicidad del creyente no está en tener más, sino en saberse mejor mantenido. Teniendo a Dios, nos sobrarán todas las cosas y no nos faltará la alegría de vivir. ¿En qué estoy invirtiendo mi vida? A la luz del evangelio de hoy, ¿considero que vale la pena esa inversión?

Para orar con la Palabra
Corro el peligro, Señor de considerar que, porque no tengo muchos bienes materiales, tu enseñanza no se aplica a mí. Me desentiendo de ti creyéndome no satisfecho con los bienes que poseo. Pero caigo en cuenta que hay días que el afán de poseer algún bien ocupa mi mente y mi corazón; que no vivo confiado en su providencia sintiéndome inseguro por el futuro; que me aferro a los bienes y me creo importante al poseerlos.

Señor, quiero tenerte como mi bien supremo y hacerme rico en esos bienes que no perecen. Quiero compartir a los demás de los bienes con que me has enriquecido. Los bienes que surgen del amor como respuesta al amor que tú me tienes. Contigo todo me sobra, sin Ti, aunque lleno de bienes, carezco de todo. Me abrazo de ti, única riqueza que aseguras futuro y colmas de plenitud.

 

XVII Dom Ord cicloC

Lucas 11:1-13 Descargar PDF

1 Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.»
2 El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino,
3 danos cada día nuestro pan cotidiano,
4 y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.»
5 Les dijo también: «Si uno de vosotros tiene un amigo y, acudiendo a él a medianoche, le dice: "Amigo, préstame tres panes,
6 porque ha llegado de viaje a mi casa un amigo mío y no tengo qué ofrecerle",
7 y aquél, desde dentro, le responde: "No me molestes; la puerta ya está cerrada, y mis hijos y yo estamos acostados; no puedo levantarme a dártelos",
8 os aseguro, que si no se levanta a dárselos por ser su amigo, al menos se levantará por su importunidad, y le dará cuanto necesite.»
9 Yo os digo: «Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá.
10 Porque todo el que pide, recibe; el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá.
11 ¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra;
12 o, si pide un huevo, le da un escorpión?
13 Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!»

 

Para comprender la Palabra

Valiéndose de una petición de los discípulos de Jesús, Lucas introduce el tema de la oración; con ello el evangelista se hace eco de una necesidad existente entre los miembros de su comunidad que, provenientes en su mayoría del mundo pagano, necesitaban aprender a rezar. Jesús va más allá de lo que le piden sus discípulos. Mientras éstos, con la alusión a Juan Bautista, parecen solicitar una forma ritual de orar, Jesús les ofrece un estilo, un talante en la oración, que lleve como notas propias la confianza en Dios y el compromiso personal y comunitario.

Nos encontramos con un pasaje estructurado en tres partes: un modelo de oración, una pequeña parábola y unas palabras sobre la confianza total del discípulo. Jesús inicia su enseñanza con un modelo de oración similar en algunos aspectos a una plegaria judía, pero con algunas particularidades importantes (vv. 2-4) Comienza con una sencilla invocación a Dios como Abbá, el modo familiar que tenía Jesús de referirse al Padre. No le llama Padre “nuestro” como Mateo, sino sólo Padre, subrayando así una mayor intimidad filial. A esta invocación siguen dos miradas: una a Dios y otra a nuestra realidad. La primera mirada dirigida a Dios, es como un grito de anhelo y esperanza, solicitando que Él mismo se manifieste en la historia y que apresure el momento en que su reinado sea acogido por toda la humanidad. Dios manifiesta la santidad de su nombre precisamente en la venida de su reino. El reino es el regalo de amor y de confianza que ese Padre nos ofrece. La otra mirada, dirigida a nuestra realidad, consta de tres peticiones. La primera, sobre el pan cotidiano, se refiere a aquello que el ser humano necesita para su subsistencia, tanto ahora como en el futuro. Con la segunda petición se desea recibir el perdón de Dios y se adquiere el compromiso de otorgar el perdón de las ofensas recibidas. El último ruego suplica que no desfallezcamos al enfrentarnos con situaciones que puedan hacer peligrar nuestra entrega y confianza en el Padre.

La segunda parte (vv. 5-8) compuesta por la parábola recuerda la situación concreta de Palestina del siglo I. Ante el deber de la hospitalidad, un hombre pide tres panes a su amigo. Su constancia en la llamada y su confianza en el amigo le procuran lo que necesita. La parábola no se fija en si el amigo tardó en responder o si la respuesta tuvo una motivación poco clara. Subraya solamente la extremada confianza, la seguridad inquebrantable de aquel hombre en que su petición sería acogida. Es esto lo que da pie a Jesús para aplicar la parábola al tema de la oración.

“Yo os digo” expresan autoridad, sus palabras deben ser tenidas muy en cuenta. En ellas Jesús anima a pedir, a buscar, a llamar incansablemente animados por una confianza sin límites. Redundando en esta misma enseñanza, Jesús acude a la reflexión sapiencial y coloca a sus discípulos ante dos situaciones extremas que se nos antojan de una crueldad inhumana (Cf. v. 11 y 12). Las preguntas son retóricas. Lo que vale para nosotros sirve con más razón para Dios, que está dispuesto a darnos el bien por excelencia, el anticipo del Reino: el Espíritu Santo. Este Espíritu nos coloca en sintonía con la voluntad de Dios y nos llena de coraje para seguir dando testimonio.

En toda oración descubrimos que Dios nos ama; por eso es necesario mantenernos en la espera. Con ejemplos sacados del fondo real de un amigo que llama (5-8) o del hijo que pide (11-12) nos muestra san Lucas la forma en que debemos confiar en Dios. “Pedid y se os dará”: Lo que está asegurado es que Dios da, se deja encontrar y abre a quien llama a su puerta. ¿Qué da? La comunión con él, la fidelidad a su voluntad, su Espíritu Santo, como bien fundamental y definitivo que está a la raíz de todo otro bien que legítimamente el hombre puede desear, para él y para los demás.

Para escuchar la Palabra
Antes de ser maestro de oración Jesús ha sido modelo. Antes de las palabras dio ejemplo de oración. Y una vez que uno de los discípulos, que convivía con él, le pide enseñanza, Jesús le deja ver sus sentimientos e inculca perseverancia que se nutre de esa confianza en Dios. Para el cristiano orar lo que Jesús enseñó es saberse lo que él se sabía, hijo de Dios y pedir lo que no se atrevería, el Espíritu, si no hubiera sido porque Jesús así se lo enseñó. ¿Cómo es mi oración? ¿No seré mal orante sólo porque me conformo con menos en vez de pedir el Espíritu? ¿No estaré siendo mal discípulo porque no me atrevo a sentirme hijo de Dios, como Jesús es y nos enseñó?

Jesús no enseña a distancia. Quien estuvo conviviendo con él, lo vio unido a su Padre y le pidió que les participara de esa unión en la oración. Jesús enseñó a rezar a quien se lo pidió. Invitó a saberse hijo de Dios sólo a quien le rogó que le enseñara a rezar como él hacía. ¿No estará aquí una razón para explicarme mi escasa vida de oración y su mala calidad? Quien vive lejos de Jesús, sin escucharle siempre, sin contemplarle a menudo, no tendrá idea de lo que significa rezar como él sabía. Orar como Jesús es oficio de hijos de Dios. La oración del hijo no depende de sus graves carencias sino de lo grande que es su confianza. Pedir es oficio de hijos y dar tarea del Padre.

Para orar con la Palabra
¿Qué decirte, Señor? No puedo quejarme de no saber rezar; deberías tú quejarte de mí, porque no he aprendido a convivir contigo. No te veo en ningún lugar, porque en ningún lugar te encuentro. Y no te encuentro, porque no te busco. ¡Tenme piedad y ven a mi encuentro! La verdad es que no distingo a mi alrededor muchos orante a quien envidiar. Tus discípulos, Señor, tuvieron más suerte; otros les hicieron caer en la cuenta de que no sabían rezar; seguirte no basta para rezar; tenerte al lado y oírte a menudo puede no ser camino de oración; ¿no querrás mandarme alguien mejor que yo, que me haga más grande mi necesidad de Dios? ¿Cómo sabré que aún eres mi maestro, si no sé que todavía no sé rezar como tú? Enséñame a orar, como tú quieras. Sé tú mi maestro de oración.

 

 

 

 

XV Dom Ord cicloC

Lucas 10:25-37  Descargar PDF

25 Se levantó un legista, y dijo para ponerle a prueba: «Maestro, ¿que he de hacer para tener en herencia vida eterna?»
26 El le dijo: «¿Qué está escrito en la Ley? ¿Cómo lees?»
27 Respondió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.»
28 Díjole entonces: «Bien has respondido. Haz eso y vivirás.»
29 Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «Y ¿quién es mi prójimo?»
30 Jesús respondió: «Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de salteadores, que, después de despojarle y golpearle, se fueron dejándole medio muerto.
31 Casualmente, bajaba por aquel camino un sacerdote y, al verle, dio un rodeo.
32 De igual modo, un levita que pasaba por aquel sitio le vio y dio un rodeo.
33 Pero un samaritano que iba de camino llegó junto a él, y al verle tuvo compasión;
34 y, acercándose, vendó sus heridas, echando en ellas aceite y vino; y montándole sobre su propia cabalgadura, le llevó a una posada y cuidó de él.
35 Al día siguiente, sacando dos denarios, se los dio al posadero y dijo: "Cuida de él y, si gastas algo más, te lo pagaré cuando vuelva."
36 ¿Quién de estos tres te parece que fue prójimo del que cayó en manos de los salteadores?»
37 El dijo: «El que practicó la misericordia con él.» Díjole Jesús: «Vete y haz tú lo mismo.»

 

Para comprender la Palabra

 

Jesús está camino de Jerusalén (9, 51) instruyendo a sus discípulos. Un perito de la ley pregunta cómo puede heredar la vida eterna. La pregunta que apunta al sentido último de la existencia humana. Está formulada de un modo práctico: qué “hacer” para alcanzar la vida eterna. La primera reacción de Jesús es evasiva. En vez de contestar a lo que se le pide, responde con un nuevo interrogante: “¿Qué está escrito en la ley?”. No sin ironía, Jesús viene a recordarle que le está examinando sobre algo que él debería saber bien, pues atañe a su propia especialidad. El letrado conocía al dedillo la ley de Moisés, los mandamientos esenciales. Jesús remite a las palabras de la ley que dicen:” Amarás al Señor, tu Dios... y al prójimo como a ti mismo” (Dt 6, 5; Lev 19, 18). Se subraya así que uno “acierta” en la vida cuando logra centrarla en el amor a Dios y al prójimo, sin separar ambas cosas. Al final Jesús lo invita a convertir aquella palabra en acción concreta: “Has contestado bien; si haces eso, vivirás”.

El letrado sabe amar a Dios, desconoce, sin embargo, el contenido del amor al prójimo objeto de la cuestión casuística tan importante en el ambiente judío. En Israel el prójimo era todo miembro de la alianza, todo miembro del pueblo de Dios (Ex 20, 16-17; 21, 14; Lev 19, 13-18). Jesús se aleja de las disquisiciones legalistas y teóricas y presenta un caso humano. No pretende resolver el problema jurídico que se planteaba el escriba. Jesús responde narrando la parábola y pasando del interés por la identificación del prójimo al hacerse prójimo del que pasa por una necesidad, actuando con misericordia eficaz y comprometida, dejándose afectar interiormente por el dolor y la miseria sufrida por los otros.

En la parábola se contraponen los que “bajan” de Jerusalén (los profesionales de la religión, los satisfechos del culto) y el que “está en camino” (haciéndose prójimo del necesitado). El sacerdote y levita pasan de largo frente al herido mientras que el samaritano, un extranjero hereje, distante de la religión oficial de los judíos, a quien no le preocupan las minucias de la ley, ni la estrecha tradición de los rabinos, al percatarse de una miseria ofrece su asistencia. Quizá en el fondo la parábola es una llamada al realismo frente a la elucubración sofisticada del “doctor de la ley” o frente al rito vacío del sacerdote o levita. El samaritano que reacciona con una actitud de hombre a hombre y se convierte de este modo en realizador de la misericordia de Dios. En el fondo, Jesús critica seriamente a quien por vivir abstraído en sus obligaciones para con Dios, pasa de largo de cuantos le necesitan: en el indigente uno encuentra, juntos, a su prójimo y a su Dios.

Jesús pregunta: “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del hombre que fe asaltado por los ladrones?”. El escriba evita decir “el samaritano” y usa un circunloquio: “el que tuvo compasión de él”. Jesús no define quién es el prójimo sino que indica que cómo hacerse prójimo. Para el samaritano fue decisivo el hecho de encontrar a alguien que estaba en necesidad y sufría, más allá de las diferencias de raza, religión o nacionalidad. No pasó de largo en forma inconsciente. Lo vio, se acercó y se detuvo. El samaritano interiorizó en sus entrañas el sufrimiento ajeno y lo convirtió en el origen de su actuación. Su amor es un amor de misericordia semejante al que ha manifestado Dios en Cristo. La práctica de la misericordia realiza el compromiso fundamental por el Reino ya que encarna el amor de Dios y el estilo de amar de Dios. Y al final a quien se acercó para preguntar sobre la vida eterna obtuvo la orden: “Anda y haz tú lo mismo”.

Para escuchar la Palabra
En la cultura postmoderna lo que importa es el ahora, lo inmediato, lo inmanente, carecen de valor los planteamientos a largo plazo. ¿Para qué preocuparse de lo que va a ocurrir con nosotros para toda la eternidad? Se dice que todos buscamos la vida, todos queremos vivir por siempre, todos deseamos la vida eterna. ¿Es mi caso? Estoy inquieto como aquel escriba en responderme hacia dónde voy, ¿qué va a ser de mí después de esta vida? ¿Puedo emular al escriba preocupado por la cuestión del más allá dirigiéndome al "Maestro"?

No hay ocupación más santa ni urgente que cuidar de Dios, al que necesitamos, cuidando del prójimo que tanto nos necesita. Y aunque es de fácil comprensión no hace más sencillo su cumplimiento. Personalmente, ¿he logrado esta unidad de vida en el amor a Dios y al prójimo? ¿En qué situaciones tiendo a separar o a dividir la expresión de mi amor a Dios en el prójimo? ¿No estaré ilusionado creyendo que Dios me es familiar y el necesitado no me es próximo? Por declararme al servicio de Dios, a quien digo conocer y con el que me relaciono, puedo estarme negando de servir y de ser cercano al hermano en necesidad. No es ocasional que los “hombres de Dios” vean al necesitado y pasen de largo. ¿Quién será mi prójimo? ¿Qué situaciones de necesidad está sufriendo mi hermano y reclama mi proximidad?

Hombres de Dios no fueron hombres buenos, los próximos siempre de Dios no llegaron a aproximarse al hombre que encontraron “bajando de Jerusalén”. Consagrados a un Dios que no necesita de nadie, no pudieron entregarse a quien les necesitaba. ¿Las celebraciones y sacramentos celebrados - y por mí presididos - me llevan a olvidarme de reconocer a mi Señor presente en el necesitado? Como hombre creyente, ¿he sido sensible al hermano necesitado? ¿Cuáles son mis pecados de omisión más comunes?

Para orar con la Palabra

Señor, tú eres el Buen Samaritano, pues en tu vida terrena pasaste haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal, y ahora, en tu vida glorificada continúas acercándote a todo aquel que sufre en su cuerpo o en su espíritu y curas las heridas del sufriente con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza (Prefacio VIII), te agradezco haberte hecho nuestro prójimo en acto de obediencia a tu Padre Dios y te suplico el don de poder configurarme a ti en esa unidad de vida: ser todo de Dios y totalmente entregado a los hermanos. Perdóname porque tantas veces pretendo estar interesado de ti y paso desinteresado del hermano necesitado; perdóname los divorcios que establezco entre mi vida filial y mi vida fraterna.


 

Dom XII Ord cicloC

Lucas, 9,18-24  Descargar PDF

18 Un día estaba Jesús orando,l él solo. Luego sus discípulos se le reunieron, y él les preguntó: –¿Quién dice la gente que soy yo?
19 Ellos contestaron: –Unos dicen que Juan el Bautista; otros dicen que Elías, y otros, que uno de los antiguos profetas, que ha resucitado.m
20 –Y vosotros, ¿quién decís que soy? –les preguntó.
Pedro le respondió: –El Mesías de Dios.
21 Pero Jesús les encargó mucho que no se lo dijeran a nadie.
22 Les decía Jesús: –El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará.
23 Después dijo a todos:
–El que quiera ser mi discípulo, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame.
24 Porque el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por causa mía, la salvará.p

 

Para comprender la Palabra

 

El evangelista Lucas pone la confesión de fe de Pedro muy pronto dentro de su narración porque le interesa preparar la escena del camino hacia Jerusalén con la invitación de Jesús a su seguimiento efectuado inmediatamente después de la confesión de Pedro.

Este relato constituye uno de los pasajes centrales de la tradición cristiana primitiva. La fe de Pedro es el tipo de la fe de la Iglesia, entendida como seguimiento – de- y comunión – con - el misterio pascual del Hijo único, contemplado desde el ángulo de la revelación, en su muerte, de la misericordia del Padre.

La estructura de la perícopa aparece bastante clara: ubicación e interrogatorio de Jesús; confesión de fe de Pedro; anuncio del tipo de Mesías sufriente; invitación al seguimiento. Vayamos, parte por parte, resaltando algunos elementos: Ante todo, el contexto de la presente escena es el de la oración en lugar solitario. Jesús interroga a sus discípulos sobre su identidad y significado en el contexto de la oración. Jesús está con sus discípulos y a ellos interroga doblemente: primero, por lo que la gente dice de él. El maestro quiere que los discípulos se interesen por aquello que los demás digan de él; después, lanza directamente la pregunta a ellos, obteniendo la confesión de fe de los discípulos en Pedro. No basta con presentar el decir de los otros a ello hay que tomar postura confesando (definiéndonos) ante Jesús. Y a esto siguió la presentación del tipo de Mesías que Jesús era: Mesías humilde y sufriente, rechazado por el judaísmo y colgado de una cruz pero la fuerza de Dios estaba con él y vencería la muerte, resucitando. La prohibición de no comunicarlo a nadie sirve de correctivo a las falsas interpretaciones sobre su mesianidad.
Este relato testimonia la tensión que existe entre la idea (la esperanza) de los hombres y la fuerza de Dios, que se revela en Jesucristo. Los hombres sienten la propensión de absolutizar los rasgos victoriosos del Mesías, interpretándole como un Señor que vence en la batalla de la vida y aniquila los poderes enemigos (identificados con nuestros enemigos personales). Sin embargo, Dios manifiesta su presencia a través del camino de fidelidad humana de Jesús; sólo a través de esa fidelidad, en la aceptación del sufrimiento y de la muerte adquiere su sentido, la plenitud de la esperanza (es decir, la resurrección). Desde aquí se entienden los dos títulos capitales de nuestra lectura. Vale el título Mesías en cuanto indica que la historia de los hombres alcanza en Jesús su plenitud. Pero hace falta completarlo a través de la expresión “Hijo del Hombre”, que, en este contexto, nos muestra al mismo Dios que ha descendido, se introduce en nuestro caminar y asume el sufrimiento de los hombres, transfigurándolo desde dentro.

Y se termina invitando, en cinco frases, al seguimiento desde las mismas actitudes y espíritu de Jesús. Jesús exige la adhesión total de la persona al reino de Dios presente en él. Cargar la cruz de Jesús significa escuchar su mensaje del reino, adoptar su manera de ser y cumplir hasta el final la urgencia de su ejemplo: ofrecer siempre el perdón, amar sin limitaciones, vivir abiertos al misterio de Dios y mantenerse fieles, aunque eso signifique un riesgo que nos pone en camino de la muerte.

Para escuchar la Palabra
En contexto de oración los discípulos presentaron el decir de la gente sobre Jesús y la propia confesión de fe. En oración los discípulos confesaron su fe. Solamente en la oración, recibieron el anuncio de Jesús sobre su muerte, y les libró del riesgo de imaginarse a su Señor como mejor les conviene; en la oración escucharon la invitación al seguimiento tomando la cruz de cada día. ¿Cultivo la oración como clave de fidelidad como discípulo? Quien desee ser fiel ha de compartir la oración y la intimidad con Jesús para conocerle de verdad. Pero la cruz nos lleva a la seguridad del conocimiento personal.

El discípulo por voluntad del maestro ha de interesarse por lo que diga de Jesús a su alrededor. El interés por la opinión ajena surge de nuestro apasionado amor por él. Por ejemplo, si no le amamos de verdad no nos dolerá la indiferencia que reina a nuestro alrededor. ¿Me importa lo que los demás digan de mi Señor?

Los discípulos fueron tomados en cuenta e interpelados por Jesús sobre quién era él para ellos. Declararnos a su favor nos hará conocer al Dios que se ha declarado en favor nuestro. ¿Quién es Jesús para mí? A quien supo responder personalmente se le desveló el secreto más personal: la entrega hasta la muerte es el destino de Jesús y este proyecto de entrega será para quién le siga. Jesús sigue pidiendo a sus discípulos que se pronuncien por él ante los demás.

Pero no basta con dar una confesión verbal de fe sobre Jesús, por muy personal que ésta sea o por muy pública que se haga si no se le concede la propia vida. Si no se comparte su proyecto de entrega de la propia vida (tomando su cruz y siguiéndole) de poco valdrán las palabras. Habrá que seguirle, siempre yendo en pos de Él, soportando el mismo camino e idéntica carga; perder la vida como Él significaría ganarla para siempre. ¿Soy discípulo suyo? ¿En qué cifro mi vida como discípulo?

Para orar con la Palabra
Me da miedo gastar la vida, entregarla sin reservas. Me aterra tu palabra: “toma tu cruz y sígueme”. Un fuerte instinto de conservación me lleva hacia el egoísmo y me atenaza cuando quiero jugarme la vida. Tengo seguridades y muchas cobardías... No me hace someterme sino buscar conservarme, encontrarme e imponerme. Te percibo tan irreal por la variedad de respuestas de lo que la gente dice de ti, como de la manera que has elegido ser Mesías de Dios. La gente ayer como hoy se encuentra confundida sobre quién eres realmente. Humanamente todos te soñamos poderoso, imponente, omnipresente… Y tú te declaras dispuesto a entregar tu vida, a sufrir y morir por nosotros. Me contradices en mi interior, en mi comprensión, en la voluntad humanas. Otra, Señor, es tu identidad y tu proyecto. Quisiera a la escucha de tu palabra confesarte verbal y vitalmente, en lo secreto y públicamente. Quisiera abandonarme y dejarte que seas Mesías así como tú has elegido serlo para nosotros y no como nosotros lo proyectamos. Quiero ser antorcha cuyo sentido esté en ser quemado para brindar luz. Líbrame de la prudencia cobarde y de la búsqueda de seguridades. Ayúdame a entregar la vida sin ampulosidades ni teatralidad, sin publicidad y con sencillez. Capacítame a ello, tú que ya has recorrido este camino y que me invitas a recorrerlo. Amén.

 

 

CorpusCristi cicloC

Lucas 9, 11-17  Descargar PDF

11 Pero las gentes lo supieron, y le siguieron; y él, acogiéndolas, les hablabla acerca del Reino de Dios, y curaba a los que tenían necesidad de ser curados.
12 Pero el día había comenzado a declinar, y acercándose los Doce, le dijeron: «Despide a la gente para que vayan a los pueblos y aldeas del contorno y busquen alojamiento y comida, porque aquí estamos en un lugar deshabitado.»
13 El les dijo: «Dadles vosotros de comer.» Pero ellos respondieron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos nosotros a comprar alimentos para toda esta gente.»
14 Pues había como 5.000 hombres. El dijo a sus discípulos: «Haced que se acomoden por grupos de unos cincuenta.»
15 Lo hicieron así, e hicieron acomodarse a todos.
16 Tomó entonces los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció sobre ellos la bendición y los partió, y los iba dando a los discípulos para que los fueran sirviendo a la gente.
17 Comieron todos hasta saciarse. Se recogieron los trozos que les habían sobrado: doce canastos.

 

Para comprender la Palabra

 

Nuestro texto se ubica entre la pregunta de Herodes sobre Jesús (Lc 9, 7-9) y la respuesta de Pedro reconociéndolo como Mesías (Lc 9, 18-21). Es como si, entre ambas, Jesús actuara revelando quién es, manifestando su identidad más profunda. Jesús enseña, cura y da de comer. Es la manifestación visible de la Palabra, el poder y la presencia de Dios.

El episodio de la multiplicación de los panes aparece con diversos matices también en los otros evangelios (dos veces en Marcos), lo que demuestra no sólo que el evento posee un alto grado de historicidad, sino que también la comunidad cristiana primitiva lo consideró fundamental para comprender la misión de Jesús.

Jesús está rodeado de gente pobre, enferma y hambrienta. Les instruye sobre el Reino de Dios y cura a quienes tenían necesidad de ser sanados (v. 11). Lucas añade que “caía la tarde” (v. 12). El detalle evoca a los dos peregrinos de Emaús que invitan a Jesús: “Quédate con nosotros porque ya es tarde y pronto va a oscurecer” (Lc 24, 29). En los dos episodios la bendición del pan acaece al caer el día. Lucas da también una indicación espacial, todo está ocurriendo en un lugar “solitario” (lugar desértico), que evoca el don del maná y las resistencias e incredulidades de Israel en el camino por el desierto (Ex 16, 3-4).

El diálogo entre Jesús y los Doce pone en evidencia dos perspectivas. Los apóstoles quieren enviar a la gente a los pueblos vecinos para que se compren comida, proponen una solución “realista”; la perspectiva de Jesús es distinta, representa la iniciativa del amor, de la gratuidad total, y la prueba incuestionable de que el anuncio del Reino abarca también la solución a las necesidades materiales de la gente: “Denles ustedes de comer”.

Después de que los discípulos acomodaron a la gente, Jesús “tomó en su manos los cinco panes y los dos pescados, y levantando su mirada al cielo, pronunció sobre ellos una oración de acción de gracias, los partió y los fue dando a sus discípulos, para que ellos los distribuyeran entre la gente” (v. 16). El levantar su mirada al cielo revela la actitud orante de Jesús, que vive en permanente comunión con Dios; la bendición expresa gratitud y alabanza por el don que se ha recibido o se está por recibir. El gesto de partir el pan y distribuirlo, recuerda la última cena. Con los dos primeros gestos, Jesús vive el momento con actitud agradecida y filial delante de Dios su Padre; con el último, expresa su sensibilidad y solidaridad delante de los hombres.

Al final todos quedan saciados y sobran doce canastos (v. 17). El tema de la “saciedad” es típico del tiempo mesiánico (Sal 22, 27; 78, 29; Jer 31, 14). Jesús es el gran profeta de los últimos tiempos, que recapitula en sí las grandes acciones de Dios que alimentó a su pueblo en el pasado (2 Re 4, 42-44). Los doce canastos que sobran, no sólo resalta el exceso del don, sino que también pone en evidencia el papel de “los Doce” como mediadores en la obra de la salvación. Los Doce representan a la Iglesia, llamada a colaborar activamente a fin de que el don del Reino pueda llegar a todos los hombres.

 

Para escuchar la Palabra
Durante su ministerio público Jesús fue, a menudo, huésped y comensal: compartió el hambre del hombre y su sed de convivencia. Dando de comer a la muchedumbre que le había escuchado, multiplicó el pan escaso y sació la necesidad de cuantos le creyeron. ¿Atiendo a Jesús? ¿Me sé atendido por Él? ¿Qué significa para mí celebrar la Eucaristía y “comulgar” en ella con Jesucristo? Como aquella muchedumbre que dejó para más tarde su propia necesidad por saciarse de su Dios, ¿sacio mi hambre de Dios en la escucha de su Palabra? ¿Me la paso satisfaciendo mis pequeñas necesidades sin alimentar mi hambre de Dios?

Los discípulos, siendo realistas por la escasez de medios, advirtieron a Jesús para que despidiera a la muchedumbre necesitada. Pero Jesús los responsabiliza: “Denles ustedes de comer”; y, para obrar el portento, Jesús acudió a la ayuda, pequeña pero no insignificante de sus discípulos, por poner a su disposición lo poco de que disponían, vieron cómo Jesús lograba satisfacer a una muchedumbre. ¿Soy sensible a las necesidades de los demás? ¿Confío en que sumando mi pobreza Jesús podrá saciar el hambre de muchos? Quien tiene a Dios por alimento, tiene al hambriento por alimentar. Olvidarlo sería menospreciar el cuerpo de Cristo que recibimos.

Para orar la Palabra
Reconozco, Señor, que estás interesado en saciar mi necesidad. Aquella muchedumbre que fue para saciar su Hambre de Dios se olvidó de su hambre. Retrasó el comer para escuchar tu mensaje del Reino. Y yo, Señor, pierdo mi tiempo satisfaciendo mis pequeñas necesidades sin saciar esa hambre más profunda y radical de ti. No me siento atendido porque tampoco te he atendido. Despreocupado de ti no te sé implicado en mis cosas.

Ayúdame, Señor, a no anteponer ninguna necesidad a tu querer. A no estar centrado en lo que me hace falta sino en ti que quieres ser respuesta a mi necesidad.

Me vuelvo roñoso porque tengo poco siendo pobre. Pero no estoy escaso de bienes sino de fe. No confío en que abriendo mi existencia a ti, por muy pobre que sea, tengo que aprender a compartir desde mi pobreza con los demás. No quiero, Señor, vivir insensible, por razones humanamente justificadas de mi escasez, a la necesidad de pan que sienten tantos hermanos hoy. Desde mi escasez de recursos, Señor, interviene para saciar el hambre de muchos. Que recibiéndote sacramentalmente ponga a disposición la pobreza de mis recursos para que tú seas providente para los demás.


 

Dom Santísima Trinidad ciclo C

Juan 16:12-15  Descargar PDF

12 Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello.
13 Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir.
14 El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.
15 Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros.

 

Para comprender la Palabra

La fiesta de hoy nos ayuda a mirar el misterio del Dios en quien creemos y que celebramos: La maravilla de Dios Padre, como fuente y origen de la salvación; el amor admirable de Jesucristo, revelado en su Pascua; y, la obra permanente del Espíritu, conduciendo a su Iglesia, a través de los tiempos, hacia la verdad entera de Cristo. Este domingo, por tanto, dentro del tiempo ordinario es como una especie de visión sintética y retrospectiva de la Cincuentena pascual.

Nuestro texto pertenece al testamento o despedida de Jesús, se alude cuatro veces a vocablos como “decir”, “anunciar”, “comunicar”. El elemento básico de esta perícopa es la comunicación entre Dios (Trino) y los hombres. Es comunicación centrada en la persona de Jesucristo. En él, en efecto, Dios se ha comunicado personalmente con el hombre. Porque él mismo es comunión y comunicación. El origen está en el Padre, que se vale del Hijo hecho hombre, pero ahora que ha regresado al lugar desde donde había salido, se vale del Espíritu para continuar su obra de amor. Del Padre arranca la revelación, que la da toda entera al Hijo hecho hombre y perdura por la acción del Espíritu en quienes han acogido y continúan acogiendo, ahora y aquí, a la Palabra de verdad de Jesucristo. Es más, hoy, en el Espíritu y por Él, la Iglesia conoce la revelación que Jesucristo ha traído del Padre, penetra en ella y profundiza en ella (Cf. 14,26; 15,26)

¿Cuándo estuvieron los discípulos más cerca del maestro, cuando escuchando directamente su palabra no la comprendía o cuando ya no estando Jesús entre ellos comprendieron lo que su Maestro les había comunicado?. Es el Espíritu el que conduce a la verdad “completa” no se refiere cuantitativamente sino cualitativamente, o sea, que el Espíritu nos conduce a una comprensión en profundidad, a una penetración del misterio de la persona de Cristo y de su obra, del sentido de la muerte, del sentido universalista de su misión salvadora... Todo esto no podía ser comprendido por los discípulos. Es el Espíritu Santo que engendra en el creyente una nueva inteligencia; es la inteligencia de la fe, que es capaz de percibir el misterio de Dios y descubrir el sentido que tienen el mundo y los acontecimientos de la historia. Quien descubre a Dios en la historia propia y en la de la humanidad se ve guiado por el Espíritu, porque Dios se ha manifestado en el acontecimiento principal de la historia, el de Jesús.

El Espíritu será quien glorifique a Jesús, porque gracias a la luz del Espíritu, los discípulos podrán comprender que la humillación de Cristo, su muerte, fue el principio de la exaltación, de la “elevación” hacia el Padre. Les llevaría a la comprensión total de lo que, durante el ministerio terreno de Jesús permaneció oculto.

El Espíritu les recordará lo que Jesús ha enseñado. Él es “memoria Christi”. Pero no se trata el Espíritu de la memoria literal. Les hará comprender el anuncio de Jesús de forma nueva a la luz de los nuevos acontecimientos y situaciones. Les ayudará a sacar de aquel anuncio nuevas riquezas y significados. Y esto, con el fin de que el Evangelio sea no un texto venerable y arqueológico, sino una luz para el presente. No será sólo Espíritu del recuerdo y de la nueva comprensión, sino también el Espíritu de la intervención. Él nos sugiere lo que debemos decir y vivir. Los discípulos no hemos recibido el Evangelio como si fuese una cualidad estática cual joya o regalo de cumpleaños. Poseemos, en cambio, una especie de código genético según el cual él va creciendo en nosotros de forma que seamos espirituales, esto es, creyentes que asumen y ordenan todo en la caridad hasta alcanzar la estatura de Cristo.

Para escuchar la Palabra
Jesús dice que el Espíritu vendrá a continuar la labor y la enseñanza suya. Ha de continuar hablando donde Jesús optó callar y abriéndoles a la verdad, les guiará hacia ella. El Espíritu es viático y guía, compañero de camino y líder de la Iglesia hasta que el Señor vuelva. ¿Cómo es mi atención y reconocimiento a la presencia del Espíritu?, ¿Crezco en el conocimiento de Jesús en mi vida por mi docilidad a su acción en mí? Jesús ha puesto a nuestra disposición la prueba de ese amor de Dios, su Espíritu que es todo lo que de Dios nos ha dejado, para que, dejándonos conducir por él, nos guíe hacia Dios. De nada nos vale creer en Dios, Padre, Hijo y Espíritu, si no nos reconocemos hijos, hermanos y templos de ese Dios Trino por la fuerza del Espíritu.

Conoceremos mejor a nuestro Dios, cuanto más nos reconozcamos amados por Él: quien sabe que su entraña es el Amor, quien se siente entrañablemente querido por Dios, desentraña el ser de Dios. No hay otra forma honrada de situarse ante el misterio más que respetarlo y admirarlo en el silencio y la adoración. ¿Con cuál Dios me dirijo cuando realizo mi oración?, ¿En qué Dios me confío? ¿Qué tipo de familia o comunidad me invita a construir la fe en la Trinidad? ¿He quedado admirado y agradecido de la naturaleza tripersonal de Dios?

Para orar con la Palabra
¡Qué gran regalo nos comunicaste Señor!, ¡Qué magnífico forma de invitarnos y posibilitarnos vivir en comunión por siempre contigo y tu Padre Dios! Nuestras palabras estarán pobres ante la grandeza de tu don. Tú fuiste quien, ante nuestra limitación en la comprensión de la verdad que nos revelaste, pensaste en que fuéramos introducidos mejor en ella, siendo guiados a la verdad plena; tú fuiste quien quisiste que conozcamos tus íntimos secretos; tú, que previste que se nos anunciará las cosas que van a suceder; tú, que deseabas ser glorificado (manifestado); tú, quien posibilitaste la comunión al compartirnos lo tuyo y lo del Padre.

¡De verás, qué amor tan grande manifestado! ¡Y qué compromiso tan especial! Señor, que no abuse de tu amor; que no lo relativice y desaproveche, que no sea indiferente o duro contra de él. Que sabiéndome agraciado viva agradeciéndote; que sabiéndome guiado sepa guiar; habiéndome dado lo más propio tuyo, me apropie viviendo en comunión contigo y tu Padre.



 

 

Pentecostes cicloC

Juan 20:19-23  Descargar PDF

19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.»

 

 

Para comprender la Palabra
Juan coloca la comunicación del Espíritu en la tarde del mismo día de la Resurrección. Nuestro texto es llamado “Pentecostés del cuarto evangelio”. No establece un plazo de tiempo entre la Pascua y la venida del Espíritu, ni tampoco sitúa esta venida en el marco de la fiesta de Pentecostés. No siendo crónicas cada evangelista tiene su perspectiva teológica. Juan está interesado en mostrar la estrecha relación que existe entre la resurrección de Jesús y la efusión del Espíritu como aspectos complementarios de la misma realidad.

“Estando cerradas las puertas” indica el poder del Resucitado para vencer todo impedimento y al ponerse en medio de ellos. Los discípulos quedan libres del miedo y de la tristeza. El reconocimiento de Jesús es para la Iglesia primitiva un medio expresivo del hecho profundo y trascendente de que el Resucitado se encuentra con los discípulos y es el mismo Jesús con quien habían convivido antes de su pasión. El saludo de paz de Jesús y la certeza de que es él, el crucificado y traspasado, hacen que el miedo deje paso a la alegría. Y el saludo pascual es el ofrecimiento de la “Paz”, que es un bien espiritual, un don interior que se deja sentir externamente. La paz que el Señor resucitado trae a los discípulos de parte de Dios, debe acompañarlos en su misión y demostrar al mundo lo que es la verdadera paz.

Y tras el envío sigue la donación del Espíritu. La señal externa no es el viento impetuoso o llamas de fuego como Hechos sino por el mismo aliento vital del Resucitado que “sopla” sobre sus discípulos (gesto que Dios hizo al crear al ser humano – Gen 2, 7 -). El don del Espíritu hace de los discípulos personas recreadas, los libera de su vieja condición de “encerrados” y los prepara para asumir nuevos desafíos. es el acto de insuflar unido a las palabras “Recibid el Espíritu Santo”. Íntimamente ligado Espíritu y misión. Jesús envía a los suyos como él ha sido enviado por el Padre, pero no los deja solos, sino que les entrega el Espíritu para que puedan llevar a cabo su misión. Sin la garantía de ese Espíritu, la comunidad no hubiera superado sus “miedos” y la Iglesia quizás no se hubiera puesto en marcha.

La donación del Espíritu a los discípulos no es un “relato sorpresa” como inesperado dentro de la trama del evangelio de Juan. Ya Jesús lo había prometido repetidamente a sus discípulos durante su despedida en la última cena (Cf. Jn 14, 15.26; 15, 26; 16, 7-15). Este acontecimiento de comunicación del Espíritu no es algo que pertenece sólo al pasado. El Espíritu continúa vivo y sigue manifestándose en nuestro mundo, en personas y situaciones concretas.

Para que aparezca la vida tiene que ser removida la muerte. El don del Espíritu se comunica como poder contra el pecado. Este fue el poder que Jesús comunicó a sus discípulos. La absolución de los pecados es un don y encargo del Señor resucitado. Nuestra misión como discípulos del Resucitado no es otra que la reconciliación universal y para ello contamos con su misma fuerza. Los signos de la presencia permanente de Jesús en la Iglesia son el don de la paz y la recepción del Espíritu. Y así como Jesús ha sido consagrado para traer la salvación del Padre, ahora los discípulos con la Paz y el Espíritu son consagrados para que la lleven a todo el mundo. Existe, pues,una relación entre recibir el Espíritu y ser enviados por el Hijo. La misión actual tiene el modelo y fundamento en la misión del Hijo por el Padre.

Para escuchar la Palabra
El nuevo Hombre da la misión a sus discípulos de ser nuevos hombres y de hacer nueva a la humanidad, dándoles su Espíritu. Se los impone y lo posibilita. Los discípulos reciben el aliento del Resucitado y el mandato de perdonar en su nombre y con su poder. Vivir para el perdón es vivir de la resurrección, es vivir con su mismo Espíritu; vivir perdonando es ser nuevo hombre, que ha muerto al pecado y vive para ofrecer vida a los demás. ¿Por qué mis durezas para el perdón al hermano?

Los discípulos pasaron del miedo a la alegría al ver al resucitado en medio de ellos. Él eligió a unos discípulos asustadizos como apóstoles. No hay miedos, ni cobardías o traiciones que nos libren de la tarea de ser sus enviados al mundo. Jesús sacó a sus discípulos de su casa y de sus miedos, de su encierro y de su pusilanimidad y los lanzó al mundo. ¿Experimento su presencia, acojo su paz y me sé enviado como ministro de paz y perdón? Jesús resucitado quiere hacernos hombres nuevos, testigos fehacientes de la fuerza de su resurrección, resucitando en nosotros la alegría del testimonio y la tarea de representarlo.

El resucitado “sopló” sobre los discípulos su aliento personal, su fuerza interior, su Espíritu, haciendo posible su renacimiento. Encerrados en nosotros y alimentando miedos, poco testimonio damos de la acción del Espíritu. Empequeñecemos el Espíritu de Jesús a base de no atrevernos a ser audaces en la vivencia diaria de nuestra fe Más de algún destinatario al verlo se ha de cuestionar: “¿Por qué iba a ser entusiasmante una vida de fe, que no logra entusiasmar a cuantos dicen vivirla?” El mejor argumento que tenemos para convencer al mundo de que Cristo ha resucitado y que es posible vivir de una nueva forma es viviendo dóciles al Espíritu que hemos recibido en el perdón sincero. Quien puede perdonar a quien le ha ofendido, ha recuperado la paz interior y tiene el Espíritu de Jesús. La alegría de vivir pertenece a quien sabe ser tan generoso como para echar en olvido las ofensas.

Para orar con la Palabra
No es la hora del miedo y la soledad. No es el tiempo de la dispersión. No es el momento de hacer los caminos en solitario. No es la época de la uniformidad. No es el instante de la pregunta sin salida. No son los días de desesperar. Es la hora del Espíritu. Es la hora de la comunión. Es el tiempo de la verdad. Es la llegada de la libertad. Es la hora de quienes tienen oídos para oír. Es la hora de quienes tienen corazón de carne y no de piedra. Es el tiempo de los que adoran en Espíritu y Verdad. Es el tiempo de los que creen y esperan. Es el tiempo para los que se quieran hacer nuevos. Es el tiempo para los que quieran hacer lo nuevo. Es ahora cuando todo es posible. Es ahora cuando el Reino está en marcha. Es ahora cuando merece la pena no volverse atrás. Es ahora cuando podemos darnos la mano. Es ahora cuando la voz grita. Es ahora cuando los profetas tienen que gritar. Es ahora cuando los miedosos no tienen nada que hacer. Es ahora cuando nuestra fuerza es el Señor. Es ahora cuando el Espíritu del Señor está sobre nosotros. Es ahora el tiempo del Espíritu. Es ahora cuando los creyentes pueden proclamar: "Me ha enviado a proclamar la paz y la alegría". Hoy, Señor, es mi hora.

 




 

Dom Asencion cicloC

Lucas 24:46-53  Descargar PDF

46 y les dijo: «Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día
47 y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén.
48 Vosotros sois testigos de estas cosas.
49 «Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.»
50 Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo.
51 Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo.
52 Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo,
53 y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.

 

Para comprender la Palabra

La narración de la Ascensión de Jesús a los cielos es, para san Lucas, el culmen del itinerario de Jesús y el paso entre el “tiempo de Jesús” y el “tiempo de la Iglesia”, inaugurada con el don prometido por el Resucitado. La Ascensión significa la exaltación de Jesús a la derecha del Padre, verdad confesada en el símbolo apostólico. Este misterio señala la tensión en la que entra la comunidad de los discípulos: una tensión entre la ausencia del Señor y, al mismo tiempo, su presencia. Con la Ascensión se cierra el tiempo de las apariciones y se muestra la hondura de la pascua. Jesús, que ha caminado con los hombres, se ha convertido en meta de la marcha de la historia. Su mensaje ha trascendido los caminos de la tierra y se presenta como un don que sobrepasa todas nuestras ansias... Desde Dios, la realidad de Jesús se presenta como hondura y raíz, fundamento, verdad y meta de la vida de los hombres.

Hay semejanzas y diferencias entre la primera lectura Hech 1, 1-11 y nuestro texto evangélico (se repiten temas como: la enseñanza, el Espíritu, la permanencia en Jerusalén, el testimonio, la subida al cielo). Y es que estos textos son como una “bisagra” que une el final del evangelio de Lucas con el principio de Hechos de los Apóstoles. La última instrucción del Señor resucitado a sus discípulos vuelve a insistir en la explicación de lo acontecido a la luz de las Escrituras, la misión al mundo para predicar la conversión y la renovación de la promesa del Espíritu. Antes de dejarlos, Jesús deja amaestrados a sus discípulos y les deja lo que daba sentido a su vida: su propio espíritu y la misión universal. Al poner estas instrucciones, Lucas, prepara al lector para leer y comprender la segunda parte de su obra – Hechos de los Apóstoles -, a la vez que conecta la historia de las primeras comunidades cristianas con Jesucristo.

La comunidad mira al Señor que asciende (evoca pasajes de Elías y Eliseo), como comunidad profética que hereda el Espíritu de Jesús para continuar su misión. “Aquello que fue visible en nuestro Redentor, ha pasado ahora a los sacramentos (León Magno). La imagen para describir la Ascensión no puede ser entendida literalmente. Se basa en unas coordenadas espaciales que, como lo sabemos hoy, no responden a planteamientos científicos (el cielo, morada de Dios, está arriba). En realidad, Jesús resucitado no ocupa un lugar físico ni se encuentra en ninguna de las dimensiones que nosotros conocemos. Utilizando una forma de escribir propia del lenguaje religioso de la época, el evangelista nos quiere decir que Jesús está con el Padre, que vive la misma vida de Dios. Culminada su tarea en este mundo, ha entrado en la “gloria” e inaugura un nuevo modo de presencia entre los suyos.

Jesús se presenta como sumo sacerdote que ofrece la bendición sobre el pueblo (inspirada en Eclo 50,20-24, aunque con la diferencia de que es fuera del templo, en Betania), produciendo en éste, alegría y paz. El lugar a donde regresan y se reúnen será Jerusalén, desde donde partirá el anuncio de la muerte y resurrección del Señor. Los discípulos se postran ante el Resucitado. Es la forma de decir que lo reconocen como Dios y Señor, que lo adoran como tal. Luego vuelven a Jerusalén, el lugar donde han de esperar al Espíritu, y lo hacen “rebosantes de alegría”, un sentimiento que para Lucas es signo de la llegada definitiva de la salvación. Por último, los discípulos en espera del Espíritu se mantienen unidos en la oración.

Para escuchar la Palabra
¿He caído en la cuenta de que con la Ascensión de Jesús celebro su ausencia física en nuestro mundo? Subiendo al cielo Jesús culminó su paso por la tierra: tras nacer y crecer como un hombre, tras convivir con los hombres y predicarles el Reino de Dios, tras morir por todos los hombres y dejarse ver de algunos elegidos, Jesús se separó de ellos dejándolos solos en el mundo. Pero antes los instruyó desde la palabra y les dijo: “Ustedes son mis testigos”. Él me ha dejado la encomienda de representarlo. No tengo derecho a creerme abandonado ni puedo soportar que a nuestro alrededor se le dé por perdido. Estoy llamado al testimonio. Recibí una encomienda muy específica. ¿Hasta qué punto soy memoria viva de su presencia y de su intervención en favor de la humanidad? ¿Soy capaz de iluminar desde la Escritura el misterio de mi Señor, siendo testigo de su amor?

La ausencia física de Jesús no supone la privación de su Espíritu: quienes tienen la tarea de representarlo en el mundo tendrán también la asistencia de su fuerza interior. Alejándose de los discípulos, el Señor dejó una misión difícil y su fuerza interior. La alegría de vivir y una vida ocupada en el testimonio y la oración son los frutos de quienes esperan el Espíritu de Jesús. No estoy solo: tengo una tarea y cuento con su mismo Espíritu. Y el mundo me espera, aunque no lo diga, porque espera una razón para vivir y la fuerza. Ambas las ha dejado el Señor antes de partir. ¿Cómo he respondido a ello? Por mi forma de vivir mi vida de discípulo, ¿Dejo entrever que gozo de la presencia del Espíritu y el compromiso de ser su testigo en el mundo?, ¿Qué aporte realizo en el mundo que el Señor me confió?

Para orar con la Palabra
Te fuiste, Señor, al seno del Padre, habiendo cumplido tu misión en la tierra. Nos has dejado solos pero no abandonados. No te vemos, pero no estás ausente. Ya has concluido tu misión y sigues enviando a representarte. Ya estás plenificado y eres comunicador del Espíritu. Una tarea y tu misma fuerza has querido compartirnos antes de partir. Nos has instruido y confiado el mundo. Habiéndonos iluminado el sentido de los acontecimientos, nos has confiado ser tus testigos. Es el tiempo de dejarnos mover por tu Espíritu. Es tiempo de la profecía y de la misión. Perdona mis cobardías y negligencias, mis contribuciones por crear más ausencia que presencia tuya en el mundo. Señor, reconociéndote exaltado dame fuerza para comprometerme a ser tu testigo en el contacto con tu palabra y en la unidad comunitaria. Que, habiendo sido iluminado por tu Espíritu y Palabra, ilumine la vida de tantos hermanos nuestros. Y que, cumpliendo tu misión, experimente tu Espíritu de amor, tus cuidados y atenciones.




 

IV Dom Pascua cicloC

Juan 10, 27-30  Descargar PDF

27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.
28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.
29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre.
30 Yo y el Padre somos uno.»

 

Para comprender la Palabra

 

El contexto del evangelio de hoy es la fiesta de la Dedicación, que duraba ocho días y consistía en conmemorar la purificación y dedicación del templo de Jerusalén realizada por Judas Macabeo, después de la profanación del templo por Antíoco IV Epífanes. El evangelista suele colocar en torno a una fiesta judía una controversia de Jesús con los judíos incrédulos.

Presentándose Jesús como Buen Pastor, describe a continuación las relaciones inseparables y de profunda interioridad que le unen con sus ovejas y con Dios su Padre.

En las palabras, sobre sí mismo, Jesús refleja su solicitud por los suyos: los conoce, les es familiar, y está unido con ellos, les otorga vida y las guarda (A diferencia del pastor mercenario). Mientras tanto, a la incredulidad de los judíos opone Jesús el comportamiento de sus ovejas. Los discípulos se sienten unidos por la escucha y el seguimiento a Jesús, su Pastor. Este es el criterio para vivir en la comunión de Jesús con el Padre.

Las ovejas (los cristianos) no deben tener miedo, en ningún lugar están más seguras que en las manos de Jesús pastor (10,28) y en las de su Padre: nadie podrá arrebatárselas de sus manos. Aquí resuena la convicción joánica de la unión de la comunidad con Jesús, su único Pastor.

El poder protector de Jesús es el Padre, que es mayor que el de cuantos amenazan al rebaño de Jesús. “Las almas están en las manos de Dios “ (Sab 3,1) y nadie es capaz de librar a quien sea de la mano de Dios (Is 43,13). El Padre guarda del maligno (17,15).

Jesús pone de relieve su unidad con el Padre, su actuación conforme a la voluntad y designio del Padre. Esta unidad del Hijo con el Padre, unidad de poder y acción, se convierte en la oración de despedida en modelo e imagen de la unidad que deben alcanzar los creyentes (17,11). Esta unidad comunicada a los creyentes es la fuerza que impide que nadie los arrebate de las manos del Padre o del Hijo.

Para escuchar la Palabra
Las ovejas siguen a quien conocen, y lo conocen porque convive con ellas. Así es la relación que Jesús mantiene con los suyos: le siguen seguros, porque lo conocen bien. Y lo conocen porque le escuchan y conviven con él continuamente. ¿Cómo afronto el peligro, la necesidad o el futuro? ¿Vivo con la serenidad como fruto de la conciencia de la atención del Buen Pastor? ¿Cultivo el conocimiento y la familiaridad por la escucha y el seguimiento? El discípulo de Jesús, que vive oyéndolo y sigue obedeciendo su voz, se sabe en buenas manos: son manos de buen Pastor, que prefiere perderlas antes de perder lo que abraza, entregar su vida antes de dejar que se las roben.

Saber que el Padre nos ha confiado al Hijo ha de ayudarnos a comprender lo mucho que valemos para nuestro Dios, el mismo que nos quiere dar vida eterna, proteger con su mano y fortalecernos en la unidad del Hijo ¿Soy consciente del gran regalo que Dios, en su libertad, realiza por mi? ¿Cómo corresponder a ello?

Para orar con la Palabra
Por no saberme acompañado por ti Señor, he venido alimentando miedos y angustias. Y si al menos dejase más tiempo para escucharte; si te concediera un espacio mayor en mi vida para saber que me has tomado de las manos, que me cuidas, que deseas darme vida plena. Sólo la escucha me hará descubrir que eres tú quien guía mi vida. La escucha de tu voz me hará recobrar la confianza en la vida. Hoy he encontrado la razón del por qué mi fe está cargada de incertidumbres como de poca ilusión, de miedos y angustias. ¿Cómo pedirte que me acompañes si soy yo quien ha rehuido tu compañía? A base de buscar certezas con otras personas, en otros lugares, he acumulado dudas sobre el lugar donde te has quedado y he perdido la seguridad de tenerte cerca. Por la fuerza de la unidad con tu Padre ayúdame, Señor, a afrontar el riesgo de vivir en tu rebaño. Quiero ser, Señor, objeto de tus cuidados. Quiero transcurrir mi vida oyéndote y conociéndote, siguiéndote y conviviendo contigo de manera que nadie me arrebate de tu mano.

 

 

 

 

 

 

III Dom Pascua cicloC

Juan 21, 1-19  Descargar PDF

1 Después de esto, se manifestó Jesús otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Se manifestó de esta manera.
2 Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
3 Simón Pedro les dice: «Voy a pescar.» Le contestan ellos: «También nosotros vamos contigo.» Fueron y subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
4 Cuando ya amaneció, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.
5 Díceles Jesús: «Muchachos, ¿no tenéis pescado?» Le contestaron: «No.»
6 El les dijo: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis.» La echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces.
7 El discípulo a quien Jesús amaba dice entonces a Pedro: «Es el Señor», se puso el vestido - pues estaba desnudo - y se lanzó al mar.
8 Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no distaban mucho de tierra, sino unos doscientos codos.
9 Nada más saltar a tierra, ven preparadas unas brasas y un pez sobre ellas y pan.
10 Díceles Jesús: «Traed algunos de los peces que acabáis de pescar.»
11 Subió Simón Pedro y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y, aun siendo tantos, no se rompió la red.
12 Jesús les dice: «Venid y comed.» Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor.
13 Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez.
14 Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.
15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.»
17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis ovejas.
18 «En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías, e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras.»
19 Con esto indicaba la clase de muerte con que iba a glorificar a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme.»

 

Para comprender la Palabra

 

El contexto del evangelio de hoy es la fiesta de la Dedicación, que duraba ocho días y consistía en conmemorar la purificación y dedicación del templo de Jerusalén realizada por Judas Macabeo, después de la profanación del templo por Antíoco IV Epífanes. El evangelista suele colocar en torno a una fiesta judía una controversia de Jesús con los judíos incrédulos.
Presentándose Jesús como Buen Pastor, describe a continuación las relaciones inseparables y de profunda interioridad que le unen con sus ovejas y con Dios su Padre.

En las palabras, sobre sí mismo, Jesús refleja su solicitud por los suyos: los conoce, les es familiar, y está unido con ellos, les otorga vida y las guarda (A diferencia del pastor mercenario). Mientras tanto, a la incredulidad de los judíos opone Jesús el comportamiento de sus ovejas. Los discípulos se sienten unidos por la escucha y el seguimiento a Jesús, su Pastor. Este es el criterio para vivir en la comunión de Jesús con el Padre.

Las ovejas (los cristianos) no deben tener miedo, en ningún lugar están más seguras que en las manos de Jesús pastor (10,28) y en las de su Padre: nadie podrá arrebatárselas de sus manos. Aquí resuena la convicción joánica de la unión de la comunidad con Jesús, su único Pastor.

El poder protector de Jesús es el Padre, que es mayor que el de cuantos amenazan al rebaño de Jesús. “Las almas están en las manos de Dios “ (Sab 3,1) y nadie es capaz de librar a quien sea de la mano de Dios (Is 43,13). El Padre guarda del maligno (17,15).

Jesús pone de relieve su unidad con el Padre, su actuación conforme a la voluntad y designio del Padre. Esta unidad del Hijo con el Padre, unidad de poder y acción, se convierte en la oración de despedida en modelo e imagen de la unidad que deben alcanzar los creyentes (17,11). Esta unidad comunicada a los creyentes es la fuerza que impide que nadie los arrebate de las manos del Padre o del Hijo.

Para escuchar la Palabra
Las ovejas siguen a quien conocen, y lo conocen porque convive con ellas. Así es la relación que Jesús mantiene con los suyos: le siguen seguros, porque lo conocen bien. Y lo conocen porque le escuchan y conviven con él continuamente. ¿Cómo afronto el peligro, la necesidad o el futuro? ¿Vivo con la serenidad como fruto de la conciencia de la atención del Buen Pastor? ¿Cultivo el conocimiento y la familiaridad por la escucha y el seguimiento? El discípulo de Jesús, que vive oyéndolo y sigue obedeciendo su voz, se sabe en buenas manos: son manos de buen Pastor, que prefiere perderlas antes de perder lo que abraza, entregar su vida antes de dejar que se las roben.

Saber que el Padre nos ha confiado al Hijo ha de ayudarnos a comprender lo mucho que valemos para nuestro Dios, el mismo que nos quiere dar vida eterna, proteger con su mano y fortalecernos en la unidad del Hijo ¿Soy consciente del gran regalo que Dios, en su libertad, realiza por mi? ¿Cómo corresponder a ello?

Para orar con la Palabra
Por no saberme acompañado por ti Señor, he venido alimentando miedos y angustias. Y si al menos dejase más tiempo para escucharte; si te concediera un espacio mayor en mi vida para saber que me has tomado de las manos, que me cuidas, que deseas darme vida plena. Sólo la escucha me hará descubrir que eres tú quien guía mi vida. La escucha de tu voz me hará recobrar la confianza en la vida. Hoy he encontrado la razón del por qué mi fe está cargada de incertidumbres como de poca ilusión, de miedos y angustias.
¿Cómo pedirte que me acompañes si soy yo quien ha rehuido tu compañía? A base de buscar certezas con otras personas, en otros lugares, he acumulado dudas sobre el lugar donde te has quedado y he perdido la seguridad de tenerte cerca. Por la fuerza de la unidad con tu Padre ayúdame, Señor, a afrontar el riesgo de vivir en tu rebaño. Quiero ser, Señor, objeto de tus cuidados. Quiero transcurrir mi vida oyéndote y conociéndote, siguiéndote y conviviendo contigo de manera que nadie me arrebate de tu mano.

 

 

 

 

 

Domingo Ramos cicloC

Lucas 19, 28-40  Descargar PDF

"28 Y habiendo dicho esto, marchaba por delante subiendo a Jerusalén.
29 Y sucedió que, al aproximarse a Betfagé y Betania, al pie del monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos,
30 diciendo: «Id al pueblo que está enfrente y, entrando en él, encontraréis un pollino atado, sobre el que no ha montado todavía ningún hombre; desatadlo y traedlo.
31 Y si alguien os pregunta: "¿Por qué lo desatáis?", diréis esto: "Porque el Señor lo necesita."»
32 Fueron, pues, los enviados y lo encontraron como les había dicho.
33 Cuando desataban el pollino, les dijeron los dueños: «¿Por qué desatáis el pollino?»
34 Ellos les contestaron: «Porque el Señor lo necesita.»
35 Y lo trajeron donde Jesús; y echando sus mantos sobre el pollino, hicieron montar a Jesús.
36 Mientras él avanzaba, extendían sus mantos por el camino.
37 Cerca ya de la bajada del monte de los Olivos, toda la multitud de los discípulos, llenos de alegría, se pusieron a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto.
38 Decían: «Bendito el Rey que viene en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas.»
39 Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: «Maestro, reprende a tus discípulos.»
40 Respondió: «Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.»"

 

 

 

Para comprender la Palabra

 

El Jesús de Lucas tomó la firme decisión de subir a la Ciudad Santa (9, 51) y el texto actual presenta su solemne entrada en Jerusalén como Mesías. Aquí, en Jerusalén, Jesús va a manifestar en forma abierta su personalidad y el origen de su autoridad. El largo camino de Jesús hacia Jerusalén culmina con este episodio de entrada triunfal y con el que sigue referente al templo y a su purificación. Jesús se deja ver como un Mesías muy peculiar, bastante diferente del que esperan quienes confían en un mesianismo triunfal e inmediato.

Nuestro texto podemos dividirlo en dos partes: la primera compuesta por una larga descripción de los preparativos de la entrada a Jerusalén (vv. 28-35) en la que Jesús declara su autoridad y dominio soberanos (es “el Señor” frente a los “señores” o dueños del pollino); y la segunda la descripción de su entrada en la Ciudad Santa (vv. 36-38) que es verdaderamente triunfal y su sentido mesiánico es claro por varias razones: el mismo género literario que se usa para las entradas triunfales de generales y de soberanos; las aclamaciones de la turba, que recita el Sal 118, de carácter mesiánico: “Paz en el cielo y gloria en lo alto”, realidades que van unidas con la manifestación del Reino escatológico.

Betfagé, Betania y el monte de los Olivos están muy próximos. Con el recurso del borrico, además de presentarse como Mesías, Lucas hace cumplir la profecía de Zacarías (Zac 9, 9-10), que habla de la entrada del rey Mesías en Jerusalén y de la restauración del reinado de Dios a través de un camino novedoso. Él viene en son de paz. El rey victorioso no trae la fuerza de las armas ni de las alianzas humanas para su tarea. No entra montado a lomos de un caballo, animal más propio de la guerra, sino sobre un borriquillo. Es un rey y mesías pacífico, cuya realeza es subrayada por el clima de alegría y la extensión de mantos en el camino. Pero es una realeza que se manifiesta de un modo sorprendente.

Si la alegría desatada y los mantos extendidos por el suelo podían no ser suficientes para subrayar la realeza de Jesús, sus discípulos prorrumpen en gritos de alabanza: “Bendito el que viene en nombre del Señor”, expresión sálmica, con el que se solía entonar en las fiestas de Pascua o en la de las Tiendas para dar la bienvenida a los peregrinos. Aquí los discípulos lo utilizan para saludar a Jesús como el Mesías real, enviado por Dios y portador de la paz, tal y como proclaman en la segunda parte de su aclamación, semejante a la de los ángeles de Lc 2, 14: “ésta es la hora de su gracia”. Sin embargo, no todos participan de esta alegría.

Frente a la reacción de los discípulos, que han visto la manifestación de la gloria de Dios en los milagros y ahora la confirman al contemplar esta entrada de Jesús a Jerusalén, contrasta la de algunos fariseos. Reaccionan negativamente porque son incapaces de reconocer en Jesús al Mesías de Israel que ellos esperan. Este ambiente tenso prepara los acontecimientos futuros de la pasión.

 

Para escuchar la Palabra
No podemos dejar de sorprendernos ante la manifestación de Jesús. El viene a ejercer su poder de un modo pacífico y desde la humildad. Cercano a Jerusalén prevé su entrada para manifestarse cual es: Mesías. ¿Qué tengo que preparar para que el Señor haga su entrada triunfal en mi vida? ¿A dónde iré y qué diré en su nombre para que personalmente celebre la Pascua este año?

El Mesías pacífico que monta sobre un borrico es reconocido por la gente que, además de las aclamaciones, le arrojan sus mantos. Arrojar sus mantos significa entregar sus personas, confiarse de él. ¿Qué suscita el Señor en mí? ¿Cómo te aclamo y te entrego mi vida?

Los enemigos de Jesús no están conformes con el entusiasmo de la turba. Jesús lo acepta, aunque dándole un sentido más hondo, porque su reinado “no es de este mundo” (Cf. Jn 18, 36). ¿Hay también en mí alguna actitud farisaica de rechazo y no aceptación de su mesianismo? ¿Cuál es mi actitud cuando constato en otros, amor desmedido, hacia el Señor?

 

Para orar con la Palabra
Te aclamo, Señor, rey de mi vida. Y pasas entrando hacia tu Pascua entonces arrojo el manto de mi vida poniéndome a tu servicio. Como aquella muchedumbre, Señor, tantas veces suscitas en mí un entusiasmo que me lleva a declararte mi amor y a estar dispuesto a entregarte mi vida. Pero también reconozco que son impulsos locos porque pronto pasan sin calar en mí. Aquella muchedumbre te aclamó cuando entrabas pacífico en la ciudad y te traicionó crucificándote fuera de la ciudad. Esa muchedumbre soy yo, Señor. Hoy te aclamo y mañana te niego. Dame la fidelidad que requiero para mostrarte mi amor en toda situación. Esa fidelidad de estar renovando día a día ese sí en la expresión de arrojarte el manto de mi existencia para tenerte verdaderamente como Señor. Una vez más, Señor, te aclamo rey de mi vida.